"El domingo, a las dos serán las tres". Esta frase es una constante en el trascurso de los años. Con la llegada de la primavera, toca ajustar el reloj y adaptarse al horario de verano, una norma que es obligatoria para todos los países miembros de la Unión Europea y que, en España, forma parte de su ordenamiento jurídico nacional desde 2002.
En nuestro país, el primer cambio de hora se remonta a 1974, con la llegada de la crisis del petróleo. Para intentar paliar sus consecuencias, algunos países decidieron adelantar el reloj, como ya se había hecho en la Primera y Segunda Guerra Mundial, y aprovechar mejor la luz natural del Sol y consumir así menos electricidad.
Llevamos, por tanto, más de medio siglo ajustando nuestros relojes al horario de verano y al horario de invierno, pero puede que esta sea una costumbre con fecha de caducidad, ya que cada vez son más las voces que alertan de las consecuencias nocivas para la salud que puede causar el cambio de hora.
Una de las últimas en hacerlo ha sido la neuróloga Beth Ann Malow, directora de la división del sueño del centro médico de la Universidad de Vanderbilt (Nashville, Estados Unidos). La investigadora y su equipo publicaron en Jama Neurology un estudio que relacionaba el cambio al horario de verano con un aumento de accidentes cerebrovasculares y ataques cardíacos.
No es la primera investigación que apunta en esa dirección, ya que una publicación de 2012 de la American Journal of Cardiology concluía exactamente lo mismo: una disminución del sueño podía aumentar el riesgo de desarrollo de enfermedades cardiovasculares. El ensaño venía a colación de otro publicado por la Universidad de Alabama a principios de año y que ponía, incluso, cifras a los daños que podía ocasionar el cambio de hora. Éste puede incrementar un 10% el riesgo de infarto.
"Retroceder (dormir una hora más) es relativamente benigno, aunque algunas personas pueden sentirse desequilibradas y necesitar algunas semanas para recuperarse", explica Malow en un artículo de The Conversation. "Sin embargo, saltar una hora hacia delante es algo muy duro para el cuerpo", proseguía.
El horario de verano
De hecho, una investigación elaborada por neurólogos de la universidad de Turquía encontró una relación directa entre el aumento de accidentes cerebrovasculares isquémicos justo con la entrada del horario de verano. Según el estudio, las tasas de ocurrencia tenían lugar los dos días siguientes al ajuste de hora y era más frecuente en pacientes con sintomatología previa y mayores de 65.
Según la experta, la clave de los efectos nocivos del cambio de horario en nuestra salud están en la exposición a la luz. Lo que no se sabe es cómo puede llegar a afectar esto exactamente, aunque la neuróloga apunta dos variables. La primera, el incremento de horas de luz aumenta nuestros niveles de cortisol, una hormona que modula la respuesta al estrés. La segunda, al estar expuestos a luz hasta más tarde, se retrasa la liberación de melatonina en el cerebro, la hormona que facilita el proceso de dormir, por lo que se puede perder calidad en el sueño.
Ambas variables, el incremento de estrés y la alteración del sueño, se han relacionado con efectos nocivos para la salud. Desde 2012, el estrés se considera un factor de riesgo cardiovascular y está reconocido como dolencia en la Guía Europea de Prevención Cardiovascular. Mientras, una mala calidad del sueño o déficit de horas se ha relacionado con graves problemas cardiovasculares, además de con incremento de posibilidades de padecer hipertensión, diabetes de tipo 2, según el Journal of the American Heart Association.
Estas son las mismas conclusiones que expuso Malow en una audiencia en el Congreso de los Estados Unidos y parece que han surtido efecto, ya que a partir de 2023 el país dejará para siempre el horario de verano.
Versiones contradictorias
No obstante, la postura en contra del cambio de hora no es unánime en la comunidad científica. Ricardo Martínez Murillo, neurobiólogo del CSIC, explicaba que las alteraciones que produce este fenómeno en nuestra vida diaria son "muy escasas" y que su duración no se alarga más de una semana. "Si estoy acostumbrado a comer a las dos, me tengo que adaptar a comer a las tres y esto puede fastidiar, altera levemente la rutina diaria, pero es simplemente eso", sentenciaba.
Según Murillo nuestro cerebro "se adapta muy bien a los cambios lumínicos", algo a lo que, además, está acostumbrado por nuestra constante exposición a iluminación artificial.
Sí que señala que hay personas que pueden verse más afectadas por este cambio, como niños, personas mayores y aquellos que estén sometidos a un ritmo estricto, ya que el cambio de hábitos puede suponerles un inconveniente mayor.