Ayer, tras varias horas de incertidumbre acerca del paradero y estado operativo del módulo Schiaparelli que la Agencia Espacial Europea quería posar suavemente en la superficie de Marte, su director Jan Woerner emplazó a los medios de comunicación a primera hora de la mañana siguiente para conocer los detalles del aterrizaje enviados desde el orbitador TGO.
Los científicos de la ESA pasaron toda la noche trabajando pero, a día de hoy, aún no se sabe si el módulo logró amartizar de una pieza o si, como se teme, ahora mismo está hecho añicos en mitad del Meridiani Planum.
"Todo ha funcionado como lo teníamos planeado hasta un cierto punto", ha confesado hoy Andrea Accomazzo, responsable de operaciones en el Centro de Control de la Agencia Espacial Europea.
Ese cierto punto parece estar en el último segmento del amartizaje. Los datos confirman que el escudo térmico ideado para proteger a la nave funcionó a la perfección y que el paracaídas fue desplegado como se esperaba. La última parte era el encendido de unos propulsores que amortiguarían la velocidad del Schiaparelli antes de dejarlo caer a un par de metros sobre el suelo.
Los datos recibidos sugieren que los propulsores, según ha confirmado el italiano en rueda de prensa "sólo funcionaron entre tres y cuatro segundos".
Pese a todo, desde la ESA rechazan hablar de fracaso. "La exploración de Marte es difícil y desafiante, por eso la hacemos", ha dicho David Parker, director de Exploración Robótica y Vuelos Tripulados de la agencia.
Por un lado, el módulo sólo tenía previsto funcionar durante unas cuantas horas y los datos ambientales que preveía recoger no serían significativos, ya que hay ahora mismo en Marte una máquina mucho más preparada para ello, el Curiosity de la NASA. Por otro lado, casi todas las contribuciones científicas de la misión de aquí a 2020 serán hechas por el orbitador TGO.
Todo eso es cierto. Sin embargo, el test de aterrizaje del Schiaparelli era crucial para allanar el camino al próximo rover europeo, el ExoMars que será lanzado dentro de cuatro años.
Ese era el gran fantasma, no verbalizado, hoy en Darmstadt a la espera de los datos sobre Schiaparelli que serán publicados en los próximos días.