El Lunes de Pascua o 'Día del Teso' se ha convertido, a lo largo del tiempo conocido, en una tradición que se vive con gran trascendencia en Villarino de los Aires. Esta jornada, tras dos años de pandemia de covid-19, regresa con las familias, grupos de amigos y gentes llegadas de otros pueblos de la zona, con la romería al Teso -como se le conoce en el lugar-. Unos a comer el hornazo, otros al asado y, este año, a comer la paella de 270 raciones que ofreció el Ayuntamiento para todos los presentes. Fue un deseo del alcalde de Villarino, Julián Martín Jiménez, y al que respondieron los vecinos de manera satisfactoria y agradecida. También, no podía ser menos, hubo la misa de rigor en la remozada ermita y un baile, ya entrada la tarde, para disfrute y solaz de los presentes.
Tras la Cuaresma y la Semana Santa o de Pasión llega el Lunes de Pascua, también llamado de Aguas -en algunos lugares, Día del Teso o del Hornazo, que otros lugares de la provincia salmantina celebran el lunes siguiente, ya más como Lunes de Aguas y toda la leyenda del 'Padre Putas' en la capital-. Una celebración desde tiempos que se pierden en la historia y que se ha convertido en una festividad, mitad ocio mitad devoción, que se vive con gran trascendencia, sobre todo en Villarino de los Aires -donde se centrará el viajero, y también en Yecla de Yeltes -donde se traslada la imagen de la Virgen del Castillo desde el castro de Yecla la Vieja hasta la iglesia parroquial-.
En Villarino de los Aires -de arraigadas costumbres, que se pierden con la misma intensidad que la esencia de municipio tiene una de sus citas más emblemáticas de celebraciones del ciclo anual de fiestas y romerías, el conocido Día del Hornazo o Lunes de Aguas. Familias enteras, grupos de amigos, pandas, pandillas, peñas y los que van a ver qué pasa por allí, suben al Teso de San Cristóbal -que dista unos cuatro kilómetros del casco urbano- para comer el hornazo que pringa de grasa coloreada de pimentón, aunque en estos días son más los asados que los hornazos.
Arribes de rocas y matorral en el confín de la meseta
El lugar, donde según estudios antropológicos y arqueológicos existió un castro vetón y también es visible un santuario rupestre, al margen de su trascendencia social en la colectividad vecinal de Villarino, sobresale como un exabrupto de rocas y matorral en el confín de la meseta para caer en vertical hacia el Tormes que, parsimonioso y escaso, camina hacia Ambasaguas donde vomita sus aguas al Duero.
Este promontorio posee una roca ovalada bamboleante que descuella en lo más alto del montículo, una roca sobre otro cúmulo de rocas, donde antaño se izaba el pendón o la bandera para anunciar la confirmación de identidad local y la fiesta, que plantaban los mozos en las claras del día. Una celebración gastronómica cercana en el tiempo. Antiguamente sólo se celebraba la romería de San Cristóbal -no el Lunes de Pascua-, a primeros de mayo, en la que los mulos, asnos y demás caballerías, con sus anguarinas o tirando de los carros, eran enjalbegados para lucir en sutil desafío en pos de la belleza en el regreso al pueblo. En cambio, el Día del Hornazo, como celebración gastronómica para dar fin a las abstinencias de Cuaresma, tenía en el Valle del Palacio o el Teso de la Rachita su lugar de acogida.
Unamuno y la romería de Villarino
Describía Miguel de Unamuno, en un viaje por Los Arribes y en su trayecto entre Fermoselle y Villarino, en 1902: “Antes de entrar en Villarino, a poco de haber subido el Tormes, nos desviamos para montar al teso de San Cristóbal, en que se celebraba aquel día, uno o dos de mayo, romería. Y no la olvidaremos nunca, pues la llevamos agarrada a los hondones de la retina del espíritu. En aquel teso de piedras, como amontonadas para contemplar más piedra, crecen azucenas, y allí, ante la ermita, en una explanada, bailan mozos y mozas, a la vista de las vastas soledades. Ellos de traje pardo, oscuro, y ellas con sus refajos y dengues gualdos, rojos, verdes o morados, parecían al danzar acordadamente, al compás del tamboril, gigantescas flores de retama, brezo y azucena, sacudidas por un viento loco. Era el palpitar de la vida en el regazo de la ceñuda Castilla. Un enorme berrueco, casi redondo, coronado por una banderita, presidía la fiesta”. (Los Arribes del Duero, ‘Hojas Selectas’ 1905).
En estos tiempos de ahora, de modernismos foráneos y paellas y músicas estridentes y vacas y hamacas, los vecinos acuden temprano para coger el mejor rincón -muchos lo hacen el Domingo de Resurrección por eso de las minis vacaciones, y prender las hogueras que, a media mañana, humean por doquier con fuerte sabor a caña, romero, tomillo y ramo. Los más fervientes naturalistas disfrutan en la observación de los miradores naturales unas perspectivas imposibles, de confines que se difunden en el horizonte difícil de definir. Son la Peña el Pendón -el berrueco donde se plantaba la bandera y que no es más que una piedra bamboleante, antaño justicia de reos-, pero también El balcón de Pilatos -que ejecutaba la sentencia despeñando reos-, sobre el Tormes en su descenso cansino, casi muerto de la presa de Almendra, en su línea divisoria salmantina y zamorana. Lugares para la historia que hablan de justicia y ajusticiamiento, de despeños y perdones.
Si la meteorología acompaña -más en estos tiempos que antaño- como aconteció en este lunes de mediados de abril, los vecinos dan buena cuenta de asados y vino de la tierra, embutidos y hornazos, que empujan a la diversión y a la chanza. Además, en una coqueta plaza de tientas se cocina la paella, -fue en esos tiempos locos de construcciones absurdas que ahí quedan muertas en el lugar-, donde una charanguita invita a bailar, una jota, el pasodoble o la cumbia de rigor.
El pueblo, los pueblos y sus tradiciones continúan asidos a la vida y al tiempo que todo lo lleva... Porque no hay reloj que de vuelta hacia atrás. Como decía el poeta Pablo Neruda, "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos", y los de ahora no son los mismos que nosotros. El viajero barrunta que la mayor dignidad es honrar con el recuerdo a los ancestros, y hacer vida presente de aquella identidad, ay!
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