En la mítica película El apartamento (Billy Wilder, 1960) la entrañable señorita Kubelik, ascensorista de la aseguradora donde trabaja el protagonista C.C. Baxter, le dice a éste que jamás se acatarra. "Leí en una estadística que el neoyorquino medio tiene dos catarros y medio al año", le espeta el dueño del piso que toda la oficina utiliza para sus aventuras. "Eso me hace sentir fatal", le responde ella. "¿Por qué?", contesta Baxter. "Porque, para que se cumpla esa estadística, si yo no tengo ninguno algún pobre zángano tendrá que tener cinco al año", afirma ella. "Ese soy yo", concluye el contable.
El extraordinario diálogo tiene base científica. Según una revisión recién publicada en The BMJ, un adulto cualquiera tiene entre dos y cuatro catarros al año. La cifra, como sabe cualquier padre, se multiplica en los más pequeños, que sufren entre seis y ocho de estas infecciones causadas por distintos virus que, generalmente, se curan por sí solas. Pero cualquiera diría que no es así, y que son muchísimas las opciones terapéuticas para mantener a raya mocos, estornudos y malestar.
Existen muchísimos fármacos que aseguran aliviar los síntomas del catarro, como la congestión, la rinorrea -o goteo nasal- y los propios estornudos. Sin embargo, como explican los autores del nuevo trabajo de las universidades de Ghent (Bélgica) y Queensland (Australia), la evidencia científica detrás de su eficacia es limitada y de mala calidad.
Por esta razón, los investigadores han decidido ordenar ideas y publicar la guía definitiva sobre qué dice la ciencia que funciona o no lo hace en esta común dolencia aunque, eso sí, advierten, más investigación es necesaria porque la calidad de lo encontrado no es precisamente del máximo nivel de evidencia científica.
La eficacia de distintos fármacos
Eso sí, lo que hay publicado sugiere que los descongestionantes, tanto solos como en combinación con antihistamínicos y/o analgésicos tienen un pequeño efecto en los síntomas nasales, aunque también efectos secundarios: un mayor riesgo de insomnio, somnolencia, dolor de cabeza y malestar estomacal. Entre esta clase de medicamentos se encuentran la pseudoefedrina o la fenileprina.
Los antihistamínicos de primera generación, con efectos sedativos, se asocian con el alivio de la rinorrea o los estornudos, pero no de la congestión nasal. Eso sí, a cambio los participantes mostraban sedación. Entre estos componentes se encuentra, por ejemplo, la clorfenamina, ingrediente incluido a menudo en fármacos tan conocidos para el catarro como el Frenadol.
Los antihistamínicos de nueva generación no parecieron tener ningún efecto claro sobre los síntomas del resfriado y la literatura científica no recoge evidencia sobre la efectividad de los antivirales, como aquel famoso Tamiflú que se popularizó con la gripe A. La combinación de paracetamol y antiinflamatorios, también muy prescrita para los catarros, no mejora la congestión nasal ni el goteo de este órgano.
Pero la rinorrea se puede aliviar algo con un fármaco llamado bromuro de ipratropio, un inhalador nasal que no es, sin embargo, eficaz para la congestión nasal.
La revisión también habla de fármacos naturales, como la equinácea, la vitamina C y los comprimidos de zinc, aunque haciendo hincapié en que los estudios hallados no son de buena calidad. La equinácea, fármaco estrella de herbolarios y farmacias que se apuntan a lo natural, no demostró mejorar los síntomas generales. Las píldoras de zinc han demostrado reducir la duración de los síntomas del resfriado, pero no su gravedad. Se enfrentan, además, a otro problema: su dosificación no ha sido bien establecida.
Parece que no existe evidencia científica para el uso de humidificadores de aire caliente y las irrigaciones nasales con suelo salino no parecen ser eficaces en adultos.
En definitiva, la revisión deja claro que no existe ningún fármaco que cumpla exactamente lo que promete: acabar con los catarros en su conjunto. Algunos, no obstante, si son útiles para determinados síntomas, aunque jamás podría ser calificados de milagrosos ni cercanos a ello.