Son muchos los alimentos sobre los que se han generado interesantes debates en relación con sus beneficios y sus inconvenientes desde un punto de vista nutricional. Un ejemplo muy claro es el huevo, como demuestra el hecho de que si bien hasta no hace mucho se recomendaba limitar su consumo, ahora se insiste en que no hay pruebas que inviten a tomar como indiscutible tal limitación. Pero no es el único. Desde hace algún tiempo el yogur se ha puesto bajo el foco, de tal modo que muchas voces reclaman que no es tan saludable como siempre se ha creído. Esta visión negativa se ha extendido, sobre todo, a partir de un estudio que realizó en Reino Unido que demostró que la mayoría de yogures contienen azúcares en una proporción muy por encima de los parámetros recomendados por la OMS.
Por fortuna, para los amantes de los lácteos en general, y de los yogures en particular, existen algunas variedades que escapan de esta situación. De entre todos los tipos de yogur analizados, los únicos que recibieron una opinión positiva fueron los naturales y los griegos. El análisis demostró que estas variedades sí son saludables y pueden consumirse sin mayores problemas. De hecho, existen estudios que demuestran que no solo no son perjudiciales, sino que además son una buena fuente de calcio, vitamina D, potasio y proteína. Un hecho que es reconocido por entidades de diferentes países, como la Fundación Española del Corazón o la Oficina de Prevención de Enfermedades y Promoción de la Salud de Estados Unidos, quien así lo confirma en su Guía de pautas dietéticas 2010-2015. En esta guía, además, se apunta a que el yogur puede ser considerado un alimento muy recomendable para las personas que sufren diabetes del tipo 2, siempre que, evidentemente, no contenga azúcares añadidos.
Una de las características de los yogures, al igual que otros alimentos fermentados, es que contienen unas bacterias llamadas probióticos. Diversos estudios científicos parecen estar de acuerdo en que estos probióticos mejoran la salud intestinal. Aunque es un ámbito en el que todavía se está trabajando para obtener pruebas concluyentes, sí parece existir un consenso en que las bacterias intestinales pueden estar relacionadas con otras condiciones de salud, tales como la diabetes y la obesidad.
Un estudio publicado en el International Journal of Preventive Medicine en 2016 mostró que el consumo de yogures probióticos favoreció una reducción significativa en la presión arterial, en los niveles de glucosa en sangre, en marcadores inflamatorios y en colesterol.
Otras investigaciones apuntan a que el consumo de yogur podría estar asociado con niveles más bajos de resistencia a la glucosa y la insulina, así como a una presión arterial sistólica más baja. En esta línea encontramos un análisis de trece estudios publicado en el Journal of Nutrition en 2017, que concluyó que el consumo de yogur, como parte de una dieta saludable, puede reducir el riesgo de diabetes tipo 2 en adultos sanos y adultos mayores.
Otro estudio, también publicado en 2017, esta vez en Evidence-Based Care Journal, sugería que las personas con diabetes tipo 2 que consumían tres porciones de 100 gramos de yogur probiótico por día tenían menos glucosa en la sangre, colesterol y presión arterial diastólica que un conjunto de individuos que no consumió yogur.
Yogur sí, pero no cualquiera
Si bien, como hemos visto, los yogures son un complemento muy adecuado en la dieta de personas con diabetes, no todos son iguales. Desde hace algún tiempo, los consumidores han podido observar como los espacios reservados a este alimento cobijan cada vez una mayor variedad, desde la elaboradas con recetas más tradicionales hasta el yogur líquido, muy querido por los niños, pasando por innovadores versiones como las que incorporan un extra de proteínas.
A pesar de que todos estos se adaptan a la definición de yogur, la realidad es que cada uno de ellos posee unos valores nutricionales muy diferentes. Uno de los elementos diferenciales más importantes es el azúcar añadido. Por eso, las personas con diabetes deben tener un especial cuidado en escoger bien cuál se lleva a casa. Una buena opción es el yogur natural, sin ningún tipo de edulcorante ni sabor añadidos. Pero no es el único.
El yogur griego es otra muy buena posibilidad. La diferencia con el yogur normal se basa en el proceso de elaboración, ya que se cuela para eliminar el suero líquido y la lactosa. De esta forma se consigue un producto hace más grueso y cremoso. Y muy saludable, también para quienes sufren diabetes, ya que el yogur griego sin azúcar puede contener hasta el doble de proteínas y la mitad de los carbohidratos del yogur normal. Eso sí, deben tener en cuenta que el yogur griego de leche entera puede contener casi tres veces la grasa del yogur normal. Si esto resulta un inconveniente, basta con que, siempre que sea posible, se inclinen por bajas en grasa o sin grasa.
Otra magnífica alternativa es el kéfir, una bebida láctea con un enorme parecido al yogur, pero con un sabor agrio, ácido y ligero. La diferencia con el yogur se debe al proceso de elaboración, ya que se utilizan unas pequeñas perlas gelatinosas que contienen una variedad de bacterias y levaduras que se encargan de fermentar la lactosa en ácido láctico. en un proceso que dura unas 24 horas. Además de no contener ningún tipo de azúcares, algo fundamental en estos casos, se caracterizan por ser una muy buena fuente de proteínas, calcio y probióticos.
Además, aporta otros muchos beneficios: ayuda a mantener el nivel de azúcar en la sangre más bajo que cuando se consume leche fermentada de forma convencional; que sus probióticos juegan un papel importante en el colesterol que el cuerpo absorbe de los alimentos; facilita la digestión de la lactosa, mejora la salud intestinal, y tiene un potencial beneficioso contra enfermedades como la gastroenteritis, infecciones por hongos e infecciones vaginales. Por último, también es muy útil para controlar el peso y en la lucha contra la obesidad.