Supersticiones de antaño sobre la gestación y alumbramiento de un bebé
La comarca de Béjar era muy dada a este tipo de creencias
4 junio, 2023 07:00Noticias relacionadas
La venda del progreso en una sociedad cada vez más acelerada y que reniega de su pasado más inmediato ha relegado al baúl de la polvorienta alcoba aquellos usos y costumbres de nuestros ancestros, ritos que aún se realizan esporádicamente en las villas y aldeas de la provincia de Salamanca.
EL ESPAÑOL Noticias de Castilla y León quiere rescatar de allí donde habita el olvido estas arraigadas tradiciones, ser la ventana hacia una memoria colectiva para que el lector pueda asomarse a las costumbres más cotidianas durante siglos sobre el ciclo de la vida.
Los adelantos de la ciencia han transformado, en la mayoría de los casos, el proceso de la gestación y alumbramiento de un ser humano en una mecánica cadena de acontecimientos teledirigidos. Pero hubo un tiempo en que la razón no abarcaba más allá del limitado entendimiento, y todo se dejaba en manos del destino, vaticinios y creencias sobre el sexo, influencias del año, mes, día, hora y fase de la luna, circunstancias del nacimiento y la función del padre.
Todo tipo de creencias
En la comarca de Béjar era muy peculiar la superstición de que una embarazada, si echa una moneda por el cuello, de manera que caiga al suelo por el interior de su camisa, la cara indica una hembra y la cruz un varón. Si saluda con la palma hacia arriba, nacerá una niña, y hacia abajo, un niño. Si su vientre es redondo, será varón, y si adopta una forma picuda, hembra. Si el bebé se mueve en el vientre a los tres meses o si carga más a un lado que a otro, será niño; si nace de pie, afortunado; si llora en el vientre, sanador; si nace en martes, mala suerte; en diciembre, buena suerte; si tiene una cruz en el paladar, adivino; y si habla o grita en el vientre, será santo siempre que la madre guarde el secreto, y, si no lo hace, será poeta.
Tal es la superstición que no podía haber trece comensales en una mesa con una embarazada, si se vertía el vino en la mesa, indicaba alegría, y si entraba una mariposa blanca, buena suerte. Contra el mal de ojo se ponían higas o la uña de un jabalí. Amuletos por doquier entre los que destacaban las reliquias antiguas, Evangelios y la Regla de San Benito. E incluso se prevenían males del futuro bebé, como es el caso de que para evitar que tenga mal los dientes se colocaba junto a la embarazada un maxilar de erizo, o una cabeza de víbora contra la erisipela, una inflamación de la piel caracterizada por el color rojo y acompañada de fiebre.
Pero la protección no culmina con el alumbramiento del bebé. La función de su progenitor masculino es también fundamental durante los primeros días. Así, en los pueblos bejaranos el padre dormía en el mismo lecho que la madre y el niño, aunque no durante el día. Después, con el niño ya crecido, se colocaba en unas cunas de madera o hierro. Costumbres éstas que también responden a un patrón social, pues en las clases acomodadas el padre dormía y comía aparte.
Y no podía faltar la notificación inmediata a los parientes y amigos para compartir la dicha. Regalos y ofrendas que llegaban con buenos augurios para el futuro del niño, pero sobre todo para el porvenir de la familia en forma de embutido, legumbres y todo tipo de comida, así como ropa e incluso aperos de labranza, pues, como se suele decir, un bebé siempre llega con un pan debajo del brazo.