Molly Bloom y sus palabras feas para oídos sordos aterrizan en Segovia
Magüi Mira las pronunciaba ayer, sobre las tablas del Teatro Juan Bravo
13 marzo, 2022 19:11Hay algo de inquietante en la oscuridad que envuelve al escenario en ‘Mollly Bloom’, en el traquetreo del tren, que se repite una y otra vez a lo largo del montaje, en las voces de insomnio y locura que molestan a la protagonista en el comienzo, en las palabras que llenan el texto de James Joyce y que, más de cien años después, aun suenan feas, burdas y soeces. Eso, probablemente es lo más inquietante; que un siglo después las palabras todavía molesten y por momentos resulten innecesarias, poco finas. Poco femeninas también.
Magüi Mira las pronunciaba ayer, sobre las tablas del Teatro Juan Bravo de la Diputación de Segovia, más de cuarenta años después de pronunciarlas por primera vez sobre un escenario y es cierto que ya no provocaban el escándalo de los años veinte ni la vergüenza sonrojada de los años ochenta, pero, en algunos espectadores, seguían generando molestia, malestar, incomodidad.
Ciertamente ‘vagina’, ‘polla’, ‘culo’, ‘polvo’ o ‘prostituta’, por su condición, nunca llegarán a ser palabras bellas del diccionario, pero inquieta que, tanto tiempo después, no hayan ganado apenas prestigio en la boca de una mujer. Inquieta que de los labios de Magüi Mira se espere que broten flores, tanto a los treinta como a los setenta. Inquieta que haya quien considere a la paciente Penélope del ocho antes de Cristo la esposa ideal del veintiuno después de Cristo. Inquieta que aquellas palabras feas escritas por Joyce sin puntos, comas ni miramientos, sigan encontrando oídos sordos a los que ir a parar.
Tal vez por ello ayer, sobre el escenario del Juan Bravo, mientras daba vueltas y adoptaba distintas posturas sobre una cama de hierro, daba la impresión de que la actriz valenciana intensificaba su ironía y matizaba su sarcasmo a medida que iba desvelando algunas de las ideas que se repiten sobre el texto y que no sólo tienen que ver con el sexo, la sexualidad, el adulterio y los deseos libidinosos.
El deseo de Molly Bloom de haber estudiado, su incomprensión ante el hecho de que su marido administre el dinero que ella gana como cantante, su visión de la política y sus contradicciones sobre la maternidad iban acomodándose entre las modulaciones de voz de la actriz sobre una cama de hierro y un fino colchón que, si hubiesen sido de contrachapado de Ikea y viscoelástico respectivamente, no habrían desentonado en gran parte del discurso. Y eso, sin hablar de las palabras que James Joyce dedicó, incluso antes de 1939, a las guerras; y que ayer, cuando hacía más de dos semanas del inicio de la invasión de Rusia a Ucrania, sonaban más actuales que nada en la voz de Magüi Mira.
La rabia y la incomprensión en esas líneas fueron, probablemente, las menos necesitadas de interpretación durante la hora y cuarto de función en la que Magüi Mira no sólo resultó digna de aplauso por su capacidad para interiorizar cada palabra de un texto tan complejo, sino, sobre todo -y con problemas de sonido y ruido de fondo incluidos- por saberle dar pausa, silencio, velocidad, tono y verdad a cada una de las palabras que Joyce escribió sin derecho a un respiro.