Papá Noel, la mirra, las ramas de abeto… La Navidad no se puede entender sin una serie de conceptos y personajes que se repiten año tras año. Su origen es inmemorial, y muchos desconocen qué hay detrás de toda esa historia. En ocasiones la tradición cristiana se mezcla con la pagana. En otros, en cambio, subyace una oportunidad para la especulación científica.
Por ejemplo, la famosa estrella que guió a los Reyes Magos hacia Belén para conocer al hijo de Dios recién nacido. Esa estrella no es como las que representamos con puntas o lejana y estática en el cielo como la que vemos cada noche. La representamos en movimiento, con un haz detrás de ella, como si fuera un cometa. Pero los científicos ponen en entredicho que un pariente del Halley hiciera esto.
Algunos astrónomos habían considerado en el pasado que la estrella que guió a Belén debía ser algún tipo de objeto celeste. Durante mucho tiempo se barruntó la idea de un cometa, pero hay varios argumentos para desecharla. En primer lugar, que si las majestades de Oriente debían seguir una estrella, un cometa no se parece en absoluto a una de ellas y queda muy lejos, así que mal trabajo haría para guiar.
En segundo, que de haber seguido al sospechoso habitual, el cometa Halley, debían haber empezado su viaje un poco antes: surcó los cielos en el 12 antes de Cristo. Y por último, que en aquella época los cometas asustaban a la gente. Era vistos como presagios de catástrofes, y no de buenas nuevas.
El astrónomo Johannes Kepler tuvo otra teoría en el siglo XVII: era una estrella, sí, pero una nova o una supernova. Sin embargo, no existen registros de que por aquel entonces alguna de estas explosiones cósmicas fuera visible desde la Tierra.
La explicación más razonable es que hubiera una conjunción de planetas, es decir, que dos se aproximaran mucho en su órbita y pudieran divisarse en el cielo de este modo. Están probados este tipo de fenómenos en la época, sobre todo entre Júpiter y Saturno, así que puede que Melchor, Gaspar y Baltasar (o sus contemporáneos) usasen este fenómeno como referencia para llegar a su destino.
Hablando del triumvirato más esperado por los niños. Los regalos que llevaron a Jesús fueron muy especiales y dieron incluso para una escena mítica de La vida de Brian: oro, incienso y mirra. ¿Por qué estos regalos? Al parecer, el oro era el presente dirigido a las personas que debían prepararse para ser monarcas; qué mejor regalo para el Rey de Reyes, entonces.
El incienso se quemaba en el altar como tributo a los dioses, y él era hijo de Dios. Y la mirra, un bálsamo, serviría a María para limpiar el cuerpo de su hijo cuando falleciera. En definitiva, eran tres regalos muy relacionados con su vida futura.
Renos, santos y acebo
Y si alguien puede competir en popularidad con los Reyes Magos, ese es Papá Noel. Cada noche del 24 de diciembre viaja con su trineo y sus renos a repartir regalos en todo el mundo. Si estos animales son tan parecidos a los ciervos, ¿sería posible que tuviera algunos de estos de refresco a su paso por España?
Estaría difícil, ya que los renos son la única especie domesticada en la familia de los cérvidos. Hay otros aspectos sobre su vida que tampoco se les cuentan a sus niños y que el reciente descubrimiento de su genoma permite difundir. Unos investigadores chinos presentaron hace unas semanas la secuencia completa del genoma del reno, que es más o menos del mismo tamaño que el de la oveja y un poco más pequeño que los de humanos, vacas y cabras: 2600 millones de pares en total.
El completo desarrollo del genoma permitirá conocer más a los cérvidos y la evolución de la especie del Rangifer tarandus, el nombre científico de Rudolph y sus colegas. Con el mapa completo, los científicos ya han descubierto que renos y cabras vienen de un antepasado común del que se separaron hace 29,6 millones de años.
Probablemente toda esta información sorprendería al mismísimo Papá Noel. También conocido como Santa Claus, de santo tenía algo. La figura de este bonachón anciano está inspirada en un santo de la Iglesia católica, san Nicolás de Bari, que vivió en el siglo IV. Se considera un protector de la infancia por resucitar milagrosamente a niños. Y se encuentra en el origen de la tradición de colocar zapatos o calcetines para que nos los llenen de regalos, ya que ahí cayeron las monedas que tiró a casa de un hombre empobrecido que forzaba a sus hijas a prostituirse.
Sus presuntas reliquias se encuentran en la basílica de San Nicola, en Bari (sur de Italia) desde 1087, pero también en otras iglesias del mundo. Y decimos presuntas porque puede que los restos no pertenezcan a la misma persona.
Investigadores británicos han analizado por primera vez uno de esos huesos, en concreto uno guardado en una iglesia estadounidense, con un sistema de datación por radiocarbono. Han certificado que pertenecen a la época en la que vivió este obispo, que nació en la actual Turquía. El siguiente reto es certificar que pertenecen a la misma persona que está enterrada en Bari y en otras ciudades, como Venecia.
Papá Noel, Santa Claus o San Nicolás, como prefiramos llamarlo, suele vestir de rojo, el color más asociado a las fiestas navideñas. Decora mesas y árboles, y de él está teñida mucha ropa interior. La tradición es mucho más vetusta de lo que se piensa.
En concreto, viene de la época de los romanos, cuando se usaban las rojas bayas del acebo para decorar. De hecho, todavía es posible ver ramas de este árbol en centros de mesa o paredes. Sin embargo, nuestros antepasados lo hacían para conmemorar las Saturnales, unas fiestas en las que se rendía tributo a la agricultura justo cuando comenzaba el duro invierno.
El acebo, que sobrevivía en esta estación, se regalaba a los allegados como símbolo de prosperidad. Con el tiempo, los cristianos lo tomaron: el vivo color rojo representaba la sangre de Cristo y sus hojas las espinas de la corona con la que murió.
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