"Muchas gracias por tu cariñosa carta. Es la mejor medicina que he recibido hasta ahora". Con estas palabras agradecía el asistente de vuelo Gaétan Douglas a su amigo y antiguo amante Ray Redford su apoyo ante la enfermedad que, aún sin nombre, le había sido diagnosticada. Se trataba de una dolencia que se bautizó como el cáncer gay, y que cursaba con la aparición de tumores malignos muy raros en hombres jóvenes y sanos, como el sarcoma de Kaposi y que -aún no se sabía- acababa casi inevitablemente con la vida de los afectados.
Lo que Douglas no sospechaba entonces es que, pocos años después, su nombre se asociaría a un concepto aterrador: el del paciente zero, una figura identificada como la persona responsable de convertir una enfermedad minoritaria en toda una pandemia que arrasó la comunidad homosexual de EEUU durante la década de los 80 y mediados de la de los 90 y que aún en 2015 mató a 1.1 millón de personas en todo el mundo, la mayoría en países en vías de desarrollo, sobre todo en el África subsahariana.
Aunque los científicos llevan años desmintiendo que este asistente de vuelo canadiense gay y con una vida sexual muy activa fuera el responsable de la expansión de la enfermedad, ha hecho falta un nuevo estudio, publicado en la revista Nature, para exonerarle definitivamente.
En el trabajo, llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Arizona y de Cambridge, se han analizado muestras de pacientes homosexuales que se habían hecho análisis en busca de la hepatitis B en 1978 y 1979. En ellas, se han encontrado pacientes infectados con un tipo de virus que ya circulaba en San Francisco y Nueva York en 1970. Si se tiene en cuenta que la enfermedad tarda varios años en desarrollarse desde que el virus entra en el organismo y que Douglas nació en 1952, este dato hace imposible que fuera él el responsable de la transmisión en masa, por muchas parejas sexuales que tuviera.
"Es ridículo intentar culpar a una sola persona de esta transmisión, como lo es culpar a un sólo cazador que descuartizara a un chimpancé -el virus saltó de su versión simia a la humana en el Congo- de introducir el VIH en humanos", declara a EL ESPAÑOL el director de IrsiCaixa, Bonaventura Clotet.
Un error inocente y otro intencionado
Pero ¿cómo llegó Gaétan Douglas a convertirse en el paciente zero? En esa época, apenas se conocía nada sobre la misteriosa enfermedad descrita en 1981 por los Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades (CDC) de EEUU. Tan sólo se sabía que destrozaba el sistema inmunológico de hombres jóvenes previamente sanos que adquirían un tipo de cáncer insólito en su grupo poblacional y que muchos de ellos eran homosexuales y residían en San Francisco y Los Ángeles.
Para estudiar el fenómeno, el sociólogo de los CDC William Darrow viajó a California y allí empezó a sospechar que el agente que causaba el cáncer podía transmitirse sexualmente. Tras hablar con varios de los afectados, tres de ellos -de distintos condados- declararon haber tenido relaciones sexuales con el mismo hombre: el atractivo y promiscuo Gaétan, que entonces residía en Nueva York, donde estaba siendo precisamente tratado de un sarcoma de Kaposi.
Así, Darrow señaló en su informe al canadiense, aunque respetando su anonimato, como paciente O, la primera letra de la palabra Outside (fuera). Era el primero que se localizaba en otro lugar que no fuera California. Sin embargo, al contar a la prensa su hallazgo esa O se transformó en un cero y los medios acuñaron el concepto de paciente cero, el primero en una cadena de transmisión. Hasta ahí el error involuntario.
En 1987, el periodista Randy Shilts publicó la obra que estigmatizó realmente a Douglas o, más bien, a su figura, ya que el azafato de Air Canadá había fallecido en 1984. Shilts sacó entonces a la luz su libro de investigación sobre la historia de los primeros años del sida -enfermedad por la que él mismo fallecería en 1994-, And the band played on (publicado en España como En el filo de la duda, Ediciones B, 1994).
Para entonces, y a través de diversas fuentes, el periodista había identificado a Douglas pero, más allá de ello, le caracterizó como un hombre que había expandido su enfermedad intencionadamente, como el "pecador original", según escribe Nature en un editorial que acompaña a la publicación del estudio y que titula oportunamente Reescribiendo la historia.
La difusión de un falso hallazgo
Para la editorial St. Martin, que publicó el libro, la identificación del paciente zero como un promiscuo homosexual que, a pesar de saberse enfermo, se había negado a hacer caso a una funcionaria de los CDC que le recomendó abstenerse de seguir practicando sexo, era un perfecto gancho para vender la novela, que arrasó en las librerías estadounidenses.
