Cuando los productos transgénicos entraron en el mercado agroalimentario a mediados de los noventa, su enorme potencial se impuso a las reticencias de algunos. Las ventas se dispararon y, pese a que durante los últimos años las campañas de grupos ecologistas han aumentado la desconfianza del público hacia estos productos, la superficie de cultivo a nivel mundial no había parado de crecer. Hasta ahora.
Según los datos ofrecidos por el Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agro-biotecnológicas (ISAAA, por sus siglas en inglés), el año pasado las superficies dedicadas al cultivo de transgénicos sufrieron la primera reducción en 20 años. La ISAAA es una fundación sin ánimo de lucro cuyo objetivo es promover la biotecnología entre pequeños agricultores de países en desarrollo y que ha recibido financiación de grandes empresas del sector, como Bayer CropScience, Monsanto y Syngenta, y del gobierno de EE.UU.
El informe señala que durante los últimos 20 años se han utilizado unos dos mil millones de hectáreas para cultivos transgénicos en 28 países, con unos beneficios estimados de más de 130.000 millones de euros para 18 millones de agricultores de todo el mundo, la mayoría pertenecientes a países en desarrollo. Sin embargo, la realidad es que el 90% de la superficie cultivada se encuentra en cinco países: EEUU, Brasil, Argentina, India y Canadá.
Los datos publicados por la ISAAA indican que la superficie plantada con semillas transgénicas ha caído un 1% a nivel mundial, pasando de las 181.5 millones de hectáreas de 2014, a las 179.7 millones del pasado año. Según esta organización, esta pequeña reducción de la superficie cultivada no refleja un rechazo de la tecnología transgénica por parte de los agricultores, sino que se debe principalmente a los bajos precios de los cultivos de productos básicos y, por tanto, la situación previsiblemente volverá a cambiar cuando los precios de los cultivos vuelvan a subir.
La estabilización del mercado
"Ha habido un crecimiento muy grande en los últimos años y en algún momento tenía que estabilizarse", explica a El Español Pere Puigdomènech, profesor de investigación del CSIC en el Center for Research in Agricultural Genomics. Este investigador considera que esta pequeña disminución no es más que una muestra de las limitaciones que existen actualmente para que el mercado siga creciendo, ya que "con las variedades que hay disponibles y los países que las están cultivando, era lógico que el mercado se estabilizara".
Sin embargo, existen voces críticas con esta visión y aseguran que, a pesar de la expansión en las últimas dos décadas, los cultivos biotecnológicos todavía representan una pequeña fracción de tierras a nivel mundial y son utilizadas por un pequeño porcentaje de los agricultores del mundo. En un documento reciente publicado por la ONG Greenpeace se asegura que "solo unos pocos países han adoptado este tipo de tecnología" y que este tipo de cultivos "solo ocupan el 3% de las tierras agrícolas del mundo".
Según datos de la FAO, la superficie del planeta ocupada por tierras agrícolas era de unas 1.600 millones de hectáreas hace una década, un dato que no ha variado significativamente según datos del Banco Mundial, lo que supone que los cultivos transgénicos ocupan algo más de una décima parte de las tierras agrícolas del mundo.
A nivel global el principal productor de transgénicos sigue siendo EEUU, con más de 70 millones de hectáreas plantadas, pese que ha reducido su superficie en algo más de 2 millones de hectáreas con respecto a 2014. Los siguientes países en la lista mundial son Brasil y Argentina, que han aumentado la superficie cultivada hasta alcanzar los 44 y 24 millones de hectáreas respectivamente. Mientras que en la India, principal productor de Asia, la superficie se mantuvo estable en torno a los 11 millones de hectáreas.
Europa, el bastión antitransgénicos
Estas cifras contrastan con las de Europa, que sigue siendo el principal centro de oposición a los transgénicos y que en los últimos 20 años solo ha llegado a autorizar dos tipos de cultivos: el maíz MON 810, de Monsanto, y la patata Amflora, de la alemana BASF, aunque esta última fue retirada del mercado en 2012. Sin embargo, a pesar de la aprobación, cada miembro de la unión puede decidir si impone restricciones a este tipo de cultivos, algo que han hecho 19 de los 28 estados de la UE.
Actualmente Europa solo dispone de unas 120.000 hectáreas, lo que supone una caída del 18% con respecto al año anterior y España es, con 107.000 hectáreas según cifras del ministerio, el principal centro de cultivo de transgénicos en la UE. Sin embargo, este cálculo se hace de forma indirecta, algo que ha sido criticado por diversas organizaciones ecologistas, que consideran que es una forma de hacer creer que los transgénicos son un mercado al alza.
En Europa, el escepticismo sobre los productos transgénicos viene asociado desde hace tiempo a la desconfianza existente hacia las grandes compañías que dominan el mercado agroalimentario. "La revolución verde se hizo en centros públicos de investigación y se difundió de forma gratuita y abierta, mientras que ahora parece que son las compañías privadas las que controlan las modificaciones genéticas en busca de un beneficio y esto es una diferencia que puede preocupar a la gente", asegura Puigdomènech.
Sin embargo, este investigador también alerta de que precisamente esta situación de presión social puede terminar por expulsar del mercado a las pequeñas compañías de semillas y a los grupos públicos. "El hecho de que hayamos puesto regulaciones tan estrictas, en ocasiones de forma innecesaria, ha provocado que el gasto que supone sacar una nueva variedad sea enorme, con lo que solo las grandes compañías lo pueden pagar".
Los transgénicos y la salud
Donde la comunidad científica cree que no hay discusión es en los posibles efectos de los productos transgénicos sobre la salud. "Hasta ahora no se ha demostrado que haya riesgo en absoluto", afirma categórico Puigdomènech, aunque aclara que no es posible hacer afirmaciones generales sobre la seguridad de "todos los transgénicos" y "hay que analizar caso a caso, que es lo que se está haciendo".
Una opinión que comparte la Organización Mundial de la Salud, según la cual, "los alimentos modificados genéticamente deben ser evaluados caso por caso y no es posible hacer afirmaciones generales sobre su seguridad". Igualmente, desde esta organización se recuerda que "los alimentos disponibles en el mercado internacional han pasado las evaluaciones de seguridad y no es probable que presenten riesgos para la salud humana".
Distintas organizaciones científicas como la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, la Asociación Médica Americana o la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU. confirman la seguridad de esta tecnología, mientras que la Comisión Europea ha financiado más de 120 proyectos de investigación sobre la seguridad de los cultivos transgénicos y no ha encontrado ningún riesgo asociado a este tipo de productos.
Con respecto a las escasas divergencias que puede haber entre los investigadores, Puigdomènech recuerda que "también hay quienes niegan que el cambio climático ha sido provocado por el hombre o incluso los que ponen en duda que el tabaco provoca cáncer, sin embargo, esa no es la opinión mayoritaria de la comunidad científica".