A los oftalmólogos Pablo Guzmán-Salas y Juan Serna-Ojeda les costaba creer lo que estaban viendo en su consulta del Instituto de Oftalmologia Conde de Valenciana de Ciudad de México. Examinaban el caso de un adolescente que se quejaba de dolor y pérdida de visión en el ojo derecho. Bajo la luz de sus instrumentos, algo se estaba moviendo, entrando y saliendo de los agujeros que había perforado en el iris.
El muchacho, de 17 años y proveniente de un área rural de México, había tenido "muy, muy mala suerte" según ha explicado Guzmán-Salas a Live Science. El intruso en su ojo era un gusano parásito que "se movía libremente" nadando en el líquido intraocular. A consecuencia, el chico llevaba sufriendo tres semanas de dolor y su vista se había deteriorado hasta el punto de que solo distinguía el movimiento a corta distancia.
La operación quirúrgica consistió en retirar el cristalino para alcanzar la córnea, por donde el parásito había dejado su rastro en forma de coágulos de sangre. Durante la operación los oftalmólogos pudieron comprobar que las horadaciones no se habían limitado al iris sino que alcanzaban a la retina, dañando permanentemente la visión del paciente. Finamente el parásito pudo ser extraído hecho pedazos.
Debido a su fragmentación y su minúsculo tamaño (3 milímetros) los médicos no fueron capaces de identificar con precisión a qué familia pertenecía el parásito, pero pudieron determinar que se trataba de un gusano trematoda. Pueden contraerse por el consumo o contacto con el agua contaminada, pero se alojan de preferencia en el intestino. Su presencia en el ojo es insólita, más aún cuando el chico no se había expuesto a situaciones de riesgo como nadar en ríos.
La infección del ojo fue curada y afortunadamente el parásito no dejó huevos pero seis meses después el adolescente no había recuperado la visión del ojo derecho. El izquierdo, afortunadamente para él, no se había visto afectado.
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