Castilla y León es un territorio con mucha historia. Si por algo destaca de forma especial es por la multitud de pueblos que conforman sus provincias y la belleza de los mismos. En ella, Salamanca merece una visita obligada y unas localidades que sorprenden a los miles de turistas que cada año recorren sus calles llenas de historia y leyendas.
Elegir cuál visitar puede ser una tarea harto difícil. Algunos merecen la pena por su belleza patrimonial, su entorno natural o su gastronomía. Y otros deben ser visitados por la historia que aún perdura en ellos o por alguna característica que los hace diferentes. Todo el mundo considera a Monleón como uno de los pueblos más antiguos de España.
Se ubica en Salamanca y se tiene noticia de que fue fundado en fecha anterior a 939, cuando la batalla de Alhandega, donde se mencionaba el lugar Leocaput, cuanto fue vencido el ejército de Abderramán III por las fuerzas de rey Ramiro II de León, llamado el Grande, que gobernó entre 931 y 951. Lo cierto es que había estado habitado desde tiempos anteriores, como demuestra el verraco celta encontrado en el lugar, pero no contaban como entidad jurídica.
Ubicado estratégicamente entre la dehesa y la sierra se alza esta villa fortificada. En Encorsetada por una muralla de la que sobresale la esbelta torre del homenaje, de aspecto medieval y pleno de encanto. En este emplazamiento es posible encontrar la fascinación que produce el placentero caminar sobre unas calles que aún conservan el sabor de épocas pasadas.
En la zona en la que se levanta la villa se han encontrado indicios de la presencia del hombre durante la prehistoria, como lo demuestran los restos que han salido a la luz del castro neolítico sobre el que se asienta. De la Edad de Hierro data el verraco localizado en la localidad procedente del antiguo castro prerromano, y del que hasta no hace muchas décadas, las mujeres se servían para subir a las caballerías. También existe un megalito en el paraje de la Yagüerizas, así como cerámica y sepulcros excavados en granito tardorromanos. No conviene olvidar que no muy lejos de Monleón transcurre la calzada romana de la Plata.
Orígenes medievales y la leyenda de Rodrigo Maldonado
Los orígenes de Monleón son medievales, como se ha dicho. Y eso está suficientemente claro por los historiadores. Durante las repoblaciones efectuadas en esta época, el rey Alfonso IX fortifica la villa para proteger a sus habitantes, constituyendo un punto estratégico en el marco de la línea defensiva del Alagón, a causa de la amenaza que entonces suponía el avance musulmán, además de su carácter fronterizo de Castilla.
En el siglo XII, Fernando III cede la villa a la ciudad de Salamanca. Un siglo más tarde Monleón goza ya de Fuero propio. Los años siguientes esta localidad se vio envuelta en multitud de problemas, pleitos y conflictos por la posesión de tierras con otras poblaciones, como son Los Santos, Endrinal, Linares de Riofrío y Navarredonda de la Rinconada.
En el siglo XV, la villa es dominada por Rodrigo Maldonado, lo que da origen a una dramática historia que adquiere tintes de leyenda, narrada en las crónicas de Hernán Pérez del Pulgar, en 1477.
Este alcalde de Monleón cometía tales tropelías, entre ellas las de acuñar moneda falsa, que fue motivo de quejas y denuncias por los vecinos, lo que obligó a intervenir a los mismísimos Reyes Católicos. Éstos prendieron a Rodrigo Maldonado en Salamanca y exigieron la entrega de la fortaleza -que data del siglo XV- por parte de sus poseedores, que se aprestaron a defenderla.
Los Reyes Católicos levantaron un patíbulo en un cerro cercano, conocido como el Teso de la Horca por este motivo, y Fernando amenazó con descuartizar ante los ojos de su esposa al señor del castillo, que estaba cautivo, con lo que ésta claudicó. Cuando se iba a proceder a consumar la sentencia, un discurso lastimoso de Rodrigo Maldonado hizo que los amotinados depusieran su actitud.
El soberbio castillo
La soberbia construcción de sus amuralladas defensas, algunos de cuyos tramos han sido y son objeto de restauración, se complementa con el remate de su granítica torre, todo ello del siglo XV, aunque se supone que tres siglos antes ya existiera como tal, cuando su nombre figura en la donación de treinta castillos que hace el rey Alfonso IX de León a doña Berenguela.
La figura de su airosa Torre del Homenaje destaca sobre el caserío de la villa. Con 37 metros de altura, se levanta en uno de los extremos de la localidad, sirviendo de arranque a la muralla medieval. Y fue fiel testigo de la importancia del poder de los señores feudales en aquellos tiempos.
