Cuando recuerdan las fiestas en la casa de Torremolinos, Esther y sus amigos no olvidan que siempre les rodeaban estanterías llenas de orinales. El padre de ésta, José María, llevaba años coleccionándolos y los guardaba allí hasta conseguir cumplir su sueño: exponerlos en Ciudad Rodrigo, su pueblo.
Su vasta colección empezó como todas las colecciones: de manera casual. "En Ciudad Rodrigo estaban arreglando un museo antiguo y aparecieron unas piezas de orinales. Se las dieron a mi padre porque siempre ha coleccionado cosas antiguas", cuenta Esther a EL ESPAÑOL.
Olvidados pero esenciales
El interés que estos objetos despertaban en José María se debía a que son piezas que no se ven en exposiciones o visitas a palacios, a pesar de que cumplían una función muy importante en la vida antigua. "Todo el mundo empezó a regalarle orinales. Se los traían de otros países: Reino Unido, Francia, Brasil, Portugal, Japón, China, países de Centramérica, una réplica de un orinal maya... hasta llegar a los 1.300 que tiene el museo ahora. Todos son diferentes por el color, la forma, el material o los dibujos", explica Esther a este medio.
La exposición empezó itinerante y recorrió España de ciudad en ciudad: Barcelona, Sevilla, Málaga, Salamanca, León... También cruzó la frontera y estuvo un tiempo en Portugal, pero la díficil labor de transporte complicaba los traslados, tal y como cuenta Esther: "Era complicado mover las piezas sin que se rompieran y montar la exposición en salas muy diferentes entre sí. Además la idea de mi padre era montar un museo fijo en Ciudad Rodrigo, porque era un enamorado de su pueblo y quería que en él hubiera cosas que visitar".
Los orinales no están solos
En 2007 el museo se hizo realidad en la localidad salmantina, como un espacio para recorrer la historia a través de un objeto íntimo de doncellas, nobles, princesas y reyes de diferentes lugares y épocas. Pero en este museo, los 1.300 orinales comparten espacio con unos utensilios no menos curiosos: 300 escupideras.
"La primera escupidera me la regalaron a mí cuando nací. Unos amigos trajeron una escupidera de cristal azul muy fino que había sido de su familia durante mucho años.
Realmente son objetos igual de llamativos, que tampoco se guardan ni se ven pero que también eran muy comunes: en el dentista, en bares, en casa y en los descansillos de los bloques de pisos. Fue raro que me lo regalaran por mi nacimiento, pero así empezó a coleccionar también escupideras", recuerda Esther.
En una inmensa colección, siempre hay piezas que destacan más que otras. El fundador, según cuenta su hija, tenía algunas favoritas. "Le gustaba uno que formaba partedel asiento de un obispo. Como tenían que estar muchas horas ahí sentados, tenían un orinal escondido para poder mear disimuladamente y seguir. A mi padre le parecía gracioso, y a mí también".
España puede así presumir de tener uno de los dos únicos museos de orinales del mundo (el otro está en Alemania), y parece que va a ser así durante mucho tiempo.
"Él luchó porque se quedaran allí y allí se van a quedar", concluye Esther.