Como cuenta uno de los autores del estudio, Richard McKay, en un artículo previo que publicó en 2014 en el Bulletin of the History of Medicine de la Universidad Johns Hopkins, los medios de comunicación en seguida creyeron lo que escribía Shilts, a pesar de que los científicos siempre expresaron sus dudas.
El 6 de octubre de 1987, The New York Post abría su edición con una fotografía de Douglas sobre el titular: "El hombre que nos dio el sida". The New York Times, algo más cauto, titulaba: "Se acusa a un canadiense de haber jugado un papel clave en la expansión del sida", mientras que el periódico National Review bautizaba a Dugas como "el Cristóbal Colón del sida".
El programa 60 minutos dedicó un especial a Gaétan Dugas y su papel de paciente zero, en un momento en que, como recuerda McKay, se debatía en todo el país si había que actuar penalmente contra las personas que mantenían relaciones sexuales con otros sabiendo que tenían sida.
Razones para la injuria
Es difícil saber qué hizo a Shilts retratar a Dugas como principal culpable de la epidemia del sida en EEUU. En el libro, se mezclan verdades y falsedades y, según la investigación posterior de McKay, hubo ciertas declaraciones que el periodista omitió voluntariamente, como el testimonio de un amigo del azafato que le contó como éste había rechazado tener sexo con él estando ya enfermo o el de otro que le explicó lo agradecido que se había mostrado Gaètan después de pasar una tarde juntos, tras meses de discriminación por las marcas que la enfermedad había dejado visibles en su rostro, un estigma muy bien retratado en la película Philadelphia (Jonathan Demme, 1993).
Pero también parecer ser cierto que, en efecto, Dugas siguió practicando el sexo cuando estaba enfermo, incluso cuando desde el CDC le dijeron que no lo hiciera. Amigos canadienses que habían hablado con el autor del libro después de que éste les prometiera que no haría público el nombre del azafato salieron en su defensa tras la publicación y dijeron que había reducido muchísimo su actividad sexual en sus últimos meses de vida.
McKay explica los posibles motivos detrás de la actitud de Gaétan. incluso si ésta fuera cierta, lo que no queda claro, diversas circunstancias históricas le disculparían. En primer lugar, el azafato fue diagnosticado de cáncer en 1980, meses antes de que se asociara el sarcoma de Kaposi a un nuevo síndrome que debilitaba el sistema inmunológico de los pacientes. Por esta razón, no sería raro que el canadiense se mostrara reticente a dejar de verse como un paciente de cáncer "normal" y señalarse como otro tipo de enfermo. Así se explicarían algunos de los episodios que se narran en el libro y que hablan de Dugas comentando que sufría el cáncer gay a amantes con los que se acababa de acostar. Lo que algunos de estos, convencidos de la relación causal sida-cáncer, interpretaron como sangre fría en su plan intencionado de dispersar la enfermedad, otros lo podrían ver como escepticismo a equiparar su dolencia con la nueva patología.
Una segunda razón tiene que ver con la discriminación histórica de los homosexuales en aquella época. En 1982, hacía sólo seis años que la Asociación Americana de Psiquiatría había retirado esta orientación sexual de su listado de enfermedades. Por esta razón, muchos activistas gays veían que el intento de asociar la práctica del sexo homosexual con el sida era una forma de volver a etiquetar esta opción como patología.
En tercer lugar, y siempre recordando que en aquellos tiempos ni siquiera se había identificado al virus de inmunodeficiencia humana (VIH) como causa del sida, en esa época se puso de moda la teoría de la sobrecarga inmunológica o multifactorial, formulada por el especialista en enfermedades infecciosas Joseph Sonnabend. Según ésta, la exposición repetida a virus, infecciones, esperma y drogas hacían al sistema inmune colapsar. Por esta razón, bastaba con reducir el número de compañeros sexuales -y no abstenerse del coito- para mejorar. Es justo lo que hizo el canadiense.
Por último, McKay subraya el papel fundamental de Dugas en la investigación de la cadena de transmisión del sida. El azafato no sólo no se negó a colaborar con los CDC sino que, cuando se le pidió ayuda, desgranó los nombres de los 72 amantes que recordaba, un dato que ayudó a definir los movimientos de la enfermedad en territorio estadounidense. Eso sí, el nuevo estudio demuestra que sirvió de poco, ya que el virus llevaba casi una década campando libremente por el país del Tío Sam.