En 1976 Diego, una tortuga Chelonoidis hoodensis, inició un viaje cuyas consecuencias nadie sospechaba. Poco antes, los científicos de las islas Galápagos habían mostrado su preocupación por la posible extinción de esta especie. Sólo quedaban dos machos y 12 hembras en esta islas en La Española, la isla más al sur del archipiélago y único lugar donde el animal es autóctono.
Así que los responsables de la conservación de estas conocidas tortugas gigantes decidieron recurrir a tortugas en cautividad. Diego fue escogido para llevar a cabo una tarea complicada aunque a priori agradable: aumentar el número de tortugas como él hasta sacarlas del peligro de extinción en el que se encontraban.
Cuarenta años después, se ha visto que no sólo cumplió a la perfección su papel, sino que se arrogó uno mucho más importante, el convertirse casi por si solo en el salvador de su especie. Los responsables del Parque Nacional de Galapagos lo han descubierto al llevar a cabo un estudio genético, que ha desvelado que Diego es el padre de alrededor del 40% de las tortugas soltadas al aire libre en La Española. Se calcula que la tortuga
Diego, eso sí, ha seguido viviendo en cautividad. Desde que fue trasladado del zoológico de San Diego hasta ahora ha vivido en unas instalaciones en otra isla del archipiélago, Santa Cruz. Allí comparte espacio con seis hembras, que tienen la misma misión que él.
"Es un macho sexualmente muy activo. Ha contribuido muchísimo a repoblar la isla", declaró a AFP el especialista en preservación Washington Tapia.
Así, del escasísimo número de ejemplares de Chelonoidis hoodensis que había en 1976 se ha pasado a contar con más de 2.000. "No es una cifra que asegure la perfecta salud de la especie, porque históricamente ha llegado a haber más de 5.000, pero desde luego indica que está en buena forma", añadió Tapia.