En Colombia hay una especie de rana que se llama como las FARC y está en peligro crítico de extinción. El biólogo John Douglas Lynch pensó que Atelopus farci era el mejor nombre para este anfibio de color verde oliva que tenía una gran facilidad para camuflarse, precisamente, en una zona ocupada por la guerrilla.
Este investigador estadounidense la descubrió en 1985 a más de 2.000 metros de altitud en el municipio de Albán, en el centro del país, y el nombre que le dio pasó desapercibido hasta que en 2004 los herpetólogos se pusieron a hacer inventario de las especies amenazadas y desaparecidas. Saltó la polémica y, para evitar problemas, el Libro Rojo de los Anfibios de Colombia recoge como explicación etimológica que farci es una "selección arbitraria de letras sin ningún significado especial", una modificación que, para algunos, es una muestra de respeto de la comunidad científica a las víctimas del grupo rebelde.
Atelopus farci vivía –decirlo en pasado parece lo más apropiado porque, aunque no esté oficialmente extinguida, los científicos no encuentran ni rastro de ella- en un punto muy concreto de un bosque húmedo. Cuando la guerrilla perdió su control, el ecosistema desapareció y surgieron actividades agrícolas y ganaderas que probablemente desencadenaron su final junto con la quitridiomicosis, una enfermedad infecciosa de los anfibios causada por un hongo.
Historias como ésta, que recoge la periodista Lina Tono en su tesis El sapo, el mono y el pájaro: animalario de la guerra y la paz en Colombia, hace que algunos piensen que el conflicto armado ha jugado un papel de guardabosques en uno de los países con mayor biodiversidad del mundo. Durante décadas los grupos ilegales han hecho inaccesibles vastos territorios de selva, a menudo rodeados de minas antipersona, a los que no llegan las carreteras y que no se han entregado a tala de árboles, a la caza, a la agricultura ni a la ganadería.
Por el contrario, esa protección accidental de algunos bosques y selvas tiene su contrapartida en la contaminación generada por la explotación ilegal de minerales o en las cerca de 800.000 hectáreas de bosques arrasadas por la guerrilla para cultivar coca y amapola. Y sobre todo en décadas de oportunidades perdidas para la investigación científica. Todo puede cambiar, para bien y para mal, si este domingo los colombianos votan a favor de los acuerdos de paz que han firmado el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
De hecho, el caso de Lynch es bastante excepcional. Como investigador de la Universidad Nacional de Colombia se ha adentrado en bosques y selvas a los que casi nadie osaba acercarse, a veces incluso contratando a los guerrilleros como guías. El riesgo era evidente y fue secuestrado dos veces, una por las FARC, otra por el ELN. Otros tuvieron peor suerte, como dos estudiantes de biología e ingeniería ambiental asesinados en 2011 en los bosques de San Bernardo del Viendo, en la costa caribeña del país, cuando realizaban una investigación sobre los manglares de la zona.
En su trabajo, Lina Tono recoge el caso del ornitólogo Diego Alarcón, secuestrado por las FARC en 2004 cuando montó una expedición a la sierra del Perijá, en el noreste del país. A lo largo de tres meses tuvo que recorrer cientos de kilómetros junto a los guerrilleros y pudo observar varias especies de aves desconocidas. A escondidas, tomaba apuntes en papel de liar cigarrillos.
Una bioeconomía
Su historia es algo más que una anécdota, es un ejemplo de lo que les espera a los científicos: un mundo desconocido de especies de flora y fauna por catalogar. Alejandro Olaya, subdirector de Colciencias, el ente gubernamental que se encarga de las políticas de ciencia y tecnología, asegura en declaraciones a EL ESPAÑOL que "se abren dos grandes ventanas de oportunidad para la ciencia en Colombia". La primera tiene que ver con ese nuevo acceso al territorio, incluidos los mares o las zonas volcánicas, que no sólo resulta prometedor para la biología, sino también para la geología y otras disciplinas. La segunda pasa por poder reorientar la ciencia hacia los problemas del país.
Para ello, Colciencias ha puesto en marcha un programa de 22 expediciones científicas –ya se han llevado a cabo 5 incluso antes del acuerdo de paz- para estudiar la biodiversidad desconocida y aprovecharla para el desarrollo del país. "Queremos convertir a Colombia en una bioeconomía", destaca Olaya, "somos el segundo o el tercer país del mundo en número de aves, peces, artrópodos, plantas… Hay un potencial gigantesco que aún no conocemos en su totalidad y porque está en territorios de difícil acceso".
Después de las expediciones, llegará el trabajo de laboratorio. La biodiversidad puede ser fuente de nuevos fármacos, alimentos y energía; y finalmente, dará paso a la creación de nuevas empresas y productos. El subdirector de Colciencias es optimista, cree que podrán desarrollarse "unos 100 productos bio" en apenas 3 años. Esa es la hoja de ruta, aunque hará falta financiación.
Mayores recursos para la ciencia
Carlos Lugo, experto en I+D+i del Ministerio de Educación y actual jefe de la Oficina de Innovación Educativa, tiene claro que el impacto de la nueva situación es totalmente positivo. "Habrá total libertad para recorrer y explorar el territorio nacional" y además "podrán destinarse a educación y ciencia recursos que antes iban a la guerra".
El acuerdo de paz incluye políticas de educación rural que pueden llevar "un desarrollo en ciencia y tecnología para zonas que antes eran de guerra". Aunque admite que la amenaza sobre el medio ambiente es real, ve positivo que ahora en todo el territorio "cobran vigencia las normas que existen en Colombia para cuidar la biodiversidad".
No obstante, muchos expertos creen que el país se enfrenta a un complejo problema para preservar su patrimonio natural, como ya anticipó hace dos años un documento de la ONU que afirma que "la gran paradoja del posacuerdo y del proceso de construcción de paz puede ser la de sus implicaciones en el medio ambiente del país". Entre los peligros que cita está que la mayor parte de las acciones previstas tras lograr la paz, como el desarrollo de infraestructuras y de nuevas actividades productivas, se concentra en "áreas de altísima relevancia ambiental".
De la guerrilla a la ciencia
Los guerrilleros que han preservado el bosque virgen porque les ayudaba a ocultarse aspirarán ahora a vivir de la explotación de sus recursos, lo cual supone un riesgo. Sin embargo, hay quien plantea un enfoque opuesto y revolucionario: el Instituto Humboldt cree que los activistas ahora desmovilizados son los que mejor conocen los territorios inexplorados y los seres vivos que los habitan y podrían colaborar con las investigaciones científicas.
"Siempre existe la posibilidad de que la intervención humana sea irresponsable, pero los primeros esfuerzos por conocer esos lugares se van a realizar desde la ciencia y desde la institucionalidad del Estado, es conocer para proteger y poder preservar, creo que vamos a mitigar el riesgo", afirma Olaya.
Hasta ahora, el gasto de un solo día de guerra en Colombia equivale al presupuesto de Colciencias para dos años. Quizá por eso la comunidad científica, aunque no se ha significado especialmente, apoya el proceso de paz de forma mayoritaria pero afronta sus propios desafíos. A partir de ahora "la ciencia colombiana se reinventa y sirve a un propósito superior, que es la construcción de la paz en el país".