La Sierra de Gredos es un lugar “fabricado” con retales de pequeñas cosas únicas, maravillas que salpican collados y riscos, picos y vaguadas, vegas y regatos.
Lo primero, el propio suelo de Gredos y la milenaria calzada de adoquines del Puerto del Pico, nexo entre las mesetas, que fue caminada por culturas prerromanas antes y por reses avileñas ahora.
La trashumancia de la Mesta la usó por ser Cañada Real, y todavía hoy, unas cuarenta mil vacas, con esquilas y caballistas suben por aquí a principios del verano. La calzada es un camino de piedra serpenteante, bien colocada, que se deja abrazar por veintitantas especies de retama, de genista, de escoba… en definitiva, de dorado piorno que da color al empinado sendero como si se tratara del trayecto de baldosas amarillas que recorrió Dorothy al país de Oz. Millones de áureas flores en forma de mariposa que sacan pecho en mitad de la primavera para decorar laderas y cobijar lagartos verdinegros, víboras hocicudas, sapos parteros, lagartijas serranas…
Y, entre arbusto y arbusto, asoma sus enroscados cuernos la cabra montesa, un ser vivo excepcional que representa como ninguna otra especie la característica riqueza natural de esta sierra. La Capra pyrenaica victoriae es la subespecie que habita en Gredos y debe su denominación a la reina Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII, que salvó la especie al crear el coto, cuando apenas quedaban unos pocos de estos salvajes rumiantes. Actualmente, cerca de nueve mil íbices recorren los riscos gredenses observándolo todo desde lo alto con sus ojos de color… cómo no, ambarino.
Como amarillo es el brillo del sol y de las estrellas. En pocos lugares puede observarse el nítido cielo y el limpio firmamento como en Gredos. Un espacio natural premiado y protegido por las más altas instancias a nivel internacional, en el que existe un compromiso por defender la oscuridad del cielo en la noche y la visión de las estrellas. Aquí la calidad del cielo ha permanecido intacta desde su origen, y es por ello por lo que absolutamente todo bajo estos cielos rezuma tranquilidad.
Sería por ese sosiego, por lo que, en octubre de 1928, Alfonso XIII inauguró en el Alto del Risquillo un establecimiento para hacer parada y fonda durante sus visitas cinegéticas, y que fue el primero de una extensa red de alojamientos de este tipo que se abrieron por todo el país. Un hito del turismo en España. Y quizá fuese por esa misma paz y por la ausencia de ruido, por lo que, justo cincuenta años después, siete decididos diputados, que pudieron haber sido nueve, se reunieron en este edificio con el cometido de “coser” la futura Constitución de nuestro país.
Al aire de Gredos debatieron, pasearon, enmendaron, meditaron y discreparon, con cafés y buenas viandas, hasta poner juntas las siete firmas que iniciaron el proceso de nuestra Carta Magna, frente a la chimenea del Salón del Silencio, desde cuyos cristales se observa erguida, majestuosa, la Plaza del Moro Almanzor.
Empezó muy abajo el relato, en las raíces de un sendero casi prehistórico, y termina en el Almanzor, casi rozando el cielo, para homenajear a esta mole de pesado granito con más de dos mil quinientos metros desde su “cuerno” hasta el nivel del mar. Cuenta la tradición que cuando el líder del Califato cordobés volvía de una de sus batallas por la zona de Béjar, decidió tomar descanso con sus tropas en el mismo Circo de Gredos.
Unos pastores hablaban de una laguna inaccesible y de unos sonidos que procedían de los arroyos cercanos, y como Almanzor no conseguía escuchar dichos murmullos, fueron los propios pastores quienes pronunciaron su nombre y el eco de la montaña lo engrandeció. Admirado por dicho retumbo, “el Victorioso” tomó su caballo y subió al risco más alto que vio, deseando que el lugar llevara su nombre. Una leyenda “amarilla”.
Y así es como ponemos en valor un color, que siente su origen y su presente como los habitantes de Gredos sienten su entorno: “Recuerdo cuando fui primario en el pigmento y secundario en la luz. Cuando corrí por la tercera calle de la pista irisada y fui oro en el podio, medalla de brillo y de sol. Recuerdo esos tiempos en que solía ser cadmio para artistas y gualda para vexilólogos. O cuando fui gendarme de mentira y de mala suerte, de peligro y de atención. Recuerdo haber sido tranvía en Lisboa y taxi en Nueva York. Manzana Golden fui, casi reineta, y pollito en cascarón, fui castillito de arena, pelota en Roland Garros.
Agradezco al agua haberme dejado nadar como submarino inglés o patito de bañera. Me acuerdo también de cuando turbé mentes, alegré ropas y estimulé escondidos intelectos. Teñí también dedos de fumadores y exquisitos arroces en Levante. Fui claro y optimista cuando el huevo me prestó su yema, el olivo su aceite y el limón su piel. En verano fui hierba en Castilla, trigo recién cosechado, pétalo de girasol, libres plumas de jilguero, de margarita el corazón.
Fui canario algunas veces, otras fui rayas de avispa, fui mazorca recogida, y de la piña su almíbar. Fui aquel azufre oloroso, fui cúrcuma y curry a la vez, fui la miel que come el oso, poco me queda por ser, sino cáscara de membrillo.
Soy todo eso y soy más… Soy prensa de banal noticia, soy plátano de madura piel, soy fiebre, soy manzanilla, soy la mostaza y la hiel. En otoño recuerdo haber sido hojarasca, enrollado pergamino de antaño.
Solo ahora, en primavera, me siento cabello de serrana guapa, ladera maquillada con bellísimo piorno en flor, relámpago de una tormenta, un rayo caliente del sol. Soy hoyos decorados con espinos afilados, y palo de oros en Barajas soy. Gargantas y cepedas quiero ser, y pilones, y cañadas, y sanmartines y vegas. Soy collados y herguijuelas, redondas navas y alberches, Tormes recién nacidos, sonrisas de aquellas gentes.
Soy todo eso ahora, hasta que una gota del azul cielo de Gredos torne mi dicha en verde esperanza.”