Todo comenzó con una paradoja.
Los seres humanos llevamos desde el siglo pasado produciendo plástico a un ritmo mareante, de 1,7 millones de toneladas en 1954 a 311 millones en 2014. Mucho de ese plástico no es reciclado y acaba en el océano. Sin embargo, Jennifer Lavers y Alexander Bond se fijaron en que algo no cuadraba. En algunas zonas del océano, la cantidad de residuos plásticos estaba disminuyendo.
Para resolver este misterio, Lavers, investigadora en la Universidad de Tasmania, puso rumbo a una de los lugares más inaccesibles del mundo, la desierta isla de Henderson, situada en el Pacífico Sur y a 5.000 kilómetros de distancia de la fábrica -o la gran ciudad- más próxima.
"La isla de Henderson es una de las más remotas de la Tierra", explica a EL ESPAÑOL esta zoóloga, "dado que nunca ha sido habitada por humanos, proporciona una oportunidad única y valiosa de recoger datos inalterados por los nativos o los turistas".
¿Cómo llegó Lavers hasta allí?
Según detalla la científica a EL ESPAÑOL, este viaje de 9.635 kilómetros hasta uno de los lugares más remotos del globo comenzó en Tasmania. Desde allí voló a Sydney, Australia, desde donde cogió otro vuelo a Auckland, Nueva Zelanda, para dirigirse a continuación a Tahití, en mitad del Pacífico Sur. "Desde allí tomamos un avión, que solo sale una vez por semana, a las islas Gambier, en la parte más oriental de la Polinesia Francesa", explica Lavers.
Una vez allí, la investigadora se subió a un carguero que llevaba suministros a la isla Pitcairn, la única habitada de este archipiélago. Después de dos días de viaje llegaron a Adamstown, la capital más pequeña del mundo con tan solo 56 personas censadas y una única calle, bautizada The Hill of Difficulty, la colina de la dificultad. Una vez terminada la descarga de víveres, subieron de nuevo al barco y viajaron un día más hasta llegar a su destino.
En 1606, un explorador portugués al servicio de la corona española, Pedro Fernandes de Queirós, llegó a la isla y la llamó San Juan Bautista. Así se quedó hasta que, en 1819, el capitán Henderson, de la Compañía Británica de las Indias Occidentales, la descubrió y le impuso su apellido hasta nuestros días.
Cuando Lavers avistó la isla pudo responder inmediatamente a la pregunta que la había llevado allí. Los restos de plástico en algunas zonas del mar no habían desaparecido sino que habían quedado encallados en islas como aquella. Toneladas y toneladas de desperdicios arrastrados por las corrientes marinas desde todos los rincones del mundo.
Irónicamente, en 1988 la UNESCO declaró a la isla Patrimonio de la Humanidad por ser "uno de los pocos atolones en el mundo cuya ecología está prácticamente intacta de la presencia humana". Las fotos de entonces así lo atestiguan.
Algunas playas tenían una densidad de basura de hasta 670 objetos por metro cuadrado. Entre los restos, la ecóloga pudo observar una tortuga verde (Chelonia mydas) envuelta en redes de pesca y algunos cangrejos ermitaños (Coenobita spinosa) que usaban con naturalidad tapones de plástico como caparazón. Los desoladores detalles de esta expedición aparecen esta semana en PNAS.
El número total de trozos de plástico estimados en esta remotísima isla se eleva a más de 37 millones, todos suman más de 17.600 kilos de peso.
¿Cómo acaba ahí la basura?
La isla está ubicada en una perfecta encrucijada de remolinos y corrientes oceánicas que provocan que tanto los residuos que se generan a derecha (Sudamérica) e izquierda (Sureste asiático) acaben en sus playas. Muchos de los objetos que proceden de las orillas más cercanas -Chile o Perú, a unos 5.500 kilómetros- son aparejos de pesca como redes de plástico. Los que vienen de más lejos suelen ser botellas, tapones o trozos desintegrados de plástico.
Como parte del experimento, Lavers y el británico Alexander Bond, del Centro de Ciencias de la Conservación de la Royal Society, tomaron una muestra al azar de objetos encontrados en las playas de la isla Henderson. En 88 de ellos pudieron determinar el país de donde había salido originalmente el trozo de basura.
"La mayoría de los objetos en Henderson eran viejos, fragmentados y quebradizos", explica Lavers, "sin embargo, algunos seguían intactos y pudimos leer las etiquetas e identificar el país de fabricación".
Para sorpresa de los investigadores, el origen de la basura no se circunscribía a países de ambos lados del Pacífico. Encontraron trozos de plástico de lugares como Escocia, Reino Unido, Francia, Alemania o España.
Era un laboratorio improbable, pero único. "Henderson, como todas las islas del mundo, se sienta pasivamente en el océano como una red de pesca, recogiendo cada trozo de plástico que flota en la corriente", dice Lavers. A su alrededor, lo que para cualquier otra persona sería una pesadilla estival revelaba para sus ojos datos y datos no tocados en décadas, datos que revelaban no sólo la procedencia de la basura, sino sus tasas de acumulación.
Finalmente, tras mucho rebuscar, bajo los adoquines de plástico apareció la playa.