El recinto de la fortaleza es irregular, y se apoya en dos lienzos de la muralla. Consta de tres puertas de acceso, la de la Villa, la del Sol y la de Coria, esta última se abre junto a la torre del homenaje, que permite el acceso por esta entrada con arco de medio punto, protegida por dos cubos con saeteras.
La Torre del Homenaje es el edificio más característico de la villa, que se divisa desde el lejano horizonte, adornada en su culminación con ocho garitas voladas. Construida en granito, está distribuida en cinco plantas, que presentan algunas modificaciones de épocas posteriores. En la actualidad es de propiedad privada.
El romance de 'Los mozos de Monleón'
Tal era la importancia de la villa de Monleón que celebraba un importante mercado, en el que se organizaban capeas o corridas de toros, que decayeron a finales de la Edad Media tras producirse un suceso que conmovió a los habitantes del lugar e, incluso a Federico García Lorca. El hecho se cuenta en el famoso romance de 'Los mozos de Monleón'.
Este romance se conserva transmitido oralmente de generación en generación y existen del mismo, según anotaciones de Menéndez Pidal, diecisiete versiones diferentes en la provincia de Salamanca, donde todavía se mantiene vivo. La más antigua e interesante de las versiones es la recogida, con la música con que se cantaba, por un sacerdote de Salamanca, Dámaso Ledesma, que la publicó en una obra fundamental para el conocimiento de la música popular española, titulada Folklore o Cancionero Salmantino (Salamanca, 1907).
Impresionado por este romance, García Lorca lo tomó del Cancionero y lo incluyó en su colección particular de Canciones populares antiguas y, hacia 1930, lo armonizó musicalmente, cambió algunos detalles de la letra y abrevió el final. La Argentinita fue la primera cantante que, acompañada al piano por el poeta, registró en disco 'Los mozos de Monleón', en unas grabaciones de La voz de su amo (1931), que incluían diez de las canciones recogidas y armonizadas por el poeta. El éxito de estas grabaciones fue inmediato y dieron pie a numerosas versiones recreadas en diferentes estilos por importantes artistas, pero las interpretaciones de García Lorca y La Argentinita siguen siendo consideradas las versiones canónicas de estas piezas.
El romance también ha sido difundido musicalmente, las más cercanas a nuestro tiempo son la versión de Nati Mistral, que lo incluía en su repertorio recitando algunas estrofas del mismo. Y, además, lo musicalizaron los folcloristas Ángel Carril y Joaquín Díaz.
Parece ser que el romance parte de un hecho real acaecido a mediados del siglo XIX, durante la corrida de toros que tuvo lugar en la fiesta de algún lugar cercano a Monleón —se ha hablado de Monsergal, ermita próxima al pueblo—, y que se difundió, al principio, como un romance o cantar de ciego; pero, poco a poco, cambió el tono, transformándose así en una pequeña joya de arte popular.
Tres son los protagonistas de esta “oscura tragedia ritual”: el mozo, su madre —la viuda— y el toro. Manuel Sánchez es el joven que quiere probar ante el pueblo su hombría en el rito iniciático de la lucha con el toro, animal totémico y muy importante en la literatura popular de la llamada 'Iberia seca', y en la vida y en las fiestas de tantos pueblos. La maldición de la madre seguramente no fue un elemento real del hecho que dio lugar al nacimiento del poema, sino más bien una aportación estrictamente literaria añadida para enriquecer poéticamente el romance.
De camino al festejo los mozos se encuentran con un vaquero que les avisa del peligro que corren. Ya en la plaza, Manuel Sánchez cita al animal, que arremete contra él y lo cornea arrastrándolo por el coso, dejándolo moribundo. Ya muerto, llevan el cadáver a su madre en un carro propiedad del rico del pueblo.
El final, los seis últimos versos, que no aparecen en algunas versiones, es inquietante, al romper el realismo con esta escena tan sorpresiva por surrealista, aunque narrada escuetamente y con el mismo tono realista que el resto del romance: la madre, que, por su maldición, se creyó causante de la muerte del hijo, después de nueve meses “aletargada” —como el tiempo que lo tuvo en sus entrañas—, sale enloquecida, bramando, en busca del animal asesino, pero el toro ya está enterrado.
-¿Cuánto tiempo tiene el toro?
-El toro tiene ocho años.
Muchachos, no entréis a él;
mirar que el toro es muy malo,
que la leche que mamó
se la di yo por mi mano.
-Si nos mata que nos mate,
ya venimos sentenciados.