La temida variante surafricana del coronavirus Sars CoV-2 ha llegado a Nueva Zelanda; se ha detectado en una mujer que llegó a Auckland el 30 de diciembre después de viajar cuatro meses por Europa, parte de ellos en España. La noticia no tendría mayor importancia sino fuera porque el país austral es uno de los que aplica la estrategia denominada "contagios cero".
Sin duda, lo ha hecho con éxito. El país austral sólo ha registrado 25 muertes por la enfermedad, a pesar de tener una población cercana a cinco millones. Para quien lo achaque sólo al aislamiento propio de una isla, un dato: en todo Canarias han fallecido por Covid-19 algo más de 500 personas desde que comenzó la pandemia
Para conseguir su hazaña, cualquier persona que llega del extranjero a Nueva Zelanda ha de estar al menos dos semanas en alguno de los hoteles designados para cuarentenas de nativos -los que no lo son ni siquiera puedan entrar en el país-; sólo si dan negativo en un test, o incluso dos, después de ese periodo pueden volver a su casa.
Algo falló sin embargo en el caso de la mujer de 56 años, que fue liberada de su cuarentena el 13 de enero y se dedicó a viajar por el país donde visitó hasta 30 localizaciones hasta que empezó a encontrarse mal, se volvió a hacer una prueba y dio positivo.
Sin embargo, nada ha sucedido. Sólo otras tres personas han resultado infectadas con la misma variante -al menos por el momento- y no se trataba de gente con la que la mujer hubiera tenido contacto estrecho, sino algunos de los 600 viajeros que se alojaban en el mismo hotel que ella, separados por las paredes de cada habitación.
Comité de investigación
Nueva Zelanda no se toma a broma la Covid-19, ni aunque sean tan pocos casos como en este brote. En algo que sonaría a ciencia ficción en casi cualquier otro país, se ha establecido un comité de investigación para averiguar cómo se produjeron los contagios, que aún no ha concluido su trabajo.
Sin embargo, el director de Salud Pública y el ministro de Salud, Chris Hipkins, ofrecieron una rueda de prensa para adelantar algunas de las primeras impresiones de los expertos. "Lo más probable es que haya sido transmisión por aerosoles", afirmó el político.
Este reconocimiento no es baladí. Como explica a EL ESPAÑOL el profesor de la Universidad de Colorado y experto en aerosoles José Luis Jiménez, "todavía hay cierto escepticismo sobre si la Covid-19 se transmite por aerosoles" y algunos países directamente no creen en esa vía de transmisión.
Situaciones como las del hotel de cuarentena de Nueva Zelanda pueden ayudar a acabar con un estigma que, según Jiménez, se remite a 1910, cuando el científico Charles Chapin dijo que era imposible que las infecciones se transmitieran por aerosoles y que tenían que hacerlo a través de partículas grandes.
"El problema es que los virus no tienen un chip", comenta Jiménez, uno de los investigadores que certificaron que así se habían contagiado en marzo 53 de 61 miembros de un coro en Seattle donde se respetaba la famosa distancia de seguridad, como publicaron en la revista Indoor Air.
Así, es difícil demostrar de dónde vienen exactamente los contagios, pero países con la estrategia cero casos pueden ser paradójicamente los que más pruebas ofrezcan de esta vía de transmisión que, por cierto, acaba de reconocer de forma fehaciente la Organización Mundial de la Salud, más de un año después del inicio de la pandemia.
De hecho, en Australia, donde también los viajeros han de someterse a cuarentenas obligatorias, también se han detectados casos en estos hoteles y algunos huéspedes han denunciado que el personal no siempre utilizaba mascarilla.
Hay quien podría pensar que qué más da reconocer o no la vía de transmisión si se cumplen las medidas de prevención de la misma. El problema es que éstas difieren si se opta más por una hipótesis o por otra.
Por ejemplo, comenta Jiménez, no hay necesidad de dedicar tantos recursos a la limpieza profunda de superficies. La prestigiosa revista Nature lo acaba de subrayar en un editorial titulado: La Covid-19 raramente se transmite a través de las superficies. ¿Por qué seguimos limpiando tan profundamente?
Sin embargo, hay otras medidas que habría que reforzar, como el uso de medidores de CO2 para saber si un espacio está bien ventilado -la clave para reducir la transmisión por aerosoles- o reforzar el uso correcto de mascarillas, tanto en lo que se refiere al tipo necesario como a su forma de colocación y ajuste.
La Covid-19 no es la primera enfermedad infecciosa sobre la que se ha cuestionado la forma de transmisión. El caso más paradigmático, que también recuerda Jiménez, es uno que ha pasado a los anales de la historia reciente de la medicina: la demostración de que la viruela se transmitía por el aire.
El caso de la viruela
En enero de 1970, un electricista pakistaní viajó desde su país a Alemania, tras haber pasado varios días durmiendo en la calle. En esa época, era obligatorio enseñar el certificado de vacunación frente a la viruela y él lo hizo, aunque luego se supo que nunca se había vacunado.
Diez días después de llegar a la localidad de Meschede, empezó con fiebre alta y fue ingresado en el área de enfermedades infecciosas del hospital de la localidad, donde estuvo completamente aislado, se lavó su ropa de forma independiente y no tuvo contacto cercano con nadie. En ese tiempo, desarrolló viruela.
En unos días, 17 personas se contagiaron. ¿Cómo había podido ocurrir? Tras convencerse de que sólo la transmisión por aerosoles podía haber hecho que el patógeno viajara a otras plantas del mismo hospital, los científicos decidieron llevar a cabo un experimento, soltando una bomba de humo donde había estado ingresado el paciente originalmente y viendo hacía donde se desplazaba, lo que confirmó su teoría.