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Aquella Semana Santa | Dicotomía de miedos e ilusiones para la chiquillería de antaño

2 abril, 2021 09:15

Dice el refrán 'altas o bajas, en abril las pascuas'. La Semana Santa es otra de esas festividades religiosas que varían según el calendario. Los actos religiosos se incluyen en esa generalidad con común a la mayoría de los municipios en costumbres y fiestas de marcado carácter sacro. No obstante, existen rasgos diferenciadores propios de algunos pueblos o, también, municipios que viven con mayor boato estas fechas religiosas, que son, en definitiva, las que conforman la Semana Santa. 

El arado cantaré 

de piezas lo iré formando,

y de la Pasión de Cristo

misterios iré explicando.


Este cantar, 'El arado', propio de Sobradillo, es el fiel reflejo de la profunda devoción de los habitantes de los pueblos por la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, y que nos da paso a esa Semana Santa tan emotiva y espectacular, llena de ilusiones y de miedos a la chiquillería de antaño. La iniciamos el Domingo de Ramos con la misa y procesión de las palmas, que eran de laurel y olivo. Era el afán de llevar el ramo más alto, más recto y más frondoso, que el padre o el abuelo cortaban del árbol más frondoso y los más pequeños adornaban con ramitas de romero florido, campanitas y pucheras. Qué gran bosque de olivos y laureles recorría las calles del pueblo.

Ya entrada la Semana Santa, la cofradías de la Vera Cruz eran las encargadas de organizar los actos religiosos, como montar el Monumento -ante el que se disponían guardias y donde permanecía el Santísimo desde que finalizaba la cena del Señor hasta la mañana de Gloria del sábado- y disponer los tenebrarios o lampadarios -depende de las zonas- para los oficios de 'tinieblas' del miércoles, jueves y viernes. Pero la mayor ilusión de estos días para los niños de entonces era poseer una carraca o matraca que hiciera el mayor ruido posible. En los días de Semana Santa, en los pueblos, solo se oía el estruendo de este aparato musical en los giros de muñeca de pequeños y mayores. 

El inconfundible ruido de las matracas o carracas

Del Jueves Santo, aún suenan en los oídos de los niños de antaño el repique por la mañana de todas las campanas del pueblo -iglesias y ermitas- y campanillas que no se volvían a oír hasta lo que se conocía como la 'Aleluya' del Sábado. Por la tarde, recordar el traslado del Santísimo al Monumento donde permanecía expuesto todo el día y toda la noche hasta los oficios del Viernes Santo por la mañana. Durante todo el día se sucedían las visitas de los vecinos a los Sagrarios. Una costumbre que aún puede contemplarse en La Alberca (Salamanca). Ya por la tarde, tenía lugar el Lavatorio con doce niños vestidos de nazarenos.

Cuando llegaba la noche y quedaban las iglesias a oscuras, se tocaban las carracas, las matracas y los carracones haciendo ese ruido tan espectacular que silenciaba otros ruidos. Además, estos aparatos también se utilizaban para llamar a los oficios religiosos del Viernes Santo, como era el Vía Crucis de la mañana -casi siempre entre la iglesia parroquial y las ermitas del Humilladero que haberlas habíalas en todos los pueblos-, y los Santos Oficios de la tarde, tras los cuales se celebraban concurridas y recogidas procesiones, en función de la cantidad de tallas que contenían las iglesias y ermitas, con sus correspondientes nazarenos.

Durante todos estos actos religiosos, los más pequeños tenían puestos sus ojos en el Tenebrario, colocado en el presbiterio, y que consistía en un triángulo equilátero adosado por su base a un alto soporte candelabro, con catorce velas que ardían y que el sacristán apagaba al final de cada uno de los catorce salmos del Oficio. La del vértice superior no se apagaba, sino que se trasladaba a la sacristía quedando toda la iglesia a oscuras y, en ese momento, el sacerdote pronunciaba la palabra "ahora" y parecía que se desataban todas las furias, vientos y tormentas habidas y por haber, al hacerse sonar dentro del templo todas las carracas, matracas y carretones durante unos minutos hasta que regresaba la luz de la vela y se encendían todas las demás luces para finalizar el oficio de Tinieblas. No había más emoción que poder vestir de nazareno, con la caperuza y el vestido y la túnica, casi siempre de color morado.

También era muy normal que las mujeres vistiesen de luto -una costumbre que aún perdura en las procesiones del Santo Entierro y La Soledad-, y fuesen acompañando a la urna en el Santo Entierro. No sin haberse celebrado antes el acto del Descendimiento, porque en todas las iglesias había un Cristo de brazos movibles, que aparecía clavado en la cruz y lo descendían para, tras el sermón de Las Siete Palabras, presentarlo a la Virgen y depositarlo en la urna sonando en el ambiente el canto del 'Miserere'. Por su importancia, diremos que este salmo interpretado por los hombres, también llamado Miserere mei, Deus,  es una composición creada por Gregorio Allegri en el siglo XVII durante el pontificado del papa Urbano VIII. Se trata de la musicalización del salmo 51, llamado Miserere, también conocido como el Salmo de David en el Antiguo Testamento. Relata la visita del profeta Natán al Rey David por haber cometido un adulterio con Betsabé. Se compuso para ser cantada en la Capilla Sixtina dentro de la Basílica de San Pedro, miércoles y viernes durante los maitines de Semana Santa. Originalmente se interpretaba en latín. 

Y con estas llega el Sábado Santo, con los oficios de Resurrección que se tenían a media noche con el encendido del cirio pascual y la finalización del luto religioso cuando se destapaban todas las imágenes de la iglesias, ocultas con telas moradas. Era la Misa de Gloria en la que se volvían a oír campanas y campanillas silenciadas desde la tarde del Jueves Santo debido al 'luto' de la muerte del Señor. Un repiqueteo intenso, musical, largo, muy largo. Finalmente, el Domingo de Resurrección, con misa en la que todos los niños iban galanes, incluso estrenando pantalón corto de espuma, calcetines nuevos blancos y camisa o jersey dependiendo de la meteorología, peinados a raya y con olor a colonia barata. Después de la misa cantada y con la iglesia llena de flores, siempre flores, se celebraba la procesión de El Encuentro en la plaza mayor casi siempre, que era donde convergían la procesión que salía de la iglesia con el Resucitado y la de su Madre, con el manto de luto, que salía por otro puerta del templo y calles distintas. En este acto a la Virgen se la desposeía del manto negro y quedaba vestida con el blanco de la vida.

Ya por la tarde llegaba la fiesta. Era el baile de tamboril para echarse una jota, comer aceitunas y altramuces -chochos-, darle a la encaña -echar un trago de vino- y comer escabeche o latas de sardina de a kilo. Era el anticipo de Lunes de Pascua, que era cuando se salía a comer el hornazo, pero eso ya es harina para llenar otro costal de historias y recuerdos. 

Típica procesión de aquellos tiempos, sin saber lugar ni fecha, solo alguien que filmó a manivela