Esta semana, la directora general de la Organización Mundial de la Salud, Margaret Chan, parecía más alarmada que nunca. El brote de Zika sigue propagándose por el continente americano, hacia arriba y hacia abajo, y sobre las conexiones con la microcefalia o el síndrome de Guillain-Barré se acumulan cada vez más evidencias.
Actualmente, existen 23 proyectos en Estados Unidos, Francia, Brasil, India y Austria para desarrollar una vacuna contra el virus. Chan espera que los ensayos clínicos comiencen a finales de este año, pero podrían pasar todavía un par de años más hasta que el fármaco sea seguro y pueda comercializarse.
Mientras siguen las investigaciones, dijo Chan, "los expertos recomiendan un despliegue piloto, cuidadosamente planificado, de dos estrategias: el control microbiano, usando la bacteria Wolbachia, de patógenos humanos en mosquitos y el uso de la manipulación genética para reducir poblaciones de mosquitos".
La palabra Wolbachia llegó entonces por primera vez a los oídos de muchos, desvelando el que es, sin duda, el as en la manga de los epidemiólogos para contener futuras epidemias, y no sólo del Zika, sino también de dengue, chikunguña e incluso malaria.
El crédito a este tipo de investigaciones hay que otorgárselo a Scott O'Neill, un australiano de la Universidad de Monash que estudia desde hace unos años el potencial de esta bacteria -por lo demás bastante común- para inmunizar a los mosquitos. Uno de los primeros ensayos de campo de este patógeno está teniendo lugar en, cómo no, Brasil.
El problema con los mosquitos transgénicos
Antes de verse inmerso en este caos del Zika, el epidemiólogo brasileño Claudio José Struchiner andaba ocupado con otro caos, en concreto, el de tratar de modelizar la expansión de los mosquitos transgénicos que eran liberados para acabar con el dengue.
En su despacho de la Fundação Oswaldo Cruz, situada en Río de Janeiro y dependiente del Ministerio de Sanidad brasileño, Struchiner relata para EL ESPAÑOL el gran problema que existe con los mosquitos transgénicos, manipulados para que, al aparearse en la naturaleza con los mosquitos salvajes, tengan una descendencia estéril y la población de vectores transmisores de virus se acabe reduciendo.
"Para criar esos mosquitos en el laboratorio tienes que someterlos a una dieta con antibióticos, y en cuanto los sueltas en la naturaleza y les retiras los antibióticos, se vuelven estériles", explica Struchiner. Esto se hace porque, para que la técnica sea efectiva, hay que criar muchísimos mosquitos para luego poder liberarlos. Por ello, se mantiene artificialmente su fertilidad en laboratorio dándoles fármacos en la comida. El problema es que, al soltarlos en la naturaleza, "ya hay un montón de antibióticos, empleados por ejemplo en la agricultura, así que los mosquitos que supuestamente iban a ser estériles vuelven a ser fértiles", dice el carioca.
Se estima que, de estos mosquitos transgénicos ideados para tener descendencia estéril, un 15% vuelven a ser fértiles al exponerse a los antibióticos que hay diseminados por ahí.
El factor Wolbachia
Struchiner fue uno de los que ha colaborado con O'Neill en probar la Wolbachia en Brasil. Muchos han definido este tratamiento como una suerte de vacunación para los mosquitos. La Wolbachia está presente en aproximadamente el 70% de los insectos, pero por algún motivo no en los mosquitos como el Aedes aegypti, vector de enfermedades como el dengue, la fiebre amarilla y ahora el Zika.
"Esta bacteria tiene un mecanismo muy interesante de trucar la herencia Mendeliana", es decir, que no pasa de abuelos a nietos, sino que "pasa directamente a la siguiente generación de forma vertical, de la madre a la cría", dice el epidemiólogo.
En resumen, si un mosquito macho con Wolbachia se aparea con una mosquito hembra con Wolbachia, la progenie nacerá con Wolbachia. Si el macho no tiene Wolbachia pero la hembra sí, se produce una incompatibilidad citoplasmática y la descendencia no será viable. Es decir, que en un tiempo determinado, una población de mosquitos acabará infestada por la bacteria o bien no sobrevivirán.
En un principio, esto era una forma de control de población, pero "cuando estaban experimentando, se dieron cuenta de que la Wolbachia confería a los mosquitos una protección contra las infecciones", dice Struchiner, "los mosquitos que tenían la bacteria no contraían dengue, plasmodium o Zika".
Además, al ser un elemento que ya estaba presente en la naturaleza, eliminaba los riesgos derivados de introducir organismos transgénicos. La única dificultad era introducir una bacteria así en un organismo que a priori no la aceptaba. "No fue sencillo, hubo que adaptar especies de Wolbachia de otros insectos para irla adaptando poco a poco al mosquito", explica el brasileño, "y al final mezclar a esos mosquitos con ejemplares salvajes para que aprendan a desenvolverse en la naturaleza".