Ureña en El Espinar
La baja a última hora de Enrique Ponce, resentido del percance en El Puerto de Santa María, dejó la esperadísima corrida sabatina de El Espinar, la tercera en Castilla y León de esta inquietante etapa de rebrotes crecientes del coronavirus, en un mano a mano imposible entre Paco Ureña y Toñete, sinsentido únicamente imputable a las circunstancias.
Y es que entre el toreo seco y clásico del primero y el modo autosatisfecho sin causa de su ocasional compañero no existe, ni por asomo, comparación o competencia posible, de modo que allá cada cual con el cartel en el que se deja poner. En fin, hay ocasiones cargadas por el diablo.
En corto y por derecho: Ureña estuvo bastante mejor que bien, con una oreja cortada que, a mi juicio, debieron de ser tres. Porque se me hizo de un rigor excesivo que los tendidos no se cubrieran de pañuelos a la muerte del primer toro, rematado y bonito, pero también con mucho peligro. De hecho, a Hugo Saugar, banderillero curtido en infinidad de batallas, Veterinario (guasa de nombre) le puso los pitones en la yugular y a continuación mandó a la enfermería a Azuquita, rehiletero de la misma condición, a los que esperó y tiró a dar, derrotes secos los suyos que Curro Vivas supo lidiar y con los que finalmente pudo Ureña, obligándolo a humillar para aplicarle varias series de naturales poderosísimos.
Que después de todo eso un pinchazo y una media fueran argumentos suficientes para no pedirle la oreja en una plaza de tercera y en la situación actual, cuando al no torear desde hace meses es lógico que a la hora de entrar a espadas el punto de mira de los diestros se desajuste, me parece un nivel de exigencia desproporcionado. Y que nadie vea en esto ningún matiz desdeñoso, porque me hice taurino en las plazas de los pueblos de Salamanca y sencillamente hago constar que esta vara de medir a los toreros a mi juicio peca de rigurosa (aunque quizás sea que yo peque por el extremo contrario, el de la generosidad).
Además, si un pinchazo y una media restan, entonces sería lógico que una estocada casi entera hubiera sumado el segundo apéndice al que Ureña ya se había ganado con la muleta frente al segundo toro de su lote, el cual, pésimamente tratado en varas (qué sainete dio el varilarguero), se fue poniendo bruto por instantes, con arreones peligrosísimos. Cruzándose, encajado y con la mano baja, el torero de Lorca sacó de donde en principio no se adivinaban varias verónicas ajustadísimas, una media enorme y una sucesión sin desmayo de muletazos hondos, faena –insisto- coronada con la espada. ¿Qué más hace falta para cortar dos orejas aquí y ahora? Francamente, yo creo que nada.
Ureña, por último, dio al tercero de su lote, el quinto de la noche, exactamente lo que necesitaba: supo esperarlo y, sin quitarle la muleta de la cara, dibujó naturales clásicos. Se llamaba Zalamero: otra guasa de nombre.
En definitiva, Paco Ureña se demostró inmenso, los toros estuvieron muy por encima de los habitualmente lidiados en este tipo de plazas, se colgó el cartel de “no hay billetes” y la empresa cumplió ejemplarmente con las medidas de seguridad. O sea, a pesar de todas las dificultades es posible dar toros. Lo que de verdad hace falta es tener lo que en El Espinar han tenido.