Si la somnolienta señorita de la imagen no te ha contagiado su bostezo, felicidades por tu fuerza de voluntad. Pero permite que nos pongamos el casco de Darth Vader y ahuequemos la voz para anunciar que toda resistencia es inútil. El bostezo sigue siendo un misterio para la ciencia: por qué ocurre como reacción al sueño y el aburrimiento, por qué otros animales como los perros y los monos también lo hacen, y por qué ver un bostezo (o simplemente hablar de ello) nos lo provoca. Pero, por lo menos, ahora sabemos por qué este efecto contagio es irresistible.
Un equipo de expertos de la Universidad de Nottingham (Reino Unido) se ha aplicado a estudiar el fenómeno del 'bostezo contagioso' en una serie de experimentos que recoge la revista Current Biology. Lo describen como una forma común de ecofenómeno, las imitaciones inconscientes que se dan el comportamiento humano, como la ecolalia (la repetición de una palabra que acabamos de oír) o la ecomimia, reproduciendo sin darnos cuenta las expresiones de un rostro que tenemos delante.
Los investigadores seleccionaron a 36 adultos a los que pusieron a ver vídeos de personas bostezando. Mediante estimulación magnetica transcraneal, registraron su actividad neurológica. Y a partir de ahí, distribuyeron a los participantes en grupos: a unos se les pidió que intentasen evitar bostezar, mientras que los demás podían hacerlo a placer.
Aquellos que intentaron contenerse registraron, como era de esperar, menos "bostezos completos". Pero eso no significó que dejasen de bostezar: los estaban reeemplazando por "bostezos disimulados". Cuando los investigadores, al término del experimento, pidieron a los participantes que puntuasen su necesidad de bostezar, esta se reveló más intensa entre quienes habían intentado resistirse.
Un segundo experimento consistió en estimular la región del córtex cerebral de los participantes que regula la actividad motora, y que se relaciona con los bostezos. La necesidad de bostezar aumentó, y los registros neurológicos demostraron que la actividad en este área se había disparado de modo similar cuando a los sujetos se les pidió que se contuvieran.
"Las ganas de bostezar se incrementan cuánto más intentas reprimir el bostezo", concluye Georgina Jackson de la Universidad de Nottingham. El equipo espera que estos resultados abran la puerta a desarrollar tratamientos contra trastornos neurológicos que provocan acciones incontrolables, como el síndrome de Tourette.