Imagine levantarse de madrugada en uno de esos ataques de insomnio. Visualice cómo, sin quererlo, sus pies se deslizan hasta la puerta de la nevera. La abre y mira salivando los estantes, decidiendo si opta por los restos de la cena o sube al nivel superior y coge directamente la tarrina de helado.
Ahora, imagine la posibilidad de que usted -o alguien que se preocupe por su salud- apriete un botón. De repente, el postre no le parece tan apetitoso y mucho menos esas sobras. En un momento, ha pasado de querer comerse al mundo (en sentido literal) a tener la certeza de que no tiene hambre.
Esto es justo lo que ha conseguido hacer, de momento sólo en ratones, un equipo de investigadores de la Universidad Johns Hopkins, que no sólo ha identificado una nueva enzima involucrada en el apetito, a la que ha bautizado como OGT, sino que ha descubierto cómo desactivarla sólo en las neuronas, según describen en un estudio publicado en la última edición de Science.
Es lo que se llama knockout condicional, explica a EL ESPAÑOL Javier Gómez Ambrosi, investigador en el laboratorio de Investigación Metabólica de la Clínica Universidad de Navarra. Se trata de un mecanismo que permite desactivar enzimas sólo en un parte del cuerpo, en este caso en el cerebro.
"No somos ratones grandes"
El experto se muestra cauto a la hora de evaluar la posibilidad de que este experimento -"muy bien realizado"- se traslade a humanos. Para Gómez, también investigador del Centro de Investigación Biomédica en Red de la Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición (CIBERobn), es importante señalar lo que ha pasado en otros descubrimientos similares: la llamada redundancia de sistemas. "El ser humano hace que los procesos sean redundantes; es decir, que si falla un mecanismo que nos hace comer esta necesidad se active por otro, para asegurar nuestra supervivencia", indica.
Sin embargo, los investigadores estadounidenses parecen haber superado ese obstáculo en los animales protagonistas del estudio. "El problema es que nosotros no somos ratones grandes", indica el experto español quien, no obstante, reconoce que la vía molecular y la enzima descrita en Science está también en el organismo humano.
El problema parece residir en cómo desactivar esta enzima de forma selectiva en nuestras neuronas. "Es algo que teóricamente se podría hacer con terapia génica, pero ahora mismo estamos muy lejos", reconoce.
Hay otra vía, y es la que se podría utilizar para trasladar el trabajo a humanos. Se trataría, explica Gómez, de modular esa vía farmacológicamente, pero tampoco existen en la actualidad medicamentos dirigidos a esa vía.
Sí que se ha visto que la glucosamina activa esa ruta, pero es un amino-azúcar que se ha ensayado "sin mucho éxito" para el tratamiento artrosis, revela el experto.
Otro problema que ve este especialista es que, tal y como se señala en el editorial que acompaña a la publicación del estudio, la desactivación de este enzima en otras partes del cerebro en un experimento previo tuvo un efecto opuesto al descrito en este trabajo.
La búsqueda del Santo Grial
Los propios autores son cautos a la hora de hablar de trasladar estos resultados a humanos. Valoran más los mismos porque añaden detalles significativos sobre la forma en que el cerebro dice a los animales cuando parar de comer. Si esto se confirmara en personas, "podría llevar al desarrollo de nuevas herramientas contra la obesidad".
La búsqueda de un fármaco contra la que algunos definen como la mayor pandemia del siglo XXI es una constante de laboratorios de investigación y empresas farmacéuticas. "Ahora mismo, el único tratamiento eficaz es la cirugía", resume Gómez Ambrosi, que destaca que, para que funcione la dieta y el ejercicio, se ha de tener "fuerza de voluntad", algo que no parece fácil.
La investigación básica en este campo está en auge, según el experto, desde la descripción de la leptina, la llamada hormona del hambre, en un ya lejano 1994. Sin embargo, los numerosos avances registrados en la investigación básica no se han traducido en un medicamento eficaz y seguro, que sería la gallina de los huevos de oro para el laboratorio que lo desarrolle.