
La tesis doctoral de Teresa Perucho demuestra que las patologías se asociaban al estilo de vida cortesano.
La genetista que desmonta el mito de la consanguinidad y las enfermedades en la monarquía española: "Tenía interés político"
Teresa Perucho ha analizado los datos disponibles de los 143 monarcas que han reinado en España y Portugal durante los últimos trece siglos de historia.
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La dinastía española de los Austrias se extinguió por el sexo endogámico. Los matrimonios entre familiares cercanos agravó una serie de malformaciones que causaron la esterilidad de Carlos II, también conocido como 'el Hechizado'. En el resto de monarcas españoles, sin embargo, la consanguinidad no ha sido la causa principal de sus enfermedades, como ha demostrado un reciente trabajo que desmonta este mito.
Su autora, la genetista de la Clínica Universidad de Navarra (CUN) Teresa Perucho, ya tenía la ligera sospecha de que la consanguinidad no se utilizaba siempre de forma adecuada: "Hasta hora, había sido una utilización de forma arbitraria, con cierto interés político y manipulación histórica", asegura en conversación con EL ESPAÑOL. Tras analizar las 1.019 relaciones de parentesco que ha habido en los 143 reinas y reyes de las monarquías ibéricas de los últimos trece siglos (desde don Pelayo hasta Felipe VI), ha podido confirmar sus sospechas: "La consanguinidad no es la causa de todos los males de los monarcas".
Es cierto que muchas enfermedades recesivas son consecuencia directa de matrimonio consanguíneos. Pero en el caso de los monarcas, las patologías que se han descrito guardan más relación con "el estilo de vida cortesano". El médico de cámara de Carlos I, Luis Noguera de Ávila, ya escribió en un libro que las cuatro enfermedades que más padecían los monarcas a lo largo de toda la historia —catarro, gota, piedras en el riñón y la vejiga y sífilis (no llamada así entonces)— estaban asociadas a "aspectos dietéticos y morales derivados de los excesos", y no a los genes heredados.
Aunque, como explica Perucho, la consanguinidad no deja de ser la probabilidad de que una persona herede las dos copias defectuosas de su madre y de su padre: "Que se casen dos primeros entre ellos no implica que el descendiente vaya a tener una enfermedad de forma inexorable". Aun así, se asocia a patologías recesivas como la fenilcetonuria, el albinismo oculocutáneo y errores innatos del metabolismo.
Otro mito monárquico desterrado
Esta investigación ha constatado que la endogamia ha estado presente en todas las monarquías ibéricas. Aunque también considera que su presencia no ha sido tan elevada si se tiene en cuenta "el contexto general de las poblaciones humanas": "En algunos países árabes los matrimonios consanguíneos llegan a un 60%". A nivel global, cae hasta un 10%.
El porcentaje es aún más bajo entre los 143 monarcas que ha estudiado Perucho. De ellos, solamente siete presentaron una consanguinidad muy alta, siendo Carlos II el que la tenía más alta. En esta lista precisamente se encuentran Isabel II y Alfonso XII. Ambos casos desmontan el mito de que tener una consanguinidad muy alta no está directamente relacionado con la aparición de enfermedades.
Y tampoco con la fertilidad, que no se ha visto alterada por la consanguinidad. Para la genetista de la CUN, esto tiene "una explicación bastante lógica", pues los monarcas trataban de tener cuantos más hijos posibles para poder dar un descendiente a la dinastía.
Otro de los mitos que ha desterrado el trabajo de Perucho ha sido el de la hemofilia, una enfermedad que introdujeron en la monarquía española Alfonso XIII y Victoria de Battenberg, el último matrimonio real de todos los Austrias y Borbones en el que no hubo consanguinidad hasta el de Felipe VI y Letizia. En la cultura popular se ha asociado la hemofilia a la consanguinidad y a la monarquía, cuando se trata de una mutación que se encuentra en el cromosoma X. Y aunque es una enfermedad recesiva, "nada tiene que ver con la consanguinidad".
"Más cómodo no confirmarlo"
El de esta genetista no es el único trabajo que ha estudiado la relación entre consanguinidad y enfermedades en las dinastías españolas, aunque sí es el primero que lo hace con una extensión de tantos siglos. En 2009, un grupo de investigadores españoles ya analizó esta cuestión en la figura de Carlos II, quien tenía un coeficiente de consanguinidad de 0,25; es decir, el 25% de sus genes estaban repetidos, casi como si se hubiera producido una unión entre hermanos.
Este coeficiente de consanguinidad no sólo tuvo una gran parte de culpa en la mala salud de Felipe IV, sino que también explica, como demostraron los mismos autores, la deformidad facial que le caracterizaba. En el caso de los Austrias, la endogamia tuvo lamentables consecuencias: de los 40 hijos que nacieron bajo esta dinastía, 16 fallecieron antes de cumplir los 10 años. Una mortalidad que superaba incluso a la de las clases populares.
La esperanza de vida era mayor en las otras monarquías ibéricas. "El promedio de la longevidad de los monarcas ha sido bastante homogéneo", afirma Perucho, "en casi todos se sitúa entre los 43 y los 54 años, habiendo también reyes que han llegado a edades muy avanzadas". Otro de los datos que más le ha llamado la atención es el de que la princesa Leonor se podría convertir en la primera reina sin consanguinidad desde hace siete siglos.
Aunque el principal objetivo de esta tesis doctoral, defendida en la Universidad Complutense de Madrid, no es otro que el de desmitificar la relación entre consanguinidad y enfermedades en las monarquías españolas; o al menos, comprobar en qué casos sí que existe esta conexión que, a juicio de Perucho, se ha generalizado por desconocimiento, falta de evidencia científica e interes políticos: "Es mucho más cómodo no confirmarlo y quedarnos con la creencia errónea", concluye.