Durante buena parte de la Historia un gran número de personas acompañaron sus comidas con un pan realizado con harina de centeno, un cereal mucho más económico y fácil de obtener que el trigo, sobre todo en tiempos de escasez.
Una de las ventajas de ese pan negro (o "pan de los pobres" como también fue conocido) era que una vez horneado duraba muchísimo más tiempo tierno, pero entre sus inconvenientes estaba que era menos sabroso que otros tipos de panes.
Pero esa no fue la única desventaja del pan de centeno, ya que dicho cereal era propenso a ser dañado por un curioso hongo llamado cornezuelo el cual, entre las múltiples consecuencias que tenía al ser ingerido, provocaba convulsiones, dolor abdominal, ennegrecimiento de las extremidades y todo tipo de alucinaciones.
Y es que una de las sustancias presentes en el cornezuelo (nombre que recibía debido a su peculiar forma de pequeño cuerno) era la ergotamina, un alcaloide a partir del cual se puede obtener la dietilamida de ácido lisérgico, el alucinógeno comúnmente conocido como LSD, una de las drogas psicodélicas más famosas que existen.
Numerosas fueron las personas –incluso miembros de familias enteras- que durante la Edad Media se intoxicaban y enfermaban por culpa de haber consumido pan hecho con harina de centeno contaminada por el cornezuelo.
Esto provocó que muchas de ellas fuesen señaladas de estar poseídas o de practicar la brujería. Incluso hay quien sostiene que las mujeres acusadas en el famoso caso del juicio de las brujas de Salem, que tuvo lugar en Massachusetts a finales del siglo XVII, se debió muy probablemente a la ingesta del mencionado hongo.
Cabe destacar que el ergotismo, la enfermedad derivada de ese consumo, también fue conocido como fuego de San Antonio. Esta denominación la recibió debido a que uno de los lugares donde se atendía a esos enfermos era en el monasterio de San Antón que se encontraba en la población de Castrojeriz (Burgos), el cual era una de las paradas para los peregrinos que hacían el Camino, rumbo a Santiago de Compostela, con el fin de ir a pedir al santo que los sanase, dado que durante muchos siglos se tuvo el convencimiento de que esa peregrinación era el único remedio que los curaría.
La razón para que así fuese era muy sencilla: cuando los enfermos de ergotismo completaban el Camino de Santiago llevaban varias semanas sin haber consumido el pan de centeno infectado y, por tanto, ya habían eliminado de su organismo, la mayoría de ellos, las toxinas que les afectaba y hacía enfermar, además de haber sido alimentados y aprovisionados en el cenobio burgalés de San Antón con pan de harina de trigo.
Eso sí, no todos los que enfermaban por culpa del cornezuelo conseguían sanar, habiendo quienes padecían una dolorosa necrosis en las extremidades que provocaba que éstas se pudrieran y tuviesen que ser amputadas, e incluso provocándoles la muerte además del mencionado cuadro de alucinaciones.
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