Durante siglos, el ser humano ha buscado la inmortalidad como último destino. Sin embargo, no solo ansiamos vivir más tiempo, sino también queremos que los años que pasamos en este mundo sean de una relativa calidad. De hecho, suele ser a partir de la mediana edad cuando nos empezamos a preocupar por mejorar nuestro estilo de vida e intentamos tener hábitos más saludables.
Ahora, un nuevo estudio publicado en la revista BMJ sugiere que precisamente esa decisión, iniciar o mejorar los hábitos saludables a la mediana edad, podría alargar hasta 10 años la esperanza de vida sin enfermedades asociadas.
Según este nuevo trabajo, un estilo de vida saludable basado en no fumar, no sufrir sobrepeso o llevar a cabo ejercicio regularmente durante la etapa de los 50 años llegaría a sumar hasta 10 años más de vida y podría evitar que suframos importantes patologías como el cáncer, enfermedades cardiovasculares o la diabetes. De hecho, otro estudio reciente ya sugirió que otro hábito saludable, como es el hecho de realizar ejercicios de fuerza y musculación a partir de los 30 años, también sería un importante factor protector contra las enfermedades cardiovasculares.
En concreto, la reciente investigación sugiere que los factores de estilo de vida más importantes serían la realización de actividad física, un buen peso corporal, una dieta saludable y equilibrada, y evitar tóxicos como el tabaco o el alcohol. Todos estos factores, en su conjunto, tendrían importantes consecuencias no solo en la esperanza de vida en general, sino en la calidad de vida y la ausencia de enfermedades crónicas.
Para llegar a estas conclusiones, los investigadores analizaron datos de 73.196 enfermeras registradas en el conocido Estudio de Salud de Enfermeras de Estados Unidos, y de otros 38.366 profesionales de la salud, varones, del Estudio de Seguimiento de Profesionales de la Salud de los Estados Unidos. En el momento de iniciar ambos estudios, ninguno de los voluntarios sufría cáncer, enfermedades cardiovasculares o diabetes.
Respecto a los factores de estilo de vida, se tuvieron en cuenta cinco de ellos en particular: no fumar, tener un peso adecuado, realizar al menos 30 minutos de ejercicio al día, tener un consumo moderado de alcohol, y llevar a cabo una dieta saludable. Cada factor de estilo de vida valía un punto, pudiendo tener entre 0 y 5 puntos en total. A mayor puntuación, mejor estilo de vida, y menor riesgo de sufrir enfermedades.
Todos los participantes fueron evaluados regularmente durante el transcurso de 20 años, registrando diagnósticos y posibles fallecimientos por cáncer, enfermedades cardiovasculares y diabetes tipo 2.
Tras evaluar otros aspectos como la edad, el origen étnico, el historial médico familiar y otros factores que pudiesen influir estadísticamente, se llegó a la conclusión de que la esperanza de vida libre de enfermedad a los 50 años para las mujeres era de 24 años para aquellas que no adoptaron hábitos saludables. Por su parte, aquellas mujeres que sí optaron por cuatro o cinco de estos factores de estilo de vida saludable llegaban a vivir una media de 34 años más. En total, hasta 10 años más de diferencia.
Por su parte, la esperanza de vida libre de enfermedad a los 50 años para los hombres era de 24 años para aquellos que no adoptaron hábitos de vida saludables, y de hasta 31 años más para aquellos hombres que sí adoptaron entre cuatro y cinco de estos factores de estilo de vida saludable. En total, hasta 7 años más de diferencia.
Asimismo, se descubrió que los hombres que fumaban 15 o más cigarrillos al día y los sujetos que tenían un índice de masa corporal de 30 o más, eran aquellos que tenían una menor esperanza de vida libre de enfermedad total respecto al resto de individuos estudiados.
Aunque los datos son esperanzadores, los investigadores puntualizan que se trata de un estudio observacional, por lo que no se puede establecer una relación de causa y efecto. Además, todos los datos provienen de encuestas autoinformadas por los mismos participantes, y en todos los casos se trata de datos de personal sanitario, por lo que podría darse un importante sesgo en la población general.
De todas formas, los mismos investigadores abogan por potenciar las políticas de salud pública que mejoren tanto la alimentación como el entorno físico que, en consecuencia, desemboque en una mejora del estilo de vida en general, y de la actividad física y la dieta equilibrada en particular, así como políticas y regulaciones sobre el consumo de sustancias tóxicas como el tabaco o el alcohol, ambos factores originarios conocidos de multitud de enfermedades crónicas.