El pasado 8 de octubre, y en contra de la mayor parte de los pronósticos, los estadounidenses que acudieron a las urnas le dieron la victoria a Donald Trump, quien pronto será investido como el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos. Atrás queda una campaña llena de exabruptos, insultos, declaraciones polémicas y guerras abiertas que le han enfrentado con distintos sectores de la sociedad que ahora se preguntan cuáles serán los cambios cuando Trump gobierne y cuánto de verdad había en sus polémicas futuras —y todavía supuestas— medidas.
Uno de estos sectores, ahora abiertamente preocupado por los resultados de la elección, es la industria tecnológica. Aunque el magnate no es precisamente un experto en ordenadores, y aparentemente ni siquiera sabe tuitear —llegó a afirmar que gritaba lo que quería decir y su equipo se encargaba—, su carrera hacia la Casa Blanca ha estado plagada de afirmaciones dirigidas hacia los gigantes tecnológicos y de promesas que podrían afectar al crecimiento de las startups.
Trump llegó a afirmar que gritaba lo que quería decir y su equipo se encargaba de tuitearlo
Uno de los grandes señalados por el dedo acusador de Trump es Apple. En el mes de febrero, el futuro presidente pidió que la ciudadanía se uniera a él en un boicot contra la compañía de la manzana mordida. Estaba en desacuerdo con la postura de los de Cupertino, que se negaban a crear una puerta trasera para que el FBI pudiera acceder al teléfono de uno de los supuestos autores del atentado de San Bernardino.
Un mes antes, el magnate realizaba las declaraciones que más deberían preocupar a la compañía que dirige Tim Cook. En una charla en la Universidad de Virginia, Trump afirmó que obligaría a Apple a fabricar sus productos en Estados Unidos. "Vamos a hacer que Apple construya sus malditos ordenadores y sus cosas en este país, en vez de en otros", dijo textualmente.
La posición de Trump, expresada eso sí de una manera muy agresiva y tajante, no es nueva. De hecho, en una cena en la que Obama se reunió con las principales figuras de Silicon Valley en 2011, el todavía presidente en funciones le preguntó al ya fallecido Steve Jobs qué sería necesario para que todos los empleos que Apple oferta en el extranjero —especialmente en China, donde se ensamblan todos los productos— se trasladaran a la nación de las barras y estrellas. La respuesta de Jobs fue clara: "Esos puestos de trabajo no van a volver".
Aunque no se conocen los argumentos que el visionario esgrimió en dicha cena, los de Cupertino ha ofrecido varios motivos a lo largo de los años para justificar su producción en el extranjero: falta de ingenieros en Estados Unidos, la necesidad de una cantidad increíble de mano de obra y las posibilidades respecto a los plazos que ofertan las fábricas en China —derechos laborales conculcados mediante— son algunas de las principales.
Una de las anécdotas más citadas por la compañía para justificar la mayor capacidad de las empresas chinas se remonta a 2007. Apenas seis semanas antes del lanzamiento del iPhone, Steve Jobs decidió que los teléfonos se venderían con una pantalla de cristal, y no de plástico, indignado por las rayas que sus llaves habían causado en el prototipo que llevaba consigo. ¿Cómo sería posible un cambio tan grande en un plazo tan corto de tiempo? La respuesta estaba clara: China y sus fábricas en las que siempre hay empleados disponibles las 24 horas.
A todas estas razones expresadas públicamente hay que sumar el coste de la mano de obra, mucho menor en el país oriental. Si la amenaza de Trump se hiciera realidad, Apple podría verse en un gran apuro para llevar a buen puerto la producción de sus futuros productos manteniendo los mismos plazos y el mismo margen de beneficio.
Además, la amenaza no se dirige únicamente a los de Cupertino, aunque sea una de las declaraciones más recordadas de Trump. Parte de su plan para "hacer a América grande de nuevo" pasa por traer de vuelta toda la producción que las compañías estadounidenses tienen en el extranjero.
Los otros objetivos de Trump
Apple no es la única en la lista negra del magnate. Jeff Bezos, presidente de Amazon y dueño del Washington Post, tampoco es especialmente de su agrado. Trump ha acusado al empresario del comercio electrónico de utilizar su periódico a modo de panfleto, para moldear opiniones políticas que le favorezcan. También ha vociferado en distintos momentos que Amazon no paga todos los impuestos que debería. "Van a tener muchos problemas", afirmó Trump. "Compró ese periódico por prácticamente nada y lo está empleando como una herramienta de poder político, contra mí y contra otras personas. Y te diré algo, no podemos dejar que se salga con la suya", dijo en otra ocasión.
A pesar de la rotundidad de los ataques de Trump, Bezos ha sido bastante suave durante toda la campaña y ha tendido a rebajar el tono de la disputa. En una ocasión bromeó en Twitter con que todavía le iba a reservar un hueco a Trump en el cohete de Blue Origin —uno de los proyectos en los que está invirtiendo parte de su descomunal fortuna privada— junto al hashtag #sendDonaldtospace —"mandemos a Donald al espacio"—. En mayo, más serio, declaró que los comentarios de Trump no eran la forma correcta en la que un candidato presidencial debería comportarse.
Irónicamente, una de las medidas prometidas por el magnate podría beneficiarle. Trump ha afirmado que planea impulsar la exploración espacial, por lo que esta industria podría verse favorecida por distintos beneficios fiscales que afectarían al proyecto con el que Bezos bromeaba.
