Es un acto casi instintivo. Chocamos de forma accidental con alguien en el metro y decimos "lo siento" de forma automática, sin importar quién tenga la culpa. Escuchárselo decir a la otra persona nos hace sentir mejor porque, al asimilar sus disculpas, apagamos nuestro incipiente cabreo ante este contacto no deseado.
Pero con los niños la situación cambia. A ellos pedirles disculpas no les reconforta. "Los adultos, con la experiencia, hemos aceptado seguir el guión de disculpas-perdón que dicta la sociedad, pero los menores todavía no han interiorizado esa norma", explica a EL ESPAÑOL Marissa B. Drell, investigadora de Psicología del Desarrollo de la Universidad de Virginia (EEUU).
Para comprobarlo, la psicóloga ha dirigido un estudio (PDF) en el que 64 niños y niñas de seis y siete años construían, de forma individual, una torre con tazas de plástico. Un monitor hacía lo mismo a su lado. Cuando el menor casi había terminado de construir su torre, el adulto le pedía una de las piezas para completar la suya, con la mala suerte de que al cogerla, destruía toda la estructura montada laboriosamente por el niño.
Distintas opciones
En ese momento, se daban cuatro situaciones: el monitor le pedía disculpas inmediatamente, se las pedía después (por indicación de otra persona), le ayudaba a construir la torre de nuevo o no hacía nada.
"Lo más sorprendente fue que los niños que habían escuchado una disculpa se sentían tan mal como aquellos que no la habían recibido", afirma Drell. Sin embargo, que les pidieran perdón no fue en balde porque, cuando lo escuchaban, los menores volvían a trabajar con el patoso monitor después. "La disculpa reparó la relación aunque no aliviara sus sentimientos heridos", añade la investigadora.
Los niños se sienten mejor cuando les reparan el daño
El estudio, publicado en la revista Social Development, también revela que los niños saben diferenciar entre una disculpa instantánea o cuando se pide a instancias de otros. Ellos pensaban que el monitor se sentía más arrepentido cuando decía "lo siento" de inmediato que si lo hacía después porque se lo había ordenado otra persona.
A los investigadores también les sorprendió que los menores sólo se sentían más animados en un caso: si el monitor les ayudaba a volver a construir la torre derribada, aunque no les hubiera pedido disculpas. "Los niños se sienten mejor cuando les reparan el daño, lo que hace que mejore su relación con quien ha hecho la ofensa", mantiene la psicóloga.
Una importante convención social
Aunque a los menores les cueste más trabajo que a los adultos asimilar una disculpa, lo cierto es que pedir perdón no es un acto baladí; se trata de una importante convención social que permite que las sociedades funcionen.
"La capacidad de decir 'lo siento' es, probablemente, una de las mejores cualidades humanas. Es ciertamente importante porque, incluso con daños accidentales, las relaciones entre personas, empresas e incluso países pueden venirse abajo si no tuviéramos la habilidad de emprender gestos de reconciliación", asegura a EL ESPAÑOL Eric J. Pedersen, investigador del Laboratorio de Evolución y Comportamiento Humano de la Universidad de Miami (EEUU).
En su opinión, la principal función evolutiva que ha tenido el perdón en nuestra especie es fortalecer las relaciones, ya sean familiares, de amistad o entre compañeros, al conseguir que sigan existiendo después de diferentes conflictos.
"Este tipo de relaciones son muy valiosas y muy difíciles de conseguir y, con el paso del tiempo, suelen valer más que las discusiones que hayan podido ocurrir", aduce el experto. En estos casos, el perdón beneficia a ambas partes y el lazo que las une continúa adelante.
También los animales
Aunque pedir disculpas sea una de las cualidades que han permitido evolucionar a nuestra especie, no es un fenómeno exclusivamente humano. En algunos animales también se aprecian signos de reconciliación tras una pelea.
"Obviamente, no podemos preguntarles cómo se sienten, pero algunos, como los primates, actúan de manera que parece que se están perdonando unos a otros, al pasar mucho tiempo juntos después de un altercado", comenta Pedersen.
