'N'ca Mayalde' en Villarino
Asistir a un concierto de Mayalde -la familia- es siempre salir al encuentro de nuevos ritmos, letras sacadas de lo más profundo del cachito de tierra que aún se resiste a morir y disfrutar con la música que heredamos de nuestros ancestros. Todo ello, aún y así, en tiempos complicados de mascarillas, distanciamientos y virus. Pero Mayalde, es decir, Eusebio, Pilar, Laura y Arturo siempre emocionan, ilustran, animan, cantan, bailan y hacen pensar. Nunca quedan al margen esas pequeñas pullitas del tío Eusebio, por no decir puñales, que se clavan en lo más pronfundo de esta sociedad vacía.
Podría decirse que la música tradicional, no me gusta decir folclore, de Mayalde se repite porque el baúl de la nostalgia no da más de sí. Nada más lejos de la realidad. La muestra está en su último compacto 'N'ca Mayalde', y, más concretamente, en el concierto ofrecido esta noche atípica de San Roque -patrón- en Villarino de los Aires. Fresco soplaba el viento que llegaba de Trás-os-Montes en esta noche de verano, ya fresca cuando uno se cubría con la toquillina. Pero Mayalde donde hace frío llevan calor, y donde el aire asfixia soplan con fresca brisa.
Y llegó el embrujo de la tradición en una noche de verano. Eusebio puede con todo, con los de un lado y con los de otro, con la sacha y la sartén, con bandoneón y concertina o simplemente con dos cucharas, un plato de porcelana trastrabillada y su ingenio. El ingenio de un genio sobre los escenarios. Socarrón como pocos, guasón sano, pícaro, ingenioso, de palabra fácil ahora que tanto abundan los que se hacen llamar monologuistas -eso ya lo hacía Eusebio cuando aún vestíamos pantalones de espuma barata-. Siempre con el acompañamiento de la voz pura y limpia de Laura, el ritmo frenético de Arturo polifacético y la dulzura de Pilar. Eso es Mayalde, a secas. Para qué más. Si ya estaban sonando 'Los pajaritos de San Antonio' recordando las rondas por el pueblo.
Más es el embrujo de la noche a ritmo de zambra. Fue el cúlmen de un concierto armonioso, bien estructurado, alegre, dinámico... Es el nuevo Mayalde que, con ritmos renovados, vuelve a la esencia. A la bodega donde fluyen los duendes de la composición y el cante. La 'Zambra del Alboroque' es la clase magistral de recopilación -al lado de la chimenea de Santiago Cerero y Teresa, con las 'Encarnas' -la Petaca y la Corcobá, y quizás también Félix Cartero o Roquito- y también de ritmo y baile. Fue el gran hallazgo de una noche de verano en la Plaza Mayor de Villarino, un día de San Roque sin talanqueras ni verbena. Creo, y conozco todas las canciones de su repertorio, que esta zambra -esa danza flamenca de gitanos versionada también por Miguel de Molina- pero en Mayalde suena distinto. Ritmo endemoniado, sonidos musicales , sí, de sartenes y la conjunción melódica de voces y solos. Daban ganas de levantarse de la silla, porque todo era sentado y a distancia, e imaginarse, no en la cocina de Santiago Cerero que en paz descanse, no, sino en los barrios gitanos de Granada y Almería... Pero no, era la Plaza de Villarino llena a rebosar, con ganas de fiesta y olvidar tiempos nada halagüeños y, si es posible, mirar otra vez hacia el pueblo y las raíces.
Y como no podía haber un final mejor, cuando el reloj de la plaza daba las 12.30, que recordar aquellas rondas de la noche de San Roque, por colagas, calles, torales y plazas, batiendo palmas y voz emocionada cantar 'La saya'. Quizás se una de las canciones de ronda más bellas del amplio cancionero tradiconal, no solo de Villarino y La Ribera, sino de la geografía provincial.
Porque Pilar y Eusebio y Laura y Arturo son como ese ángel de la guarda que cada dos por tres nos martillea la conciencia, nos hace mirar hacia dentro y hacia atrás, nos pone delante de los ojos, marchitos por tanta basura televisiva, que todos tenemos unos ancestros que nos moldearon para ser como somos. Nos recuerdan que la cultura única, amorfa y alienante es mentira, que aquí hace muchos años ocurrió algo que no aconteció en otros sitios. Que aquí hubo hambre y se mató con el son, que aquí hubo soledad y se acompañó con la música, que aquí hubo desgracias y se taparon con humor.
Quienes desde hace cerca de cuaranta años gozamos de la amistad y la música de Eusebio y Pilar y también de Laura y Arturo, cada día que nos encontramos, ellos en su escenario, los demás asistiendo absortos a un indescifrable, azaroso y gratificante espectáculo conducido por Eusebio. Ellos, mejor que nadie, merecen el más importante reconocimiento de quienes sentimos lo nuestro como algo propio y diferente. Eusebio y Pilar, con Laura y Arturo seguirán, por suerte, dándonos la lata mucho tiempo.
La vida, he dicho muchas veces, está hecha a base de instantes plenos de felicidad. Son momentos escasos, pero lo suficientemente importantes como para quedar grabados en nuestra alma. Éso, y no más, ha sido Mayalde a estas alturas de mi vida. Una exhibición fecunda de que se pueden aunar sentimientos, amistad, sinceridad, música y tradición. Familia Mayalde, larga vida, amigos. Seguid emocionándonos porque pertenecéis al reino de lo sublime, ay!