Más allá de ataques directos a empresas determinadas, Trump se ha mostrado contrario a muchas de las políticas que contribuyen al crecimiento de Silicon Valley. En particular, ha criticado abiertamente el programa de visados H-1B, que permite que trabajadores extranjeros altamente cualificados puedan ser contratados en los Estados Unidos y que les ayuda conseguir un permiso de residencia. Mientras los empresarios de la meca de la tecnología reclaman aumentar el número de visados de este tipo que pueden concederse al año, con el objetivo de poder contratar a más ingenieros, científicos y programadores de fuera de Estados Unidos, Trump quiere desmontar el programa.
En la misma línea, y empeñado en la creación de empleo americano, el próximo presidente también afirmó que planeaba aplicar impuestos muy altos sobre bienes manufacturados en China, algo que podría tener una fuerte repercusión en todas las compañías americanas que se nutren de componentes y piezas fabricados en el país. Esto quiere decir, que más allá de trasladar sus fábricas de vuelta a la nación americana, las empresas tampoco podrían adquirir los elementos necesarios para determinados montajes en el extranjero, a un precio más económico.
Según varios tuits de 2014, Donald Trump tampoco está de acuerdo con la neutralidad de la Red, el principio según el cual los proveedores de servicios y las autoridades que regulan internet deben tratar del mismo modo todo el tráfico, sin discriminar por franjas (reduciendo o aumentando la velocidad, por ejemplo) o cobrar al usuario de manera diferente en función del contenido que consuma.
Aunque todavía no se ha pronunciado claramente al respecto, sus críticas a las medidas impulsadas por Obama y aprobadas por la Comisión Federal de Telecomunicaciones, las quejas de otros republicanos y su firme postura antirreguladora hacen prever que esta barrera de internet, que la concibe como un servicio imprescindible y la protege de los intereses de las grandes empresas, podría desvanecerse.
Por otro lado, en función de las medidas que tome el candidato a lo largo de la legislatura y de la estabilidad que logre otorgar al país, las startups podrían ver disminuida su financiación, sobre todo si disminuyera la confianza en la economía norteamericana o el país entrase en un periodo de incertidumbre política.
Reacciones en Silicon Valley
Aunque muchas de sus promesas, arengas y comentarios electorales están en el aire y de que Trump no ha presentado un plan concreto para la industria tecnológica, las reacciones de los empresarios del sector no se han hecho esperar.
Tras la victoria, los más agoreros, como Shervin Pishevar, cofundador de Hyperloop e inversor en empresas como Uber, se han lanzado a Twitter a pedir la independencia de California en lo que ya se conoce como #Calexit. El objetivo de esta iniciativa, que reclama la independencia del estado como una nación con entidad propia, sería que Silicon Valley no estuviera al alcance de las garras de Trump.
Sin embargo, la mayor parte de los grandes nombres de la tecnología han optado por una llamada a la unidad, a la calma y por ofrecerle al futuro presidente una mano tendida, o al menos, el beneficio de la duda.
Tim Cook, en una carta remitida a sus empleados, ha afirmado que “más allá de a qué candidato se haya apoyado individualmente, el único modo de seguir avanzando es todos juntos”. Asimismo, les ha recordado que la suya es una compañía inclusiva, un mensaje destinado a tranquilizar a aquellos preocupados por el discurso del odio que ha mantenido el republicano durante la campaña: "Nuestra compañía está abierta a todos y celebramos la diversidad de nuestro equipo, aquí en los Estados Unidos, y alrededor del mundo, sin importar cuál es su aspecto, de dónde vienen, qué fe profesan o a quién aman".
En un comunicado titulado "Avanzado juntos: nuestros pensamientos sobre las elecciones estadounidenses", Microsoft ha declarado que "todo presidente electo merece sus felicitaciones" y que, como compañía, "están ansiosos de ponerse a trabajar con la nueva Administración y con el Congreso en asuntos de interés común".
Jezz Bezos, contra el que tan duramente ha cargado Trump, se ha servido de la red del pájaro azul para felicitar al nuevo presidente y comunicarle que tendrá la mente abierta y le desea éxito en su servicio al país. Por su parte, Mark Zuckerberg, en el punto de mira tras la victoria de Trump, debido a que su red social ha contribuido involuntariamente a extender bulos y noticias falsas que, según algunos sectores, han favorecido al republicano, ha publicado un breve texto en el que, sin mencionar el resultado de los comicios, ha afirmado que hay que trabajar "incluso más duro" y que es responsabilidad de todos "hacer un mundo mejor".
Al otro lado del espectro ideológico, el verso suelto de la industria en estas elecciones, Peter Thiel, cofundador de PayPal y uno de los primeros inversores de Facebook, ha celebrado en un comunicado la victoria del candidato republicano y ha afirmado que tiene un gran trabajo por delante. Firme defensor de Trump durante toda la campaña y posible miembro del equipo de transición que facilitará la llegada del empresario a la Casa Blanca, Thiel ha sido una de las pocas figuras destacadas del sector tecnológico que le ha prestado públicamente su apoyo, algo ampliamente criticado.
Con el Bitcoin disparando su cotización como valor refugio a causa del miedo provocado por la victoria del republicano y con una parte de la población horrorizada ante el que será su futuro líder, todavía está por ver si todas sus declaraciones subidas de tono y sus frentes abiertos se convierten en auténticas batallas una vez que llegue al Despacho Oval y si, realmente, la élite de Silicon Valley tiene motivos para estar preocupada.