Llevas toda la vida echándote mal la crema solar: así tienes que hacerlo
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Afortunadamente, hoy en día hay mucha más población concienciada sobre los peligros de exponerse a las radiaciones solares que hace unos años. Sin embargo, incluso usando un factor de protección alto y reponiendo la crema cada pocas horas, muchas personas ven cómo su piel se torna de un doloroso rojo intenso fruto de las quemaduras provocadas por el sol.
Detrás de este molesto problema se pueden encontrar varios factores, aunque principalmente se trata de un mal uso del producto. Esto es algo que ya se conoce desde hace tiempo, aunque recientemente un equipo de investigadores del King’s College de Londres ha publicado un estudio con nuevos datos que lo confirman: usamos poca crema y, de esa forma, nuestra piel sigue a merced del Sol.
Una de las imágenes más típicas de las playas de todo el mundo es la de los niños pequeños envueltos en una espesa capa de crema blanca, esparcida a conciencia por sus protectoras madres. A muchos les puede parecer una exageración, y quizás en algunos casos lo sea, pero lo cierto es que para que la crema realmente haga efecto no basta con la fina capa que normalmente nos aplicamos.
El factor de protección solar (FPS) es una cifra que indica por cuánto se multiplica el tiempo que una persona puede permanecer al Sol sin sufrir quemaduras. Resulta obvio, por lo tanto, que las personas propensas a quemarse deberían usar factores altos, por encima del 30. Sin embargo, para que éste funcione correctamente, se debe aplicar una concentración de crema adecuada, preferentemente de dos miligramos por centímetro cuadrado de piel.
De hecho, según Antony Young, uno de los investigadores responsables del estudio, que ha sido publicado en Acta Dermato-Venereologica, si se utilizan menos de 0,75 miligramos por centímetro cuadrado, un FPS 20 podría comportarse como uno del 4.
Vacaciones en el laboratorio
Para llegar a esta conclusión, los investigadores reunieron a 16 voluntarios de piel clara, que fueron divididos en dos grupos, con tres mujeres y cinco hombres en cada uno. Los del primer grupo se expusieron una sola vez a radiaciones ultravioleta similares a las que se habrían sometido durante unas vacaciones en la playa. Para ello, previamente se habían cubierto la piel con capas de diferente espesor de protección solar.
Los del segundo grupo, se expusieron a cinco días seguidos de radiación, con niveles de exposición y cantidades de protección ligeramente diferentes cada jornada. Finalizados los experimentos, los investigadores realizaron biopsias de la piel de los participantes, con el fin de comprobar el estado del ADN, que normalmente se ve alterado bajo la exposición a las radiaciones ultravioleta, tanto UVA como UVB.
Lógicamente, el material genético de los miembros del segundo grupo estaba más dañado, con motivo de su mayor tiempo de exposición. Sin embargo, fue mucho más relevante la concentración de protección que se había utilizado. Por encima de los 0,75 miligramos por centímetro cuadrado el deterioro del ADN comenzaba a disminuir, reduciéndose drásticamente al superar los dos miligramos, incluso en el grupo que había estado expuesto durante más tiempo a la radiación.
Es lógico que los productos de protección solar, que actúan como barrera, tengan que crear un verdadero parapeto que nos proteja de los rayos del Sol. Ahora, gracias a este estudio tenemos nuevas pruebas de su importancia. Es cierto que el número de participantes en el estudio era muy reducido, pero las conclusiones son demasiado claras como para no tomarlas en serio. Al fin y al cabo, con la salud no se juega, ni siquiera a cambio de un buen bronceado.