Un niño sufriendo por tener que comerse un plato de verduras.

Un niño sufriendo por tener que comerse un plato de verduras.

Ciencia

¿Por qué mi hijo no quiere comer verduras? Así influyen la genética y los padres en su comportamiento

El ADN explica el 60% de las diferencias en el rechazo a ciertos alimentos a los 16 meses y el 80% entre los 3 y los 13 años.

28 septiembre, 2024 02:40

Uno de los conflictos más habituales de los padres con sus hijos cuando son pequeños es conseguir que mantengan una dieta variada y equilibrada. El famoso "tienen que comer de todo". Esta cuestión puede ser muy estresante para los padres que puede, incluso, hacer que se cuestionen como cuidadores. Sin embargo, ellos tienen menos que ver de lo que parece con estos comportamientos. Una investigación ha encontrado que la aversión de los pequeños a ciertos alimentos está relacionado con la genética

El estudio, publicado este mes en la revista Journal of Child Psychology and Psychiatry, muestra el ADN como un factor dominante. Según los datos de los investigadores, a los 16 meses la genética explicaba el 60% de las diferencias en el rechazo de los menores a ciertos alimentos. Una cifra que se llegaba a elevar al 80% entre los 3 y los 13 años. A los siete años se ve un ligero pico de comportamiento quisquilloso en los pequeños que a partir de entonces comienza a disminuir, indica el trabajo.

Con la investigación, se puede concluir que los gestos negativos ante probar nuevas comidas, o el rechazo directo a algunos alimentos, están más influidos por sus genes que por la forma de crianza. Por lo tanto, también abre la puerta a poder intervenir de manera distinta para conseguir que los menores amplíen su tolerancia.

[Un nuevo estudio vincula el autismo en niños con una microbiota intestinal alterada]

Cada niño es un mundo, pero hay ciertos grupos de alimentos que suelen presentar más dificultades a la hora de introducirlos en su dieta. Por ejemplo, las verduras. Esto tiene también una explicación biológica, según David González, profesor de biología molecular en la Universidad de Extremadura (UNEX). El ser humano, como cualquier animal, tiene una tendencia natural a buscar los hidratos de carbono por su gran aporte de energía. Este nutriente se encuentra en alimentos ricos en azúcares, con sabores dulces. Los menores "tienden a limitar los alimentos que menos se identifican con un aporte de energía fuerte". Un aspecto que no suelen tener las verduras y que puede justificar que los pequeños "prefieran el chocolate a una alcachofa", detalla el experto.

Estos datos, sin embargo, no significan que sea una situación irremediable: "Que sea genético no significa que no se pueda cambiar", cuenta González. Como muestra el trabajo, conforme avanza la edad también varía la tolerancia con los alimentos. Cerca de la pubertad (sobre los 13 años) son menos tiquismiquis con la comida y están abiertos a probar sabores nuevos.

Este hecho explica también un fenómeno común en la vida adulta. Hay muchas personas que reconocen que de pequeños rechazaban ciertos alimentos y cuando son mayores les encantan. Con el crecimiento, además de ese aumento de tolerancia, también cambian los hábitos. "Es lógico que algo que no te gustaba de pequeño, sí que te guste de adulto", afirma el profesor de la UNEX.

Para conseguir ese cambio en los niños, González aconseja que hay que intentar adaptarse a sus gustos y, a la vez, intentar sacarlos poco a poco de su zona de confort para incluir cada vez más alimentos. "El ADN no es una excusa para restringir la dieta", asegura el biólogo. 

Para realizar el estudio, los autores emplearon una muestra de 2.400 parejas de gemelos de Gemini, una cohorte de niños gemelos nacidos en Inglaterra y Gales en 2007. Además de esta información, también emplearon cuestionarios sobre su crecimiento, comportamientos alimentarios, apetito, el entorno del hogar y datos de salud. Los padres tuvieron que responder preguntas sobre estos aspectos cuando los gemelos tenían 16 meses, 3, 5, 7 y 13 años.

[Más de un tercio de los niños españoles sufre exceso de peso: las familias más pobres son las más afectadas]

Para González, no había otra forma de hacerlo que no fuera con gemelos: "Sería imposible hacerlo de otra manera". Como no realizan un estudio molecular genético de cada participante, estos hermanos cuentan con los mismos genes, o casi. Los gemelos idénticos compartel el 100% del ADN y, los que no lo son, el 50%. De esta forma, el trabajo, en vez de analizar las diferencias moleculares, lo hace con las variaciones fenotípicas, que es "lo que se ve desde fuera", explica el biólogo.

Limitaciones

El profesor de la UNEX resalta dos debilidades del estudio. La primera es que no han tenido en cuenta la epigenética, las modificaciones químicas que sufre el ADN. Aunque dos gemelos compartan sus genes por completo, estas variaciones pueden ser diferentes en cada individuo. Por lo tanto, es importante tenerla en cuenta, resalta el experto. La ciencia ya ha demostrado que este aspecto puede variar, incluso, la propensión a sufrir enfermedades y trastornos como el Alzheimer o el autismo, detalla.

El otro factor que destaca González es la limitación territorial de la muestra: "Está demasiado localizada". Al emplear solo población de Gales y de Inglaterra, las diferencias culturales son mínimas. Lo ideal, cuenta, sería poder realizar un estudio más pormenorizado con información de distintas regiones para comparar los resultados de una forma más real. 

Además del ADN, hay factores externos que influyen en la aversión de los niños a ciertas comidas. Los investigadores también observaron que entre los 7 y los 13 años, experiencias individuales, como tener amigos distintos, podían explicar hasta el 25% de las diferencias en estos niveles de rechazo de los alimentos entre uno y otro hermano.

Los hábitos que observan en sus compañeros de clase y en sus amigos puede influir de manera positiva o negativa en los hábitos alimentarios de los más pequeños. González cree que este estudio puede servir para mostrar a los padres que el hecho de que sus hijos rechacen ciertas comidas no significa que hagan mal su papel como cuidadores. El biólogo afirma que no deben obsesionarse con el tema: "Al final hay una tendencia a querer probar alimentos nuevos".