La necrofilia o atracción sexual por los cadáveres es, tal vez, uno de los trastornos sexuales más raros que ha abordado la psiquiatría a lo largo de la historia. El caso más conocido quizás sea el de Carl Tanzler, un radiólogo que en 1931 fue capaz de exhumar el cadáver de una de sus pacientes, de la que se había enamorado, para seguir teniendo relaciones con ella. En España, Manuel Delgado Villegas, El Arropiero, uno de los criminales más salvajes que ha dado nuestra crónica negra, llegó a violar el cadáver de una anciana muerta durante varios días. Sólo un puñado de casos más se conocen con detalle en todo el mundo. De hecho, la literatura científica no recoge demasiada información sobre esta extrañísima perversión. Una búsqueda en PubMed, una enorme base de datos de artículos, arroja apenas 49 resultados, lo que indica que existe un cuerpo de literatura muy pequeño con fuentes modernas.
El último gran caso de estudio que sí abordó esta parafilia en toda su complejidad y de forma extensa fue publicado en la revista Journal of Forensic and Legal Medicine en 2011, hace ya seis años. Un equipo de investigadores encabezado por Samir S. Boureghda, entonces psicólogo del Instituto de Psiquiatría Forense de Hamburgo, estudió y analizó el espeluznante caso de G., un alemán de 40 años que fue detenido e internado en un psiquiátrico en el año 2000, tras dos décadas realizando todo tipo de actos necrófilos (desde visitar cementerios hasta diseccionar cuerpos y llevarse algunas partes a su casa con fines sexuales). Unos actos que documentó con miles de fotos que custodió durante años en un refugio a 20 kilómetros de su casa.
El interés de este ingeniero civil por los muertos comenzó a gestarse, según el relato que hizo a los psicólogos, durante su niñez. En la casa en la que vivía con su familia, en una pequeña localidad de Baviera. Allí veía cómo su padre mataba y destripaba algunas liebres y conejos. Si bien es cierto que nunca sintió ningún tipo de excitación, estas imágenes quedarían grabadas para siempre en sus retinas e hicieron que, poco más tarde, con siete años, empezase mostrar un interés inusitado por la anatomía así como a abrir algunos animales muertos que encontraba.
Un gran coeficiente intelectual
Creció bajo una educación "estricta y religiosa". Con un coeficiente intelectual de 130, por encima de la media, superó la etapa escolar sin ninguna dificultad ni desorden afectivo y obtuvo una plaza en la universidad, donde conoció a su mujer y se licenció como ingeniero civil. Sin embargo, los informes relatan que algo ocurrió en su mente durante la adolescencia. Con 16 años, este alemán comenzó a ver películas de caníbales, a desarrollar una extraña fascinación por el cementerio del pueblo de al lado y a preguntarse cómo sería una persona por dentro.
A los 22 años irrumpió por primera vez en una morgue. Una noche, impulsado por un instinto irrefrenable, acudió hasta el camposanto, accedió hasta el depósito de cadáveres y abrió uno de los ataúdes que allí encontró con el único objetivo de contemplar el cadáver que yacía en su interior. Durante los años 90, G. no dejaría de acudir al cementerio varias veces por semana. Este necrófilo obtenía la información sobre los cuerpos que llegaban hasta allí siempre de la misma manera, a través de los obituarios del periódico local, que leía con verdadera fruición. Cuanto más escabrosas eran las muertes, más atracción sentía por ellas.
En paralelo al desarrollo de la parafilia, G. forjó una vida aparentemente normal junto a sus dos hijos y su esposa, a la que le unía una "relación cariñosa" y con la que mantuvo "una conducta sexual normal y sin ningún tipo de problema durante la primera década del matrimonio", según relatan los psicólogos y psiquiatras.
