La fiebre hemorrágica de Crimea-Congo (FHCC) es nueva en España, pero no para ningún médico ni estudiante de medicina. Se trata de unas de las enfermedades transmitidas por garrapatas con mayor extensión a nivel mundial.
En diversas partes de África, Asia, Europa del Este y Oriente Medio es habitual el virus que la produce, que pertenece al género Nairovirus, de la familia Bunyaviridae. "Es un virus parecido al del Ébola, pero con muchísima menor letalidad", cuenta a EL ESPAÑOL un especialista en enfermedades infecciosas que prefiere no identificarse, ya que es la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid la que está coordinando todas las informaciones sobre el asunto.
Se trata de un patógeno que vive en las garrapatas, en concreto en las del género Hyalomma. De hecho, la fuente más importante de transmisión del virus son las formas inmaduras de estos animales, que se alimentan de la sangre de pequeños vertebrados.
Aunque el virus puede transmitirse a distintos animales -no a los pájaros, que son refractarios a la misma- el ser humano es el que peor suerte tiene: se trata del único huésped en el que se desarrolla la enfermedad.
No se trata de una patología de buen pronóstico: la mortalidad oscila entre el 3% y el 40%. La buena noticia es que su transmisión entre personas es muy baja, lo que hace que no haya habido brotes con muchas víctimas.
Para adquirirla se ha de tener contacto con fluidos corporales de alguien que sufra la patología con síntomas. Por esta razón, los más afectados suelen ser los profesionales sanitarios que están en contacto con los enfermos.
Así, un porcentaje elevado -aunque no especificado- de las cerca de 200 personas que están en vigilancia por riesgo de haberse contagiado del virus son las que atendieron al paciente fallecido y a la enfermera que lo atendió y que está afectada. Se cree que también entrarán en ese grupo los limpiadores de las habitaciones donde estuvieron y los familiares que convivían con ellos.
No existe tratamiento para la FHCC. Como se trata de una fiebre hemorrágica, los pacientes pierden sangre, por lo que las transfusiones y la hidratación son las únicas medidas terapéuticas disponibles. Tan sólo un fármaco, la ribavirina, ha mostrado cierta eficacia, pero no hay ensayos clínicos que corroboren esta indicación.
Cuando estas no funcionan, se suele producir un fallo hepático que se suele extender a otros órganos, lo que provoca la muerte del paciente.
Cerca de España, se han localizado casos del virus en humanos en Bulgaria, donde la enfermedad es endémica en determinadas áreas, en Turquía y en Grecia, donde se detectó por primera vez en 1976 en un veterinario que se infectó de forma asintomática en el laboratorio. En junio de 2008, se diagnosticó en el país heleno el primer caso sintomático humano, en una mujer de 46 años que falleció.
La enfermedad cuenta con cuatro fases: un periodo de incubación de entre tres y siete días, uno prehemorrágico, con síntomas que incluyen fiebre repentina de más de 39ºC, cefalea, mialgias y mareos y que dura como mucho cinco días, una etapa hemorrágica, en la que aparecen desde petequias a grandes hematomas y el paciente empieza a sangrar, sobre todo por la nariz, el aparato digestivo, el útero, el tracto urinario y el aparato respiratorio. A los 10-20 días del inicio de la enfermedad, comienza el periodo de convalecencia, en el que el enfermo tiene pulso débil, disnea o disminución de la agudeza visual, entre otros síntomas.