Resulta que llegaron desde tierras gallegas Pedro y Juliana, campesinos de clase humilde y, a finales de 1781, trajeron al mundo a su hijo Saturnino, en Tordesillas, al pie del Duero. El señor Abuín trataba con ganado, y echaba muchos viajes con las reses desde Lugo a Tordesillas. Saturnino lo acompañaba en esos trayectos, y fue gracias a esto que aprendió a montar perfectamente a caballo y a manejarse en situaciones complicadas, ya que, muchas veces, aparecían salteadores en los caminos a los que tenían que confrontar.

En esa etapa, su carácter se endureció en cierto modo, pero adquirió también sensibles habilidades como escribir y leer, algo poco común en el campesinado español de esa época. Era el segundo hijo de sus padres, y el más temperamental. Tal era así que, con casi veintiséis años, una tarde que había bebido más de la cuenta, el perro de Vicente Galán, un agricultor de Nava del Rey, se le acercó mostrando los dientes a la entrada del monte llamado Robledal.

No sabemos qué le hizo Saturnino al perro, pero mató al dueño e hirió a su hijo… Entre juicio y prisión, no vio la luz hasta junio de 1809, momento en que, liberado, decidió dejar los aperos y el campo y alistarse como voluntario en las tropas de Juan Martín “el Empecinado” para luchar contra los franceses en el área de acción de la Junta Provincial de Guadalajara.

Pasó el verano como alférez y, a mediados de septiembre, ascendió a teniente. A finales de ese mismo mes, el grupo de Abuín derrotó a una mesnada francesa en Casar de Talamanca, aprehendiendo incluso a algunos prisioneros. Sin embargo, otra porción de la columna gala se refugió en el alcázar de la villa esperando recibir ayuda. En esas idas y venidas, el brazo izquierdo de Saturnino recibió la metralla de un cañón de tres libras disparado por el enemigo, y, como era habitual entonces, para evitar la gangrena hubo que amputar media extremidad.

Aun así, tener solo un brazo hábil no le impidió seguir batallando a caballo contra el ejército francés. Un año más tarde, en octubre de 1810, obtuvo el grado de capitán al mando de una partida de caballistas del Empecinado. Pero por alguna razón, algo cambió en cosa de un mes que, a finales de noviembre, se juntó en Sigüenza con José Mondedeu, Vicente Sardina y Nicolás de Isidro para revolverse contra su jefe, Juan Martín. Esta vez, El Empecinado pudo controlar la situación, pero solo a base de conceder a estos tensos jefes de partida amotinados lo que pedían – y no realmente por su capacidad como brigadier del Ejército Real.

El siguiente año, Saturnino seguiría formando parte del ejercito del Empecinado, hasta que, en enero de 1812, juró lealtad a José I en Tamajón. ¿Pudo deberse esta deslealtad a que Francia comprara sus servicios de guerrillero? Puede que sí, ya que, al mes siguiente, José Bonaparte lo hizo comandante del Regimiento de Húsares Francos de Guadalajara… “Poderoso caballero don Dinero…”, como diría Quevedo.

Pero otra razón pudo ser que las opciones de los patriotas rebeldes no eran muchas: La ayuda británica no salía de Portugal, Valencia ya era francesa, y las tropas de Levante estaban sin moral ni fuerzas, así que Saturnino pensaría que sobreviviría mejor del lado francés…

Pero llegó la salmantina Batalla de los Arapiles, y esta derrota bonapartista obligó a José I a exiliarse en Francia junto con sus leales, incluido Abuín. Y allí paso varios años. De hecho, pasó allí todo el Sexenio Absolutista y gran parte del Trienio Liberal, casi una década en Francia. Solo regresó intermitentemente después de 1820, tras el levantamiento de Riego, pero para defender a Fernando VII, lo cual resultó fallido. En 1823, entraron en España los “Cien mil hijos de San Luis”, volvió así a restaurarse el absolutismo de Fernando VII por segunda vez y Abuín pudo regresar a España definitivamente.

Se inició entonces la Década Ominosa, durante la cual Abuín siguió con su vida en el bando realista. En el verano de 1825 se graduó como coronel del Regimiento de Caballería Vitoria, y quizá o no, por sentir algo de estabilidad en ese momento, a sus cuarenta y nueve años se casó con Antonia Moriano, no llegando a tener descendencia.

Años más tarde, en septiembre de 1833, el séptimo Fernando dejaba esta vida y daba inicio la cuestión sucesoria, con los partidarios de Carlos María Isidro, hermano del fallecido, por un lado, y los defensores de su hija Isabel, a cuyo cargo, hasta su mayoría de edad, estaba su madre, Maria Cristina de Borbón. Estallan por tanto las Guerras Carlistas, y curiosamente, Saturnino Abuín, a pesar de haber estado con anterioridad al lado de Fernando VII, se alinea ahora con los Cristinos.

Si en 1820 había luchado junto a antiguos compañeros de guerrilla contra los liberales, ahora era al revés. Abuín recibía órdenes para perseguir y reducir a las mesnadas de rebeldes carlistas, como las de Merino, Vivanco y Cuevas, o más tarde la partida de Cabrera, a las que infligió severas derrotas. Y así pasó el manco tordesillano los siete años de conflicto, entre acciones de guerrilla y contraguerrilla, ascensos a brigadier de caballería y nombramientos como comandante general de Soria, Toledo y Ciudad Real, hasta que, tras la Batalla de Luchana, Espartero hizo agotar las fuerzas carlistas, y Abuín, con casi sesenta años, se va retirando poco a poco de la vida activa, retirándose a su villa natal.

Sus últimos años los vivió Abuín de forma acomodada en Tordesillas, aprovechando el sueldo anual de veinte mil reales que tenía asignado por sus méritos, disfrutando de sus herencias y adquisiciones anteriores, arrendando nuevas tierras, cosechando vino, comprando acciones de ferrocarril…

El cuerpo de este anciano casi octogenario, con fibromialgia reumática, que luchó con El Empecinado, contra él, con los realistas y contra los carlistas, fue encontrado inerte por Saturio Bedoya, un sobrino suyo médico, que le administraba los bienes al final, el día de Año Nuevo de 1860.

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