Todo saltó por los aires en 1999, año en el que fue detenido. La policía encontró información y material gráfico sobre tres incidentes necrófilos distintos, llevados a cabo con los restos de tres jóvenes a las que, según aseguró, no conocía de nada. Según el relato de G. a los agentes, éstas fueron las únicas veces en las que mantuvo contacto físico con cadáveres.
De 1981 a 1999
El primero de ellos ocurrió en 1981. G. se encaprichó del cadáver de una joven que acababa de llegar a la morgue. Tras abrir el ataúd, le arrancó las piernas y se lo llevó a una zona de campo, donde lo diseccionó lentamente y lo enterró. Cuatro años después acudiría al mismo lugar para recuperar los huesos y llevarlos a casa, donde los almacenó durante algunos meses.
En 1985 tuvo lugar el segundo episodio. G. acudió al cementerio tras ver en el periódico el obituario de una mujer que acababa de fallecer. Tras encontrar el cadáver en la morgue, le cortó la pared abdominal, le arrancó los pechos y le quitó los ojos. Metió todo en unas bolsas y sacó los restos de allí. "Durante estos dos primeros episodios, G. experimentó cierto nivel de repugnancia por sus acciones. Una sensación que, a partir de entonces, resolvería utilizando guantes para tocar los cadáveres", se puede leer en el informe del Instituto Forense de Hamburgo.
El incidente más grave, sobre el que más información consiguió recopilar la policía, ocurrió en 1999. Este necrófilo había leído en los diarios que una joven acababa de ser arrollada por un tren, por lo que quiso ver su cadáver inmediatamente. Acudió al cementerio por la noche. Tras encontrar el cuerpo, decidió que esta vez se lo llevaría a casa. Antes de meterlo en el coche, abrazó el cadáver y le realizó diversos tocamientos. Según contó a los psicólogos, este tipo de actos le reportaban una extraña sensación de "felicidad" y "excitación" a la vez. Llevó el cuerpo hasta un patio y lo depositó en un contenedor después de tomar unas cuantas fotografías.
Al día siguiente, volvió al lugar y desnudó el cadáver para inspeccionarlo y fotografiarlo de nuevo. Durante todo este este tiempo, G. llegó a intentar mantener relaciones sexuales con el cuerpo. Sin embargo, su erección se venía abajo a la hora de iniciar la penetración. Tras un tiempo jugando con el cadáver, este alemán pensó que era hora de diseccionarlo. Le cortó la cabeza y las piernas, y puso la mayor parte de los intestinos en recipientes de plástico mientras retrataba todo el proceso con su cámara. También le cortó los pechos y los puso en un cubo para llevárselos a casa.
En las siguientes semanas, G. estuvo llevando distintas partes a su domicilio. Para limpiarlas, echaba las vísceras y los pedazos de carne muerta en la bañera y se introducía allí, con ellos, mientras dejaba el agua correr y se masturbaba. Las excusas más variopintas sirvieron durante mucho tiempo a este enfermo mental para mantener sus actividades necrófilas en secreto. Hasta que fue descubierto.
En 1999, la policía encontró más de 5.000 fotografías detalladas de sus actos y varios vídeos. Fueron estos documentos los que revelaron el proceso de disección que seguía así como el resto de actividades sexuales que llevó a cabo durante años. Los investigadores también encontraron varios textos y dibujos extraños, en los que aparecían hombres secuestrando y desenterrando cadáveres.
Fue ingresado en un centro psiquiátrico en el año 2000, tras ser condenado por violar sepulcros, profanar cadáveres y llevar a cabo distintos actos necrófilos. Tras valorar los dibujos encontrados y el testimonio de un testigo, el tribunal alemán que lo juzgó concluyó que podría haber acabado asesinando a su mujer y cortándola en pedazos de no haber sido detenido. "Este análisis demuestra que la necrofilia puede cambiar de gravedad con el tiempo. Se necesitan más estudios de casos como éste para que en el futuro la investigación empírica pueda abordar este raro fenómeno", concluyeron los psicólogos.
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