El discípulo del apóstol Santiago martirizado en la muralla de Ávila
La sorprendente peripecia vital de San Segundo, patrón de la capital abulense
18 septiembre, 2022 07:00Noticias relacionadas
San Segundo fue uno de los nueve discípulos que el apóstol Santiago forjó en España, y asimismo uno de los sietes varones de dicho apóstol que, en época romana, predicó la doctrina cristiana en tierras abulenses siguiendo las enseñanzas de Santiago el Mayor; es decir, nos retrotraemos a más antigua historia de los inicios del cristianismo en Castilla.
Resulta que estaba Santiago desanimado por la falta de acogida que tenían sus prédicas y se sentó a descansar a orillas del Ebro. Fue entonces que, encima de un pilar, se le apareció la Virgen y le pidió que continuase con su predicación, que pronto recogería frutos. Y los recogió, en forma de nueve discípulos, entre los cuales estaba Segundo.
Agradecido por la aparición, Santiago fundó en ese lugar una iglesia y dejó a su cargo a dos de ellos, a Atanasio como obispo y a Teodoro como presbítero. Con los otros siete se fue a Jerusalén, donde, como se sabe, fue degollado por mandato de Herodes el 25 de marzo del año 44. El cuerpo del ya mártir fue traído por sus siete discípulos desde el puerto de Jaffa (Tel Aviv) hasta Iria Flavia (Padrón, en Galicia), llegando el 25 de julio del mismo año y recibiendo sepultura.
Once años más tarde, San Segundo y sus seis compañeros, son nombrados obispos en Roma y enviados a España por San Pedro y San Pablo. Al año siguiente, desembarcan en Abdera (Adra, en Almería) y se dirigen a Acci (Guadix, en Granada). Antes de entrar en la ciudad, como ya eran entrados en años, se pararon cuatro a descansar y los otros dos se acercaron a la ciudad a por víveres.
Resulta que en Acci estaban celebrando la fiesta en honor a Marte, pero los dos obispos intentaron sacarlos de dicha idolatría predicándoles la palabra de Cristo. La ira que causaron en los accitanos provocó su persecución hasta que cruzaron un puente que se derrumbó tras ellos al paso de la muchedumbre iracunda. Al ver eso, Luparia, una señora principal de la ciudad decidió conocerlos y bautizarse para dar ejemplo. Así los de Acci formaron una comunidad cristiana de la que quedó encargado San Torcuato.
A partir de este momento los otros santos tomaron cada uno su camino: San Indalecio fue para Urci (Orce, en Granada); San Eufrasio marchó a Iliturgi (Andújar, en Jaén); San Hiscio a Carcesa (en Cazorla, Jaén); San Tesifón fue a Bergi (Berja, en Almería); San Cecilio a Iliberis (Granada), y finalmente San Segundo recaló más al norte, en Abula.
Tal como sus compañeros, San Segundo sufrió martirio y, en el año 92 lo colgaron de la muralla de Ávila. Su cuerpo fue sepultado y descubierto fortuitamente en el s. XVI, dando lugar su memoria a la profunda devoción no sólo de los vecinos, sino de multitud de peregrinos que llegaban hasta Ávila para venerar sus reliquias, por lo que se hizo necesaria la construcción de un Hospital de Peregrinos.
Así pues, en 1519, estando de obras en la iglesia de San Segundo, el albañil Francisco de Arroyo encontró un sepulcro con la inscripción "Sanctus Secundus” en la tapa. Dentro, hallaron huesos enteros de cuerpo humano, con cenizas y polvo, y en la cabeza un gran bulto que pareciera haber sido mitra. Y al pie de los huesos, un cáliz con su patena y un anillo de oro con un zafiro engastado.
A partir de ahí y empezando por la sanación del propio albañil Arroyo, se atribuyeron varios milagros más a San Segundo, probados en proceso eclesiástico y ante notarios, como la sanación del tullido Miguel Amo, la vuelta al habla de un mudo jienense llamado Cristóbal de Molina o la curación del latido del corazón del obispo de Ávila de aquel entonces, don Gerónimo Manrique de Lara, que ya había sido desahuciado por un galeno y recibido la Extremaunción.
Fue este obispo sanado, quien, para mayor gloria de San Segundo, pidió a Felipe II el traslado de sus restos a la catedral. Y vaya que se hizo. El día 9 de septiembre de 1594 se abrió el sepulcro del santo, el domingo día 11 ya estaban trasladándolo en solemne procesión, con música de trompeta y atabales, cuarenta y ocho pendones de ciudades y villas, quince pendones de cofradías de la ciudad, cuarenta y ocho cruces en plata, más de treinta andas con imaginería de las ocho parroquias abulenses, unos doscientos frailes con sus cirios de cera blanca, más de cuatrocientos clérigos, el pendón del cabildo con los capellanes, racioneros y canónigos, justicia y regimiento de Ávila y caballeros de otras ciudades.
Partiendo de la catedral bajaron a la iglesia de San Segundo, donde esperaba el obispo en la calle, en un altar para la ocasión y sobre el que reposaba la caja con los restos del Santo. Desde aquí salieron de vuelta hacia la catedral en procesión ya con el féretro y cantando villancicos. Esa noche en la plaza del Mercado Chico se inició una fiesta de fuegos artificiales que se prolongó una semana, incluyendo más fuegos, oficios religiosos, una corrida de toros, juegos de cañas, y hasta se representó en la catedral un auto encargado a Lope de Vega sobre la vida y muerte del Santo.
Los restos de San Segundo se quedaron en la capilla que lleva su nombre en la catedral de Ávila, las cenizas permanecieron en su antigua iglesia, se apartaron algunos huesos para reliquia en la catedral y otros se enviaron a Felipe II que los dejó en El Escorial, y otros restos los repartió el obispo entre los caballeros notables de Ávila.
El día dos de mayo, anualmente, los abulenses honran la memoria de su santo Patrón, San Segundo, considerado por la tradición como el fundador de la primera comunidad cristiana de Ávila y el primero de sus obispos en el s. I. La tradición es introducir un pañuelo en el sepulcro de San Segundo, en su ermita junto al Adaja, y pedirle tres deseos. Que se cumplan ya es otra historia.