Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada era guapa y hablaba bien, pero también leía mucho y escribía mejor. Aprendería a leer y escribir en torno a los siete años, y probablemente sin ayuda de una escuela.
Como en otras familias acomodadas de la época, tendría la ayuda de algún joven maestro, amigo de la familia, o la de su madre y la hermana mayor. Aunque las cartillas de aprendizaje del primer tercio del s. XVI utilizaban caracteres góticos, ella en cambio emplearía siempre el alfabeto latino normal en grafía cursiva, con gran seguridad y soltura de mano.
Debió de tener un aprendizaje rígido, ya que mantiene una grafía firme y constante, diferente a la de sus hermanos, sin titubeos de pluma, en todos sus escritos: libros, cartas, poemas y apuntes. Teresa conoce y utiliza todo nuestro alfabeto menos la k y la w; rara vez la h o la x. No utiliza las mayúsculas, salvo raros casos, recurre mucho a las abreviaturas, que confieren fluidez a su escritura, y no conoce los signos de interrogación, admiración, paréntesis, diéresis o comillas. Y aun así fue beatificada y canonizada.
Mucha tinta se ha gastado sobre santa Teresa de Jesús, y mucho más se han leído sus textos. Cuantiosos datos hay sobre su inicial vida terrena, su obra fundacional y su mística, pero menos conocida es como mito, como leyenda. Ha sido esta imaginación popular, es decir, el relato epopéyico creado por el pueblo llano para ensalzarla, lo que nos permite verla de una forma sencilla, realista y humana, una muchacha con sentido del humor, una monja con sazonados proverbios, andariega de caminos y huésped de ventas castellanas, y no solo como una Santa y Doctora de la Iglesia, escritora inspirada por el Espíritu Santo y extasiada por el amor de Cristo.
No, Teresa posee un original sentido de Dios, diferente y muy especial, además de un resuelto enfoque del humor. Además, es muy equilibrada y sensata en su modo de afrontar la vida y, comparada con Juan de la Cruz, hasta puede salir vencedora en simpatía y en cotidianidad. Sí, hasta podría decirse que fue una persona bonachona.
Al poco de ser canonizada, en el s. XVII, el recorrido legendario de la santa abulense empezó a tomar forma en los grabados italianos, franceses y de Flandes, en las “vitae effigiatae” de entonces. Ya en el s. XVIII, en los márgenes de algunos libros impresos, se anotaban las anécdotas y algunas ficciones que corrían en boca del pueblo, hasta llegar a tiempos más recientes cuando incluso las leyendas de Santa Teresa han tomado el formato de cómic.
Hay una serie de leyendas que tratan de realzar la feminidad de Teresa y hay otras cuya propuesta es la de destacar su sentido del humor, por ejemplo, las varias que protagoniza el personaje de Maribobales, una lega portuguesa que, disfrazada de obispo, trata de bendecir pontificalmente a Teresa que estaba enferma. O cuando ésta bailaba con el cesto de la vajilla sobre la cabeza para arrancar una sonrisa a la Santa.
La vida cotidiana y casera de Teresa con sus monjas también es objeto de invención, por ejemplo, la loa que hace de su íntima enfermera: “Ana, Ana, tú tienes las obras, yo tengo la fama”; o lo que advirtió a una monja desarreglada: “Una monja mal tocada es como una mujer malcasada”.
Hay también leyendas que subrayan el humanismo de Teresa o su realismo ante la vida cotidiana, como el episodio manchego que dice “cuando perdiz, perdiz; cuando penitencia, penitencia.”, o el que sentencia que “la vida sería intolerable si no hubiese poesía”, o el más usado de todos: “Teresa sola no vale nada; Teresa más una blanca y Dios lo puede todo.”
También hay leyendas de ella que subrayan su sentido de la trascendencia, comenzando por el suceso en que a mitad de una escalera se encuentra con el Niño Jesús, y dialogan:
- ¿Tú quién eres?
- Yo Teresa de Jesús, ¿Y tú?
- Jesús de Teresa.
También es bello otro diálogo que mantiene con alguien que le advierte que en el cielo se encontrará con santos mucho más eminentes que ella, y le pregunta qué hará en ese caso: “Que en el cielo haya santos más encumbrados que yo, lo veo normal; que haya quienes amen más que yo, no lo podré soportar”.
Legendario también el lema de “dadme cada día un cuarto de hora de oración y yo os daré el cielo”, o la famosa confesión a un carmelita cuando ya tenía ella cincuenta años: “Sabed, padre, que en mi juventud me dirigían tres clases de cumplidos; decían que era inteligente, que era una santa y que era hermosa. En cuanto a hermosa, a la vista está; en cuanto a discreta, nunca me tuve por boba; en cuanto a santa, solo Dios sabe”.
Finalmente, hay otra ristra de ficciones empeñadas en comparar a Teresa con san Juan de la Cruz, como esa en el que están los dos cenando en una venta del camino, y para el postre, la generosa ventera regala un pastel a cada uno. Fray Juan se abstiene de probarlo; sin embargo, Teresa da buena cuenta de él y comenta: “Si tan buenos son los pasteles de la tierra, ¡cómo serán los del cielo!”.
Y esa otra andanza en que iban ambos caminando y sonrojándose fray Juan por los piropos que les propinan un grupo de mozalbetes, ella bromea: “Fray Juan, fray Juan, no se sonroja la dama y ¿se avergüenza el galán?”
Esta visión apacible de Teresa como un individuo corriente, y no como un ser etéreo, transverberado y espiritualmente elevado, no surgen de un día para otro, no, sino que Teresa primero es humana, con familia y vecinos, con amigos y conocidos, con una formación literaria elemental, con una grafía y estilo propios e inconfundibles que la llevaron a escribir miles de páginas de su puño, y cuyos escritos, hoy reeditados incluso en facsímil y traducidos a numerosos idiomas, son clásicos de la literatura religiosa universal.