El español Tomás Pueyo es un ingeniero y emprendedor que, desde hace diez años, vive y trabaja en Silicon Valley, donde ha desarrollado una exitosa carrera profesional. Pero probablemente esto no le diga nada al lector medio.
La cosa cambia si explicamos que este hombre, que vivió en España toda su infancia y adolescencia, supo antes que el Gobierno español y muchos otros que había que decretar unas medidas estrictas de confinamiento para acabar con el virus. Un concepto que bautizó como martillo y cuyo éxito se puede cuantificar echando un vistazo a su post en la red social Medium donde lo definió por primera vez, que ha tenido millones de lecturas.
Pero en dicho artículo se utilizaba también otra palabra: danza, que el autor definía como el periodo que tenía que seguir al martillo "para mantener el virus contenido hasta tener un tratamiento o una vacuna". Esto se traduce en el periodo en el que se relajan o finalizan las medidas de confinamiento, algo que en España podría suceder el próximo 10 de mayo, el día siguiente al fin del estado de alarma decretado por Pedro Sánchez el 14 de marzo y prorrogado por el momento hasta tres veces.
En su nuevo artículo, Pueyo define cómo debería ser la danza en España y en el resto de países en los que aún no se está en esas fases. Y, para saberlo, cree que simplemente hay que utilizar una máquina del tiempo. Su nombre: internet.
Y el tiempo al que permite viajar esa tecnología no es temporal sino geográfico y se refiere a Taiwan, Singapur, China y Corea del Sur: el futuro al que cualquier país sometido aún al martillo debe aspirar. Uno de estos países -China- ha vivido un martillo especialmente potente, mientras que los otros tres no han tenido que llegar a la dureza de esa herramienta. Su actuación precoz les ha permitido controlar la expansión del nuevo coronavirus pero, como todas las demás naciones, tienen que vivir su particular danza hasta que llegue la vacuna.
China
Pueyo ilustra su viaje en el tiempo a China con fotografías obtenidas de Twitter que definen cómo es la vida ahí desde que se levantó el confinamiento, el martillo más duro que se conoce -ninguna oficina estaba abierta ni funcionaba ningún transporte público- y el que permitió bajar de 6.000 casos diarios a menos de 60.
Por lo que se ve en la cuenta del profesor de la Universidad de Beijing Michael Pettis, aunque hayan reabierto los cafés, el panorama es desolador. Poca gente acude a los mismos y quien sale a la calle lo hace cubierto con mascarillas.
Pueyo cuenta que en China todo el mundo las lleva y que la mayoría de empresas cuentan con puntos de inspección de salud, donde se mide la temperatura a los trabajadores y se comprueba su estado de salud en la App que todos los habitantes han de llevar en sus móviles y que incluye un código QR que recoge este estatus.
Ese código otorga a su portador un color: si es verde, la persona puede moverse con libertad; si es amarillo o rojo deberá aislarse o ponerse en cuarentena. Además, la misma App permite al Gobierno trazar todos sus desplazamientos y contactos.
Aunque los colegios siguen cerrados en China, se plantea su apertura para finales de mes. Otro tema interesante es el de los viajes, todavía muy restringidos y con enormes medidas de seguridad, incluyendo esos puntos de chequeo de salud de los viajeros e importantes equipos de protección para los trabajadores.
Taiwán
El caso de Taiwán es paradigmático. Nadie hubiera apostado porque que un país tan cercano a China no hubiera experimentado un brote muy elevado de la infección. El caso es que no lo hizo y el número de infectados no pasa los 500, mientras que actualmente sólo se detectan muy pocos cada día.
Pero, además, en Taiwán no ha habido martillo, sólo legislación, que les han permitido vivir, como dice Pueyo, en una "eterna danza". Antes de marzo, ya había puesto en vigor alrededor de 100 medidas que, sin necesidad de cerrar el país, han permitido controlar al virus. Por poner sólo algún ejemplo: especular con el precio de las mascarillas está penado con entre uno y siete años de cárcel, esparcir fake news, con 100.000 dólares.
En el aspecto médico, en el país asiático no sólo se hizo la prueba a los nuevos sospechosos, sino a todos lo que se suponía que habían pasado una gripe en las semanas previas. A las personas que estaba en cuarentena, el Gobierno les proveía de comida y mensajes de apoyo.
