En octubre de 1884 se celebró en Washington la Conferencia Internacional del Meridiano, una reunión en la que 25 países fijaron que el meridiano cero a partir del cual se miden las longitudes en el planeta pasaría por el Observatorio de Greenwich, en Londres.
Hasta aquel momento cada nación utilizaba su propio meridiano y así se reflejaba en sus mapas terrestres y marítimos. Por ejemplo, a lo largo del siglo XIX los marinos españoles tomaron mayoritariamente dos observatorios como referencia, el de Cádiz y el de San Fernando. En un mundo que comenzaba a globalizarse, con medios de transporte cada vez más abundantes y rápidos, esta variedad causaba numerosos problemas y obligaba a perder el tiempo traduciendo coordenadas. De hecho, en esta época había cierta inquietud por unificar pesos, medidas y cualquier lenguaje científico.
El caso es que no existía ninguna razón científica para fijar la línea imaginaria en ningún punto en concreto, así que se trataba de una decisión política en la que entraba en juego el poder y el prestigio. En ese sentido, Greenwich ya tenía cierta ventaja: el Imperio Británico estaba en su máximo esplendor y muchos navegantes de otros países lo consideraban mucho más práctico.
Sin embargo, nada estaba decidido y los franceses, que tenían su meridiano en París, pelearon por evitar que Londres se llevara los honores y, como su capital tampoco ofrecía mejores argumentos, propusieron soluciones neutrales. Una de las que tenía más fuerza por tradición y motivos geográficos era establecer el meridiano cero en la isla canaria de El Hierro.
En realidad, la idea no era nueva. Ya el griego Claudio Ptolomeo se había preocupado por establecer unas coordenadas terrestres y las Islas Canarias eran el punto más al oeste conocido, el fin del mundo, así que no había mejor punto desde el que empezar a contar.
Francia ya lo había propuesto
En 1634 el cardenal Richelieu, al servicio de Luis XIII, congregó a astrónomos, matemáticos y otros sabios con la intención de establecer un meridiano cero universal y concluyeron que El Hierro reunía las mejores condiciones, en particular, su extremo más occidental, la Punta de la Orchilla. Además, era una buena manera de dividir el Viejo y el Nuevo Mundo. El Hierro fue conocida también como la isla del meridiano.
La idea tuvo un éxito relativo entre la cristiandad. Los holandeses prefirieron fijarlo en el Teide e incluso en España a lo largo de los siglos se propusieron los meridianos de Salamanca, Madrid y Toledo, aunque en algunos casos es dudoso que alguien llegase a utilizarlos.
La solución de compromiso que buscaba Francia chocaba con la conveniencia de que la línea imaginaria pasara por un observatorio real situado en tierra, así que finalmente en Washington se puso sobre la mesa la opción de Greenwich, que obtuvo 22 votos a favor: Austria-Hungría, México, Chile, Países Bajos, Colombia, Paraguay, Costa Rica, Rusia, Alemania, El Salvador, Gran Bretaña, España, Guatemala, Suecia, Hawaii, Suiza, Italia, Turquía, Japón, Estados Unidos, Liberia y Venezuela. El único voto en contra fue el de la República Dominicana. Brasil y Francia se abstuvieron.
España estuvo representada por su embajador en Estados Unidos, Juan Valera y Alcalá-Galiano, además de por el capitán de navío Emilio Ruiz del Árbol y del oficial de la armada Juan Pastorín, y se ve que optaron por no disentir de la mayoría.
El juego de las potencias
Al fin y al cabo, el asunto del meridiano era una simple cuestión de prestigio en un momento en el que había cuestiones diplomáticas de más enjundia, sobre todo a las puertas de la Conferencia de Berlín, que comenzó al mes siguiente (noviembre de 1884), en la que las potencias iban a repartirse África como quien corta un pastel.
No obstante, los franceses hicieron honor a su fama de chovinistas y no adoptaron el nuevo meridiano has 1911. Los países que no estuvieron presentes también fueron aceptando el nuevo estándar poco a poco, era lo más práctico para entenderse con el resto de la humanidad.
A partir de esa línea imaginaria que cruzaba el mundo de norte a sur, el planeta se dividía en 180 grados hacia el este y otros 180 hacia el oeste. La conferencia sirvió también para establecer un estándar de tiempo universal dividido en 24 husos horarios.
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