“Me diagnosticaron el día de los enamorados, para mí era un día especial y era el primer año que no le compraba nada a mi marido. Pero ese día estaba a ver qué salía en el informe, yo sabía que iba a salir mal”. Efectivamente, el diagnóstico fue malo: cáncer de pecho. Así comenzó lo que la salmantina Sheila Casmar considera “un crecimiento personal bestial, un máster de vida para cualquier persona” que ha plasmado en su primer libro, ‘En busca de mí’.
Ya sin rastro del cáncer, dos años después de ese diagnóstico, Sheila explica a la Agencia Ical que el proceso supuso todo un cambio para ella, en el que tocando el fondo consiguió reencontrar una parte de sí misma que tenía olvidada. “Era una persona como todas, egoísta, miraba por mí, y ahora me pasa esto y tengo una necesidad humana de ayudar a las personas o, como mínimo, lo que me hubiera gustado recibir a mí”, detalla. Sin embargo, puntualiza que “no es un libro de cáncer, es un libro de auyoayuda, es para todo el mundo”. Trata el tema del cáncer como “vehículo del cambio”, porque es lo que le llevó a tocar el suelo, pero la segunda parte del libro habla de unas llaves (el amor, la fe, la gratitud, el compromiso y la aceptación) para tener a mano y mejorar nuestro bienestar. Cualquier persona se podrá ver reflejada, incide, “porque hay una parte que tenemos que tomar conciencia todo el mundo de encontrarnos, de querernos y de practicar la gratitud y la empatía”.
Numerosas personalidades se han hecho eco del libro autoeditado, precisamente por sus fines benéficos, ya que una parte de las ganancias irán destinadas a la investigación de la Fundación Contigo Contra el Cáncer de la Mujer y a contribuir a la comodidad de los pacientes de oncología del hospital de Salamanca mientras reciben su tratamiento. La escritora explica que sentía la necesidad de agradecer el trato que recibió de su oncólogo y las enfermeras aportando pequeños detalles, como el wifi o las gafas y gorros de frío, que ayudan a disminuir la caída de cejas y pelo durante la quimioterapia.
La vida en gris
Sheila Casmar narra que es una persona “súper hipocondríaca”, aunque las pruebas médicas siempre desmentían sus temores. Sin embargo, en febrero de 2020 se encontró un pequeño bulto en el pecho mientras se duchaba, por lo que fue al médico a hacerse una ecografía. No parecía nada importante, pero se veía un borde raro, por lo que le hicieron una biopsia y dos días después, el 14 de febrero, llegó el resultado.
“¿El cambio? Horroroso. La primera semana es horrorosa, ves en gris, se quita el color de todo y tú vas en automático, es todo triste y piensas que te vas a morir. Mi hija tomaba la comunión al año siguiente y no sabía qué hacer porque no iba a poder estar con ella porque me iba a morir. Di por hecho que no iba a llegar a verla tomar la comunión”, lamenta. Añade que se sintió “más sola que en mi vida y cuando más rodeada de gente he estado”, de ahí la importancia de aceptar el diagnóstico poniendo de su parte y fijándose en la gente que se cura: “El cáncer está súper estigmatizado, es verdad que es súper grave, pero es verdad también que hay muchos casos todos los días que lo superan”.
Tratamiento en pleno confinamiento
Recibió la primera sesión de quimioterapia una semana antes de decretarse el estado de alarma, pudo ir acompañada de su marido y su madre, sin embargo, a la segunda sesión tuvo que ir sola. Y recalca lo de ir sola, porque, efectivamente, no había absolutamente nadie por las calles. Estar en la sala sola hizo que creara un vínculo especial con las enfermeras. A pesar de lo duro que puedda sonar someterse a un tratamiento en plena pandemia, Sheila agradeció no estar bajo la presión social y verse en la obligación de explicar a todo el mundo lo que le ocurría: “me tocó quimio, era evidente, lo tenía que contar, pero la presión social de salir a la calle y encontrarte gente me la pude quitar y pude compartirlo con quien quise”.
La evolución de su enfermedad siguió el mismo camino que el COVID. Cuando se podía empezar a pasear, lo peor ya había pasado, aunque llegaron las últimas sesiones, las más fuertes, que le sentaron peor físicamente. En junio acabó el tratamiento, en julio tuvo la operación y en agosto se fue de vacaciones. En ese recorrido hubo muchas diferencias: “Soy coqueta, me gusta verme guapa y para mí eso fue un hostión”. Sin embargo, el cambio llegó cuando pasó de caminar por delante del espejo sin mirarse, a ver que era la misma persona, “llena de granos, sin pelo, blanca, pero me veía guapa”, un cambió que también pasó a ser interno.
“También hay un lado bueno”
El proceso de la escritura comenzó por el propio tratamiento, con un cuaderno llamado ‘Recibes lo que das’. “Quería agradecer a todo el mundo que había estado allí conmigo y decirle a la persona que se iba a sentar en el sillón que yo dejaba, en plan ¡ánimo, esto no es tan terrible! Es muy terrible, pero vamos a ver que también hay un lado bueno”. Ese escrito gustó tanto en el hospital que se fotocopió y repartió para los pacientes. En ese momento Sheila encontró la idea para el libro que siempre había querido escribir, contando su experiencia para ayudar a los demás. “Todos necesitamos crecer y encontrarnos sin necesidad de pasar por un cáncer ni un accidente de tráfico, pero parece que ahí es cuando se nos afinan los sentidos si queremos hacerlo”, relata.
Matiza que huye de lo que llama “positivismo tóxico”, que “es igual de malo que la negatividad”. “La positividad no cura, pero sí ayuda muchísimo en cualquier proceso”, recalca. “Yo también tengo mis días malos, y lo reconozco, la vida no es fácil para nadie, pero hay que ver las cosas de otra manera”, considera. Su próximo paso es poder hacer acompañamientos a personas que lo necesitan, además de poner a la venta velas y pulseras benéficas, mientras sigue trabajando para aumentar los puntos de venta físicos y la difusión de su libro.