Por ejemplo, en el caso de chimpancés y macacos, después de una disputa, están mucho tiempo cerca, tocándose, aseándose o incluso teniendo contactos sexuales, gestos que, de alguna manera, recuerdan a los de una pareja cuando se reconcilia. No hay que olvidar que compartimos alrededor del 99% del ADN con estos primates.
Además de fortalecernos como especie, las disculpas mejoran nuestra salud física y mental, cuenta a EL ESPAÑOL Everett L. Worthington, profesor de Psicología de la Universidad de la Commonwealth de Virginia (EEUU). Cuando una persona sufre un daño por parte de otra, éste va unido a una reacción de estrés. Si el agresor le pide perdón, disminuirá este estrés y así, se reduce el riesgo cardiovascular -es decir, de sufrir hipertensión arterial, accidente cerebrovascular y ataques al corazón-.
Bueno para las defensas
"El perdón también ayuda a mejorar el funcionamiento del sistema inmunológico, al disminuir el grado de estrés crónico", apunta Worthington. Asimismo, reduce el nivel de cortisol, una hormona que se libera como respuesta al estrés y que afecta a la digestión, al funcionamiento cerebral y al sistema inmunológico, entre otros.
El perdón mejora nuestro estado físico
Junto a estos efectos directos hay otros indirectos, relacionados con la salud mental. El perdón hace que dejemos de darle vueltas a pensamientos cargados de rencor, lo que reduce la aparición de enfados y de trastornos más graves como la depresión y la ansiedad.
"Todos estos trastornos llevan asociados una peor salud. Por lo tanto el perdón, al ayudar a reducirlos, también mejora de forma indirecta nuestro estado físico", indica el investigador. Además, como pedir disculpas mejora las relaciones personales, eso también beneficia a nuestra salud.
Al final de la vida
Precisamente esta paz mental es la que no consiguen alcanzar muchas personas al final de sus días, como consecuencia de problemas no resueltos. Un estudio ha analizado cómo puede ayudar el personal sanitario a que el perdón alivie el sufrimiento de personas que se están muriendo.
"Las enfermeras tienen el reto de conseguir que se comuniquen pacientes y familiares, sobre todo, al final de la vida", narra a EL ESPAÑOL Joy V. Goldsmith, profesora del Departamento de Comunicación de la Universidad de Memphis (EEUU). "La mayoría conocen historias de pacientes que aguardan hasta que un familiar pone fin a un largo conflicto que tenían que resolver", asevera.
El sufrimiento y el dolor cuando la vida se acaba muchas veces están relacionados con asuntos familiares no resueltos. "Más de la mitad de las personas que se están muriendo son incapaces de comunicarse, lo que dificulta aún más la situación", reconoce la experta.
¿Qué es más difícil: pedir perdón o perdonar?
La ciencia no tiene una respuesta sobre si es más difícil pedir perdón o perdonar. Lo que reflejan las investigaciones es que el perdón solo conseguirá reparar el daño causado a la persona ofendida cuando este sea percibido como real, y no suene a una mera frase hecha.
"Decir 'lo siento' comunica muchas cosas a la víctima. Implica que el agresor es consciente del daño que ha causado y se está responsabilizando de sus acciones", señala a EL ESPAÑOL Peter Strelan, profesor de la facultad de Psicología de la Universidad de Adelaida (Australia).
Además, el perdón equilibra la balanza de la justicia entre las dos personas y es un acto de humildad por parte de quien realiza la ofensa. "Todos tenemos una necesidad básica de ser tratados de manera justa", recuerda Strelan.
No se puede huir del sentimiento de culpa
Los estudios científicos tampoco revelan si cuesta más perdonar a otros que perdonarse a sí mismo. En este caso, la tarea puede ser más complicada porque la víctima es a la vez el verdugo y carga con la culpa. "No puedes huir de tu propia condena ni del sentimiento de culpa", admite Worthington.
En cualquier caso, cada situación es diferente y depende mucho del contexto y de la gravedad de los conflictos. A veces el daño es tan profundo que la víctima no es capaz de perdonar. Otras, el agresor no llega a pedir nunca disculpas por el perjuicio causado. Ambas situaciones son también parte de la condición humana.