Los delfines son una de las especies más interesantes del planeta. Su grandísima inteligencia y su simpatía les convierten en animales muy queridos por los seres humanos, pero esto en algunas ocasiones se convierte en su gran condena.
No se trata solo de su exhibición en acuarios, sino también por la cada vez más frecuente iniciativa en algunas zonas turísticas de ofrecer a los visitantes de zonas costeras nadar con ellos en su hábitat natural.
Esto puede parecer más inofensivo que el cautiverio, pero que no sea tan malo no significa que sea inocuo para ellos. Así lo ha demostrado Madalena Fumagalli, bióloga de la Universidad de Otago (Nueva Zelanda), en un estudio recientemente publicado en la Royal Society Open Science.
Nadar con ellos altera su descanso
Los delfines giradores (Stenella longirostris), en cuyo caso se basa el estudio de Fumagalli, son animales de hábitos nocturnos. Pasan toda la noche a la caza de peces y después, durante el día, se retiran a las lagunas para dormir. Es precisamente en ese momento cuando los turistas interrumpen su descanso, perturbando sus ciclos naturales.
Estudios anteriores han demostrado que en algunas regiones como Hawái la población de esta especie concreta de delfines ha disminuido en las últimas décadas, con la llegada de un mayor número de turistas a la zona, por lo que se intuye claramente una relación entre ambos fenómenos.
Según cuenta la experta en una entrevista para Science, para comprobar exactamente la influencia del turismo sobre los cetáceos llevó a cabo sus observaciones en tres lugares diferentes de las costas egipcias: una zona militar cerrada al público, una región en la que los turistas pueden acceder indiscriminadamente hasta los delfines y una última zona en la que se restringe el horario en el que los visitantes pueden acercarse a ellos.
Curiosamente, en Satayah, la zona más descontrolada, los delfines hicieron más piruetas y exhibiciones aéreas que en las otras dos lagunas analizadas. Esto puede ser más positivo para el deleite de los turistas, pero, según Fumagalli, indica una mayor incomodidad en los animales.
Pueden volverse violentos
Por lo general son las lanchas a motor que utilizan los visitantes para llegar hasta ellos lo que más les molesta. Incluso, en casos aislados, pueden llegar a mostrar comportamientos violentos, aunque en ningún momento han lastimado a ningún humano.
La bióloga explica también en la entrevista que cada animal tiene su propio carácter, por lo que algunos son más sociables que otros. Pero, en general, todos se ven afectados por la proximidad humana en sus horas de descanso.
Tras la publicación de su estudio, Fumagalli espera que las autoridades de los países en los que se lleva a cabo esta práctica turística regulen estrictamente el acceso de los turistas a los cetáceos.
Además, también pretende concienciar a la población, ya que al entrevistar a muchos de los visitantes descubrió que no tenían ni idea de lo perjudicial que podría ser su presencia para los animales y que, de haberlo sabido, no se habrían acercado a ellos.