Pedro Torrijos, arquitecto y autor: "Benidorm es un artefacto fantástico, unos retoques y sería la utopía"
"No me gustan los eslóganes: la 'ciudad de los 15 minutos' es el barrio de toda la vida" / "Creo que el mundo se adaptará a la crisis climática" / "El primer instrumento civilizatorio es el lenguaje; el segundo, el urbanismo" / "La emergencia climática es mitigable e incluso reversible si se hace bien".
10 junio, 2024 01:55Todos los jueves, desde antes de que Twitter se llamase 'X', un fenómeno se abre paso: el hashtag #LaBrasaTorrijos se cuela en los timeline de hasta un millón de lectores. Una historia empieza a desgranarse en forma de cuidadísimo hilo de texto e imágenes, un relato sobre algún 'territorio improbable' del planeta y los seres humanos que le dieron forma. Es la obra de Pedro Torrijos (Madrid 1975), escritor y arquitecto, que ahora publica su cuarto libro: La pirámide del fin del mundo [Kailas].
Rascacielos con una planta "borrada" -la 13, por supuesto-, aldeas ambulantes, la casa imposible que inspiró Up o lugares encantados por la superstición pueblan sus páginas. También sus protagonistas anónimos. "Este no es un libro de arquitectura, trata sobre la condición humana", sostiene Torrijos. "Yo no quiero contar la historia de la Casa en Burdeos de Rem Koolhas cuando ya hay 10.000 publicaciones. Me interesa la vida de Guadalupe, la mujer de Esparragosa de la Serena, Badajoz, que limpió esa casa durante siete años cada día y la terminó conociendo mejor que nadie".
Esta es una obra sobre la conexión emocional y sensorial del hombre con los espacios que habita. ¿Pero por qué no la podemos definir como 'divulgación'?
No me gusta nada la palabra 'divulgador'. Etimológicamente significa llevar algo al vulgo. Me parece clasista y ridículo. Además, parece asociada a personas muy serias y muy solemnes. Pero hay escritores de no ficción como el chileno Benjamín Lavatut o la española Irene Vallejo a los que nadie cataloga como divulgadores. Nadie piensa que Un verdor terrible sea un libro de divulgación pese a que cuenta historias de físicos.
¿Podríamos decir entonces que lo que hace es periodismo?
Claro, lo que yo hago es lo que hacía John Hersey en Hiroshima, sin ánimo de compararme con una de las obras más importantes de la historia de la humanidad. No es una publicación académica: uso técnicas narrativas y literarias, como los diálogos o escribir en tercera persona omnisciente. Es un libro para comprar en los kioscos de la estación de tren o el aeropuerto, leerlo en la playa y pasar un rato lo más entretenido posible. A veces parece que la divulgación tiene que ser un aburrimiento solemne y el entretenimiento tiene que ser una banalidad. Pues no: la gran mayoría de las mejores obras culturales de la historia son ambas cosas.
Ahora se habla del conflicto entre el conocimiento y la desinformación en las redes sociales. ¿Usted ha percibido este deterioro de la conversación?
No creo que haya habido una degradación real del medio. Siempre ha sido así. Twitter, pese al cambio de dueño y más allá su posición política como poco controvertida, es un ecosistema enorme. Hay gente haciendo chistes, gente hablando de fútbol, y gente que cuenta historias como yo. Y sí, muchos hablan de política todo el rato, pero siempre han estado ahí, igual de polarizados. Al final, yo uso las plataformas como yo quiero. Se trata de que Twitter o Instagram "trabajen" para mí, no al contrario.
Sin embargo, hay manifestaciones objetivas de este deterioro, como las protestas de los comunicadores científicos por el agravamiento del acoso.
Pero eso no tiene que ver con la plataforma, tiene que ver con cómo es el mundo. Desde el momento en que ciertas personas descubren que su discurso ya no topa con un rechazo frontal, van a llevar las cosas más allá. Pero ojo, Twitter es un ecosistema enorme y a la vez pequeñísimo. Quizás los que estamos dentro le damos una importancia mayor de la que tiene. Es una plataforma estupenda para muchas cosas -en mi caso, es literalmente mi trabajo- pero quizás como representación de la realidad está sobredimensionado.
¿El libro buscar transmitir cómo evolucionan también las construcciones más allá de su función original, con el uso que les damos los humanos?
Sí, al final es un libro sobre la condición humana, y el segundo artefacto más importante que ha inventado la civilización es el urbanismo; el primero es el lenguaje. Aunque parece un término técnico, el urbanismo define cómo nos relacionamos con el territorio físico. No es lo mismo vivir en una ciudad que en un pueblo, en una casa aislada que en un rascacielos de Nueva York... Una historia que gusta mucho es la del puente de Pelješac en Croacia. Es moderno, normal, para cruzarlo en coche, pero ese puente en realidad debe su existencia a circunstancias históricas que se remontan a Drácula. Al auténtico Vlad Tepes, príncipe de Valaquia, el Empalador.
También está el fenómeno opuesto, cuando el creador reniega del uso que se da a su obra. Es el caso del 'efecto Gruen' en los centros comerciales.
Sí, y además el peor tipo de centro comercial. El que está en medio de suburbios de chalets en Estados Unidos y que hemos importado en Europa donde no siempre tiene sentido, porque tenemos una tradición mayor de uso mixto de edificios en las ciudades. Como a partir de los años 50 la mayor parte de la población norteamericana se fue a vivir a fuera de la ciudad, Victor Gruen inventó un concepto para unificar viviendas, comercios y oficinas en un mismo conjunto. Acabó siendo horroroso: ese centro comercial en medio de la nada con aparcamiento descomunales que contribuyen a la exacerbación de la cultura del coche.
