“Mancebo escolano, castellano, natural de Arévalo, muy experto y doctirinado en la lectura arábiga, hebraica, griega y latina, y en la aljemiada muy ladino”

Algo más de medio millar de vecinos habitarían la villa de Arévalo por aquellos inicios del s. XVI. Una ciudad autosuficiente, rodeada de más de setenta aldeas, con tierra fértil y cerealista, con seis monasterios, corregidor, procuradores, familias nobles y palacio real. Además, Arévalo contaba con una módica aljama en el arrabal la cual, tras el éxodo judío a partir de 1492, fue siendo poco a poco ocupada por los mozárabes. Estos, que contaban con alfaquí y mezquita, copaban casi todos los oficios de la ciudad: barberos, carpinteros, albañiles, veterinarios, tejedores y comerciantes. Además, como la villa estaba sita en el corazón mismo de Castilla, donde confluían los caminos de Burgos, Salamanca, Soria y Toledo, muchos ciudadanos se dedicaron a la trata de ganado y a la arriería.

Imaginemos entonces viviendo en esta villa a un joven nacido judío y luego convertido. Imaginémoslo culto, viendo pasar su mocedad entre letras y conceptos árabes, cristianos y judíos, con dominio de sus lenguas y sus pareceres, y con ansias de salir, lejos de su casa, donde fuera. Sospechemos que se embarcó con algunos familiares en una reata para recorrer el país entero, enmascarado como arriero, pero que, poco a poco, fue dejando las labores de comercio y priorizando su verdadera pasión, para dejar huella, siempre de forma clandestina, en las comunidades moriscas que iba visitando.

Supongamos que escribía mucho, y que tenía un lenguaje muy vivo, y muy original, y que componía los textos de la lengua castellana con una tipografía árabe (aljamiada), una letra que reflejara la resistencia cultural y religiosa de los moriscos, y que esos textos fueran pedagógicos, con el claro objeto de propagar la personalidad islámica que algunos correligionarios estaban olvidando.

Presumamos, que este “siervo de Dios”, luego fuese conocido como “Mancebo de Arévalo”, y que se formara en materias humanísticas, bajo las premisas de la Devotio Moderna, y que pudiera haber ojeado La Celestina, el Veni Creator, la Imitación de Cristo de Tomás Kempis... o que hubiera leído también los clásicos griegos y latinos. Y que conociera algo menos el Corán, pero que, al momento de conocerlo lo dejara todo por él, y se convirtiera al islam, que estaba más cerca de los preceptos de su religión familiar judaica que el cristianismo.

Conjeturemos que tuvo deseos de hacer un viaje La Meca, y que lo hizo, quizás a través de furtivas redes de escape morisco. Y que lo costeó con el dinero que sacaba de los libros y textos que escribía por encargo de los responsables de otras aljamas, como la de Zaragoza, que de algún modo sentían perder su identidad, y necesitaban de este tipo de manuales para seguir conectados a sus raíces árabes.

Propongamos que fue a La Meca y que regresó a Arévalo. Y que de cristiano se llamara Gutierre, hijo menor de Catalina Velázquez y de Cristóbal Barrionuevo – que así se podían apellidar los que vivían ahora en un barrio que antes era judío o árabe -, y que sus hermanos mayores fueran Francisco y Hernando.

Pensemos quizá, que, en esa época, Hernando, su hermano mediano, que no estaba ni en Arévalo, fuese denunciado por Francisco Verdugo, un regidor de la villa, y que se le reclamaban todas sus cosas y bienes para la hacienda pública por no aparecer por allí. Pensemos que la demanda fue motivada por ausentarse de la villa durante un tiempo prolongado con otros cinco moriscos, y por supuestamente cruzar España y el mar para seguir a los discípulos de Mahoma, ofendiendo así a las leyes castellanas.

Digamos que Francisco, el mayor, defendió a su desaparecido hermano mediano, y recurrió ante la Audiencia Real de Valladolid, alegando que el hecho de ausentarse no implicaba la reconversión en musulmán, sino que marchó para no ser apresado por una reyerta con un alguacil del pueblo, entre otras lindezas... y que, tras la sentencia, Hernando huyó a Málaga y que allí había muerto como buen cristiano converso… Por eso, Francisco sostenía que el legítimo heredero de los bienes de su hermano era él mismo.

Figuremos que el regidor no daba su brazo a torcer, y que insistía en que su acusación tenía sentido porque la hipótesis de la marcha de Hernando a tierra hereje era lógica, primero por ser descendiente de otros moros, y segundo, por tener un hermano pequeño, Gutierre, que es nuestro supuesto Mancebo, que enseñaba el Corán en Arévalo y en otras aldeas de alrededor cuando estaba de paso.

Y que la Inquisición apresó a Gutierre por eso, y lo llevó a terminar sus días en el monasterio de San Francisco, seguramente. Pero ¿Por qué no fue a una cárcel este “mancebo” Gutierre? ¿Por intercesión de los franciscanos de quienes pudo haber sido alumno? ¿Por prudencia inquisitorial, ya que estaba a punto de publicarse un Edicto de Gracia a los moriscos de Arévalo para su integración paulatina y ordenada con los cristianos viejos? Y, además, ¿Por qué murió allí? ¿Estaba enfermo de antes?, ¿sufrió tortura?, ¿se les escapó a los frailes y para salir del paso alegaron que había muerto?

El caso es que ni regidores, ni procuradores, ni abogados o inquisidores conocían mucho acerca de Gutierre… Solamente que aparecía por el pueblo de vez en cuando y parecía que enseñaba cosas poco cristianas a sus correligionarios. Era un criptomusulmán de pura cepa y de familia culta.

Ni siquiera se supo que había dejado para la posteridad tres grandes tratados, donde se refleja bien su hibridismo cultural: la “Tafsira”, el “Sumario de la relación y ejercicio espiritual” y el “Breve compendio de nuestra Santa Ley y Sunna”, redactados gracias a sus viajes por Castilla, Aragón y Granada y a sus relaciones con otros morunos que le contaban sus vivencias personales y sus conocimientos, y que todo sirvió para animar a los moriscos de todo el país a preservar y acrecentar su fe en el Islam.

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