Los hemos visto en tantas películas que se han convertido en una categoría más entre los monstruos clásicos, como Drácula o Frankenstein. Los alienígenas, hasta la fecha tan imaginarios como el conde vampiro o la criatura hecha de retales, tienen también un aspecto muy reconocible para nosotros. Y sin embargo, los hombrecillos pequeños de color gris verdoso, rostro ovalado y grandes ojos que tantas veces hemos visto en el cine no dejan de ser un puro producto de la fantasía, especiado con algunas dosis de expedientes X. Pero ¿qué aspecto podrían tener realmente, si es que existen?
Para ilustrarnos sobre ello, un grupo de zoólogos de las universidades de Oxford (Reino Unido) ha aplicado los principios básicos de la biología a la posible existencia de seres en otros planetas. Los investigadores, dirigidos por el biólogo evolutivo Stuart West, se han basado en la regla fundamental que rige la vida en la Tierra: la Teoría de la Evolución, enunciada por primera vez por Charles Darwin y Alfred Russell Wallace en el siglo XIX, y que a su vez también ha evolucionado desde su formulación inicial.
Los autores del estudio, publicado en la revista International Journal of Astrobiology de la Universidad de Cambridge, reconocen que es aventurado especular sobre las características de un posible organismo alienígena. "No hay una razón teórica para que no puedan estar basados en el silicio y no tener ojos", escriben. Pero al menos se muestran confiados en que su existencia es algo probable. "Incluso si el 0,001% de esos planetas [habitables estimados en la Vía Láctea] engendrara vida, esto significaría 200.000 planetas habitados en nuestra galaxia".
Selección natural
Para elaborar su modelo, los investigadores se basan en el principio de la Selección Natural, el mecanismo evolutivo por el cual las especies van cambiando gracias a la aparición fortuita de ciertas variaciones genéticas que perduran al conferir una mejor adaptación al medio. La selección natural es un resorte de la evolución ampliamente estudiado y corroborado en nuestro planeta.
El estudio de West y sus colaboradores no es el primero que utiliza los principios evolutivos para aventurar cómo podrían ser los alienígenas. Una de las especulaciones más citadas es la que elaboraron en 1976 los astrofísicos Carl Sagan y Edwin Salpeter. Los dos científicos imaginaron un planeta gigante gaseoso como Júpiter en cuya atmósfera podrían haber evolucionado tres clases de criaturas voladoras: los hundientes, similares al plancton de nuestros mares; los flotantes, como grandes globos que se alimentan de los hundientes; y los cazadores, depredadores que acechan a los flotantes.
Pero para llegar al desarrollo de un ecosistema como el imaginado por Sagan y Salpeter es necesario en primer lugar establecer si la selección natural se aplicaría a otras formas de vida en otros lugares del universo, por raros y distintos de lo que conocemos que fueran esos seres y sus hábitats. Según argumentan los autores del estudio, si esos alienígenas son verdaderas formas de vida con variaciones heredables de padres a hijos que confieren distinto grado de éxito, "pasarán por la selección natural". De lo contrario no podrían ser más complejos que una simple molécula que se copia exactamente de una generación a la siguiente.
En busca del bien común
La vida compleja surge cuando las células comienzan a agregarse para trabajar en equipo. Para West y sus colaboradores, la clave para que aparezca esta complejidad es lo que llaman "grandes transiciones en la individualidad". Es entonces cuando "un grupo de individuos que antes podían replicarse independientemente cooperan para formar una nueva forma de vida más compleja o un organismo de nivel superior", escriben. Este proceso se ha dado en la Tierra en una variedad de niveles, desde los genes que se unen para crear genomas, pasando por las células que se agrupan para formar tejidos y órganos, hasta los seres vivos individuales como las hormigas que se congregan para organizar sociedades.
Tanto en las células de un organismo como en las hormigas de una colonia, el secreto del éxito está en que predomina el bien común sobre el interés individual. Esto, alegan los investigadores, se produce gracias a la resolución del conflicto que deja de lado la competición típica de la selección natural para "alinear los intereses"; es decir, trabajar por el bien común, un objetivo que interesa cuando las partes dependen unas de otras o comparten lo suficiente para considerarse parte de algo mayor, como cuando poseen los mismos genes.
Según esta línea de razonamiento, los investigadores concluyen que los alienígenas deberán ser "entidades que están construidas por otras más pequeñas en una jerarquía de niveles de individuos". West y sus colaboradores alegan que esto podría ocurrir desde el nivel más inferior, el de los genes, hasta la aparición de "una sociedad de sociedades, donde muchas diferentes colonias sociales colaboran, con cada sociedad especializándose en diferentes tareas de modo que unas son completamente dependientes de otras".
Un cuerpo con muchos brazos
Para ilustrar todo este esquema, West y sus colaboradores proponen como modelo una criatura ficticia, el "alienígena de Darwin", llamado 'octomita'. Se trata de un organismo formado por un cuerpo central rodeado por varios brazos, cada uno de los cuales es el resultado de la evolución de seres individuales. Cada brazo está formado por partes similares a nuestras células, las cuales a su vez contienen moléculas capaces de replicarse como nuestro ADN. "Cada colección de entidades de nivel inferior ha alineado sus intereses evolutivos de modo que se elimina el conflicto", escriben los autores. "Estas entidades se asocian en una división del trabajo con varias partes especializándose en tareas diversas, de manera que son mutuamente dependientes".
A los terrícolas, la idea de un ente formado por otros más pequeños y simples puede resultarnos más o menos obvia, ya que así es como se organiza la vida en la Tierra, desde nuestros cuerpos formados por células hasta las colonias de hormigas. Pero generalizar este esquema a cualquier tipo de vida que pudiéramos hallar en el universo sería un salto al vacío, a no ser que se sustente la teoría de que es un requisito biológico para cualquier forma de vida. Y según concluyen West y sus colaboradores, lo es.
Lo cual parece cortar las alas a ciertos conceptos manejados a veces por la ciencia ficción: adiós a esos seres alienígenas constituidos sólo por una especie de energía inmaterial que puede tomar cualquier forma. Por último, la conclusión de este esquema de transiciones nos deja también una lección para nuestro futuro: si queremos que nuestro planeta vivo prospere evitando la autodestrucción, nuestro siguiente paso en la evolución debería ser esa 'Sociedad de sociedades' de la que hablan los investigadores. Cooperar para sobrevivir es también una necesidad biológica.
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