Y todo esto lo han hecho, encima, sin Apps que cuestionen el derecho a la privacidad -aunque sí con el rastreo de los teléfonos móviles, que se han facilitado a las pocas personas que no contaban con uno-, simplemente comparando resultados de test con registros de salud y entrevistas personales. Para quien diga que se trata de un país pequeño, que lo es, atentos al dato que plantea Pueyo: Andorra, con 300 veces menos población, tiene el doble de casos.
Corea del Sur
Es tan pequeño el martillo que ha utilizado Corea del Sur, que Pueyo utiliza una metáfora para describir las medidas llevadas a cabo, el uso conjunto de esta herramienta y un escalpelo.
El principal brote se produjo en la ciudad de Daegu, donde la infección estaba siendo controlada hasta que llegó al paciente 31, que acudió a un hospital y a una celebración religiosa, dejan en total un reguero de infectados de alrededor de 5.000 personas. A pesar de eso, el Gobierno ni siquiera cerró la actividad empresarial de la ciudad.
No hizo falta. La experiencia con el MERS llevó a la población a encerrarse en sus casas. Restaurantes, calles y centros comerciales parecían escena de una película apocalíptica y las autoridades sólo cerraron guarderías, colegios -durante un tiempo-, bibliotecas, museos, iglesias, centros de día y juzgados.
Eso sólo ocurrió en Daegu, la cuarta ciudad más poblada del país. En el resto del país se apeló a la tecnología que, por cierto, ya tenían implantada. De hecho, después del brote de MERS se aprobó una ley que permitía trazar a los contactos de cualquier infectado, que es la que se ha utilizado con el nuevo coronavirus.
Por supuesto, la medida más importante fue la realización masiva de test a personas con síntomas y sus contactos, en todo tipo de puntos del país, que daban resultados en siete minutos.
Estas PCR rápidas determinaban si alguien era positivo -en cuyo caso tenían que acudir a una especie de instalaciones oficiales donde un médico les observaba y decidía sin debían ir al hospital o aislarse en casa- o negativo, en cuyo caso sólo tenían que estar en cuarentena en sus domicilios durante 14 días.
Esas personas tenían que descargarse una App adicional que avisaba de cualquier salida del domicilio, control que se completaba con dos llamadas diarias. ¿Y qué pasaba si alguien decidía saltárselo? Muy sencillo, 8.000 dólares de multa y hasta un año de cárcel.
En todos los edificios se estableció un control de temperatura y en todos había soluciones hidroalcohólicas. Para asegurarse de que la gente llevara mascarillas -lo hacía siempre el 64% de la población y a veces el 98%-, el Gobierno las intervino.
Singapur
No todos los países del sudeste asiático a los que ha viajado Pueyo con su máquina del tiempo son dignos de imitar. La oveja negra de esta selección es Singapur. Aunque empezó muy bien en su lucha contra el coronavirus, algo falló y eso es lo que explica Pueyo para que podamos aprender de sus errores cuando a España le llegue el turno de danzar.
Aunque el país enseguida prohibió la entrada a los visitantes de Hubei -primero- y a los de China -después- fue más laxo con turistas de países como Italia, Francia, España y Alemania, que no vetó hasta el 16 de marzo. A finales de ese mes, el 80% de los casos detectados en el país eran importados y, aunque lograron disminuir a 0 la cifra, ya era tarde: el coronavirus se había instalado en Singapur.
Tampoco acertaron en el seguimiento de los contactos de los infectados. Como en España al principio -ya directamente no se hace- el seguimiento era manual, sin tecnología, lo que permitía vigilar a alrededor de 600 personas al día, sin duda una cifra insuficiente.
Cuando llegó la tecnología, tampoco se aplicó bien. La App diseñada por el Gobierno no era obligatoria y sólo se la descargó el 20% de la población, y ni siquiera se sabe si todos ellos la utilizaban.
El tercer error de Singapur tiene que ver con las mascarillas. Hasta el 3 de abril, sólo recomendaba utilizarlas a los enfermos, cuando se ha demostrado que pueden prevenir la infección en población supuestamente sana.
También se tardó en poner en marcha medidas de distanciamiento social, aunque los brotes se han limitado a ciudades dormitorio, muchas de ellas habitadas por inmigrantes que, a día de hoy, siguen siendo el centro del importante rebrote que ha sufrido el país.
Pueyo termina su viaje en la máquina del tiempo para los países que nos adentramos en la danza. Tomar las distintas medidas observadas puede significar la diferencia entre ser, dentro de unas semanas, ejemplo como Corea del Sur o fastidiarla en ese mismo tiempo como Singapur.