Hans Asperger (1906-1980) fue un pediatra, investigador y psiquiatra que en 1944 publicó la que fue la primera definición del trastorno del espectro autista (TEA) que lleva su nombre, el síndrome de Asperger. En ella habló de un patrón de comportamiento que incluía "una falta de empatía, escasa habilidad para entablar amistad, conversaciones con uno mismo, fijación intensa hacia un determinado asunto, y movimientos torpes".
En su definición, publicada en alemán en la revista Archiv für Psychiatrie und Nervenkrankenheiten, el austriaco afirmaba: "Estamos convencidos, por tanto, que las personas autistas tienen su lugar dentro del organismo de la comunidad social. Cumplen bien con su papel, puede que mejor de lo que cualquier otro pudiera, y estamos hablando de personas que cuando fueron niños tuvieron las mayores dificultades y causaron innumerables preocupaciones a sus cuidadores".
Tan buenas palabras se vieron recompensadas, aunque tarde, con el reconocimiento como entidad específica de este TEA, al que se le asignó precisamente su nombre. Pero esta denominación puede que quede en entredicho tras la publicación de un estudio en la revista BMC Molecular Austism, en el que Herwig Czech, historiador de la medicina de la Medical University of Vienna, demuestra -tras más de ocho años de investigaciones sobre la figura de Asperger- que el médico austriaco colaboró activamente con los nazis.
Czech revela que Asperger derivó a decenas de menores a la clínica infantil Am Spiegelgrund, perteneciente al hospital vienés Steinhof, donde se enviaba a los niños que no cumplían con los "estándares del régimen". En ese sanatorio habrían muerto casi 800 menores después de ser drogados, maltratados y tras días sin comer, en lo que se ha considerado históricamente un programa de eutanasia infantil específico del régimen.
Durante años se había creído que Asperger había protegido a sus pacientes de los experimentos nazis, pero los documentos revelados ahora prueban que no fue así. Aunque es la primera vez que esto se publica en un estudio, la polémica no es nueva. En un artículo de opinión publicado en marzo en The New York Times, Edith Sheffer, investigadora del Institute of European Studies en la University of California, Berkeley, no sólo afirmaba lo mismo que Czech, sino que iba más lejos y proponía no utilizar su nombre para definir este TEA. "Es una forma de honrar a los niños asesinados en su nombre y a los que todavía se les asocia con el mismo", escribía Sheffer, que próximamente publicará el libro Los niños de Asperger: los orígenes del autismo en la Viena nazi.
En el mismo, la autora cuenta que la eutanasia infantil fue primer programa de exterminación masiva del Reich. Fue puesto en marcha por Hitler en julio de 1939 para librarse de los niños que suponían una carga para el estado y un peligro para sus ambiciones de perfección genética. Muchas de sus víctimas estaban sanas físicamente y no sufrían una enfermedad terminal, pero se les condenó por tener defectos físicos, mentales o de comportamiento.
Al menos 5.000 niños murieron en 37 "alas especiales". La de Spiegelgrund fue una de las que concentró más víctimas. Según la investigadora, los asesinatos se llevaban a cabo en las propias camas de los menores, a los que se aplicaba sedantes en dosis altas, hasta que enfermaban y morían normalmente de neumonía.
Asperger trabajó mano a mano con las principales figuras del programa de eutanasia de Viena, incluyendo al director de la clínica, Erwin Jekelius, que estaba prometido con la hermana del propio Hitler.
Una de sus pacientes, la niña de cinco años Elisabeth Schreiber, sólo podía decir la palabra "mamá". Una enfermera la describió como "muy cariñosa" y afirmó que, si se la trataba estrictamente, "lloraba y la abrazaba". Elisabeth fue asesinada y su cerebro guardado en el sótano de Spielgelgrund, junto con el de otrso 400 menores.
A pesar de que sus investigaciones coinciden con las de la estadounidense -quien, de hecho, le cita en su artículo- Czech no aboga por el cambio de nombre del síndrome de Asperger. "Simplemente deberíamos ser conscientes del contexto histórico que hay detrás de su origen, pero no borrarlo de nuestro vocabulario", manifestó el experto a Efe.