Uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la Medicina española se produjo en la ciudad de Valladolid. La Universidad vallisoletana tuvo el honor de recibir en el año 1550 al afamado doctor Alfonso Rodríguez de Guevara, que había aprendido la materia de anatomía en tierras italianas, para dar un curso sobre esta cuestión.
Rodríguez de Guevara no llegó solo a la ciudad del Pisuerga y trajo con él a algunos colaboradores, entre los que destacaba el estudiante portugués Andrés de Proaza. El joven tenía un desmesurado interés por el cuerpo humano y pronto destacaría por sus increíbles dotes en esta materia, llegando a fundar la primera cátedra de Anatomía en la ciudad.
El portugués comenzó a despertar una gran admiración en la universidad, pero sus vecinos comenzaron a sospechar de sus hábitos. Comenzó a rumorearse que practicaba la magia negra y se comentaba que se escuchaban gemidos y lamentos que provenían de su habitación durante la noche. Unas sospechas alimentadas por el origen de Proaza, ya que era judío y en la época se tenían grandes prejuicios hacia esa etnia.
Un macabro crimen
Se empezó a comentar en la ciudad que el médico hacía tratos con el Diablo y que sus avanzados conocimientos de anatomía eran fruto de ese acuerdo tenebroso, llegando a rumorearse que experimentaba con cuerpos humanos. Mientras esos rumores se iban acrecentando y la fama oscura del doctor se agrandaba, desapareció en Valladolid un niño de nueve años.
Los vecinos buscaron al menor deaparecido y alertaron de que se escuchaban llantos procedentes de su vivienda y que el color del agua que se vertía desde esa vivienda hacia el río Esgueva tenía un tono rojizo, al contar con restos de sangre. Las autoridades irrumpieron en la casa del doctor y se encontraron con una de las escenas más espeluznantes que se recuerdan en Valladolid: el cuerpo del niño se encontraba despedazado ya que Proaza lo había utilizado para llevar a cabo una autopsia en vida.
El 'Sillón del Diablo'
La Inquisición asumió el juicio del joven doctor que, después de torturas y a través de unas declaraciones delirantes, termino asegurando tener un pacto con el Diablo, con el que se comunicaba a través de un sillón que tenía en su domicilio. Según aseguró Proaza, cuando se sentaba en ese asiento –que afirmó haber recibido como regalo de un nigromante en 1527– entraba en trance y llegaba a percibir fenómenos sobrenaturales. Además, señaló que el Diablo le obsequiaba con conocimientos avanzados de medicina además de susurrarle ideas terribles.
Durante su confesión, además, el doctor lanzó una terrible advertencia: solo aquellos que fueran estudiosos de la medicina podían sentarse en ese sillón ya que aquellos que no cumplieran con el requisito y osaran sentarse, o los que intentaran destruirlo, morirían al cabo de tres días. Después de su confesión, Proaza fue condenado por la Inquisición a morir en la hoguera.
Una leyenda tenebrosa
Después de su ejecución, nadie quería recibir las pertenencias de ese tenebroso asesino y finalmente pasaron a ser propiedad de la Universidad de Valladolid, donde terminaron siendo olvidadas. El 'Sillón del Diablo' se mantendría durante años ubicado junto a la pared de la sacristía de la Capilla Universitaria, a una gran altura y boca abajo, para que ninguna persona cometiera la imprudencia de sentarse.
El polvo fue cubriendo la piel del sillón y el tiempo terminó desdibujando aquellos temores que años antes habían sobrecogido la memoria de Valladolid. Ya casi nadie recordaba aquella triste historia de asesinatos sangrientos, confesiones satánicas y maldiciones y ese viejo sillón había pasado a ser un trasto más en la Universidad.
Pero un buen día, en el siglo XIX, un bedel dio con el asiento y se preguntó que hacía allí abandonado. Le llamó la atención su calidad, elaborado en madera de nogal y tapizada con buen cuero, y decidió empezar a utilizarlo para descansar en sus ratos libres. Tres días después, el conserje murió por causas naturales.
Su sustituto como bedel de la facultad cogió la misma costumbre de sentarse en el tenebroso sillón y terminó corriendo la misma suerte. En ese momento, comenzaron a recordarse las palabras del doctor Andrés de Proaza y se decidió colgar la silla boca abajo del techo para que nadie pudiera volver a sentarse, poniendo en peligro su vida.
Allí se mantuvo hasta que en el año 1890 pasó a formar parte de los fondos del Museo Provincial de Valladolid, en el Palacio de Fabio Nelli, donde se expone en la actualidad. Una cuerda se encarga de evitar que los curiosos tengan la tentación de sentarse y puedan correr el mismo destino que aquellos dos bedeles que aparecieron muertos tres días después de utilizar el 'Sillón del Diablo', como profetizó el sangriento Andrés de Proaza.