Otro caso es el de las 'aldeas de la demencia', hechas ex profeso para pacientes de alzhéimer. ¿Cómo valora que se plantee extender el modelo como solución a la 'España despoblada'?
Personalmente, a mí me parece bien. Si en un futuro desarrollo una enfermedad neurológica de este tipo, preferiría vivir en un mundo falso que me haga conservar autonomía. Ahora, entiendo perfectamente las reticencias éticas de la gente que considera que es una forma de aislarles y apartarles de la sociedad. A mi no me gustan mucho los eslóganes, como 'la ciudad de los 15 minutos', que en realidad es un barrio de toda la vida en el que además tienes tu trabajo ahí. Pero hay una terminología de Izaskun Chinchilla, 'la ciudad de los cuidados', que habla de recuperar la función emocional del entorno. Me parece muy interesante recuperar experimentos urbanos que se han visto muy mal durante mucho tiempo.
¿Cómo por ejemplo?
Por ejemplo, Benidorm. Lo digo como lo pienso: con unos retoques, Benidorm sería una utopía. Es un territorio improbable, un artefacto urbano absolutamente fantástico. Los recursos se concentran de tal manera que puedes alimentar con muchísimo menos gasto -presupuestario, energético, de agua- a muchísima gente. El problema es que la función emocional de Benidorm se ha visto muy estigmatizada con el tiempo. Pensar en los pueblitos pesqueros de los años 40 es bastante dudoso, pero pensar solo en el turismo de baja calidad y borrachera es todavía más duro.
En este sentido, ¿está avanzando España correctamente hacia esas ciudades más humanas? ¿Y hacia la adaptación climática?
No tengo una respuesta, no creo mucho en las opiniones fuertes. Por supuesto, en 100 años España no va a tener la misma realidad climática, pero tampoco va a ser muy distinto. Yo creo que el mundo se adaptará razonablemente bien en general: de lo contrario, no existiría el concepto energético de emergencia climática. Además, es mitigable e incluso reversible si se hace bien. Es lo que pasó con la capa de ozono, que parecía otra vez el fin del mundo y al final tuvo mucho que ver con el periodismo y la necesidad de encontrar un titular. Aunque haya negacionismo, la conciencia global está haciendo que se tomen medidas en la dirección correcta.
Algo que también ha cambiado emocionalmente es la relación con la vivienda. Cada vez hay menos proyectos de llegar a ser propietarios de un hogar.
Efectivamente, ese era el sueño de la clase media. Yo no me atrevería a decir ya no existe. Mucha gente ya no tiene en su cabeza la posesión de una vivienda como un objetivo vital, no porque no quieran sino esencialmente porque no pueden. Pero en EE.UU., la mitad de la sociedad nunca la ha tenido, con independencia de las circunstancias económicas. La movilidad laboral siempre ha sido muchísimo mayor y la raigambre, menor. Mientras, en España la casa ha sido siempre una institución emocional ligada a la idea de familia. Probablemente, una relación más líquida con el hogar también dé lugar a una concepción más líquida de las relaciones familiares.
Hay una frase muy hermosa en el libro: "La luz es el material de construcción más lujoso". ¿La usamos bien en España?
Es una frase de Alberto Campo Baeza: cuando le entrevisté me dijo que la luz es el material más lujoso que hay, pero como es gratis, no lo valoramos. La luz siempre se ha empleado bastante bien aquí. Somos bastante conscientes de sus propiedades y beneficios. Y eso se nota. España, como entidad psico-geográfica, tiene más de 2.000 años, y si recorres la Península Ibérica, verás en el norte grandes galerías acristaladas en la vivienda tradicional, y huecos relativamente pequeños y persianas para mitigar el calor de verano en el sur. El Mediterráneo en general es un lugar definido por la luz: desde Tarifa hasta darle la vuelta completa hasta el otro lado del Estrecho. Cerdeña, Italia, Grecia, Turquía, Túnez, el norte de África....
¿Y qué hay del segundo gran lujo natural: el agua?
Pues cuando piensas en las locuras que hacen en ciertos sitios... Phoenix es la capital de Arizona, que como dejaron claro los españoles al ponerle el nombre, no es un sitio verde y fresco. Bueno, pues ahí se pusieron a hacer urbanizaciones de chalets con campos de golf. Se tuvo que traer el agua de otros sitios, hasta el punto de que han vaciado el agua subterránea y se está hundiendo la ciudad. En España hemos tratado razonablemente bien el agua, aunque todos sabemos que planificar campos de golf en lugares donde llueve 20 días al año es un poco ida de olla, aunque se rieguen con agua reciclada. Pero también tiene que ver con la comprensión del mundo. Si vives en un clima seco, quizás tu jardín deba de ser de áridos o cáctus en lugar de césped.
Un último aspecto fascinante de las construcciones son sus mitologías: las supersticiones e historias de fantasmas que surgen a su alrededor.
Claro. El primer artefacto de la civilización es el lenguaje, y se construye conectando una frase tras otra hasta formar una historia. Son lo único que sobrevive a la muerte, y la razón de la existencia humana. Las historias que yo cuento son para hacer corrillo, para que la gente diga 'qué guay' y se las cuente a los demás. No se trata solo de contar que hay rascacielos más altos por dentro que por fuera porque se saltan la numeración de la planta 13. Está la leyenda de la maldición del oro de Bodie, California, que no surgió por la conquista del Oeste, sino por el 'revival' de las series que son pura invención como Bonanza. Estamos rodeados de historias, y las que mejor impregnan nuestro subconsciente colectivo son las mitológicas.