Diego López Calvín (Soria, 1965) es un profeta de la luz. La terraza de su piso, un noveno luminoso en el sur de Madrid, está sembrada de cámaras estenopeicas (sin lente) hechas a mano. Latas de bebida, papel fotosensible y tiempo, mucho tiempo. Las cosechas a veces duran un año. El fruto siempre es el mismo y siempre es distinto: el sol. En 1999, Calvín inventó la solarigrafía junto a dos fotógrafos polacos, Slavo Decyk y Pawel Kula. La técnica consiste en "registrar" la huella del astro en el horizonte. Del alba al ocaso, todos los cielos, todos los días. El resultado es una especie de aurora boreal formada por líneas contiguas (una por cada día de exposición) cuya forma fluctúa con las estaciones, la meteorología y la posición de la cámara en el globo terrestre.
"Una amiga me dijo una vez que las imágenes son una mezcla entre una radiografía de tórax y un cuadro de Turner. Si sabes leer la información puedes interpretar qué pasa ahí dentro, ponerte bajo el mismo cielo", explica el fotógrafo. "El sol siempre es el mismo, pero la percepción de un observador es muy distinta dependiendo de su latitud. En el Ecuador, el sol sale perpendicular al horizonte; en los polos sucede lo contrario". En las imágenes también se puede apreciar la intensidad de la luz, los días nublados y la transparencia de la atmósfera (cuando después de varios días de lluvia, por ejemplo, el primer punto que dibuja el sol es más brillante de lo habitual).
El 21 de julio de 2015, Diego y el astrónomo polaco Maciej Zapiór colocaron una cámara especial en el tejado. Su objetivo era captar un analema, es decir, la curva que "dibuja" el sol si se observa todos los días del año desde el mismo punto del planeta y a la misma hora. La figura es un ocho alargado, vertical en las horas centrales del día y tumbado en los extremos. Este fenómeno astronómico, que en griego significa "pedestal de reloj", es una ecuación que combina el tiempo civil con el tiempo solar verdadero.
¿Cómo lo han hecho?
La cámara está fabricada con una lata de Red Bull pintada de negro por dentro para evitar reflejos. "Los sábados por la mañana voy con la bicicleta a la universidad para recoger las del botellón de la noche anterior, a veces todavía hay gente y me preguntan si las recojo para venderlas", cuenta Diego, que ha trabajado como fotógrafo de escena en La mala educación (Almodóvar, 2004) y Lucía y el Sexo (Medem, 2001). El orificio por el que entra la luz está hecho con una aguja de dos milímetros de diámetro, el ángulo de visión es de unos 130 grados y la profundidad de campo, infinita (todo aparece enfocado, sin importar la distancia).
Después de colocar una lámina de papel Ilford en el interior, Diego sella la lata con cinta de aluminio y cinta americana negra. Estos dispositivos se conocen como pinholes (literalmente, "agujero de aguja"), y son simples cámaras oscuras pero con forma cilíndrica. Encima se pone un "capuchón" fabricado con otra lata de mayor diámetro que rotará varias veces al día para tapar o destapar el orificio y regular la entrada de luz. Esta pieza está unida a un pequeño motor de impresora y a un temporizador de riego automático programado por Zapiór, que ahora trabaja en el Observatorio Stefánik de Praga. La lata se fijó con silicona a una losa de mármol y se colocó en el tejado mirando al oeste. El temporizador estaba enchufado a la corriente y más o menos protegido de las inclemencias del clima dentro de un tupper.
Cada día, la cámara ha estado "abierta" entre las seis y las doce de la mañana para que el horizonte quede reflejado en el papel fotográfico; después se ha cerrado y sólo se ha abierto 50 segundos cada hora entre las doce y las ocho de la tarde. Los cinco ochos que se observan en la imagen se corresponden con las últimas horas de sol del día en el hemisferio norte. ¿Y las líneas que los cortan? Se podría decir que son errores.
"Los elementos son muy sensibles a los cambios de tensión y a veces se funden", explica Diego. A lo largo del año se han estropeado dos temporizadores y el capuchón se ha despegado una vez, dejando la cámara abierta e interrumpiendo durante unos días la rutina. "El sonido de la lata rotando me recordaba al de los pájaros carpinteros en los bosques de Soria. Era como un test auditivo para saber que la cámara estaba funcionando bien", recuerda. En marzo, Diego estaba de viaje, el mecanismo falló y el sol dibujó una gruesa franja en el horizonte durante una semana.
La imagen también permite apreciar cómo la Tierra "viaja" más despacio en la parte inferior del ocho, es decir, entre abril y septiembre, cuando la órbita del planeta, que es elíptica, lo aleja más del sol. En los polos sólo es posible registrar medio analema, puesto que el astro permanece escondido la mitad del año.
Entre lo analógico y lo digital
El jueves pasado retiró el dispositivo, abrió la cámara en un baño con luz roja y extrajo el negativo. "Cuando abrí la lata lo hice con una mezcla de ansia y emoción. Los fotógrafos estamos acostumbrados a trabajar con la realidad inmediata y esto es completamente diferente. Al principio fue un poco decepcionante porque la luz roja te oculta algunos detalles, pero al ponerla en el escáner e invertir los colores en el Photoshop apareció todo más claro". Los negativos de este tipo de cámaras se positivan digitalmente, no hace falta revelarlos. "Es un puente entre las técnicas del siglo XIX y las del XXI, entre lo analógico y lo digital", continúa.
Los materiales son asequibles y el proceso parece sencillo, pero detrás hay años de experimentación. Hace dos años, su compañero Maciej Zapiór y el físico Lukasz Fajfrowski capturaron por primera vez un analema solar en una sola "toma". Hasta entonces se habían hecho con cámaras digitales, fotografiando el sol durante el año y superponiendo todos los puntos en una sola imagen. Zapiór y Fajfrowski combinaron la solarigrafía con sus conocimientos de astronomía y programación y el resultado fueron tres ochos fantasmagóricos en el cielo de Polonia. Un retrato inédito del sol que la NASA eligió como imagen del día en el equinoccio de primavera (20 de marzo de 2014).
"A veces se integran elementos orgánicos en la fotografía. El polvo, la contaminación, el agua… hacen que la emulsión se cuartee o pierda definición y el resultado es abstracto, pictórico, impresionista", señala. El moho ha cubierto algunas solarigrafías, dando una apariencia vegetal a la superficie. Diego ha colocado el negativo dentro de un libro (Pulgarcita, de Miguel Serres) y debajo de otro (Proyecto K., de Paco Gómez). Cuando esté prensado lo cubrirá con papel vegetal y lo guardará en una caja opaca. Partículas de sol en el armario. "Igual que los genera, la luz los puede destruir", dice. "Es poético".