Calanda. Los tambores de Calanda. Tirar de tamborrada calandesa, en honor a San Buñuel Bendito, para celebrar la trigésima edición de los premios del cine español significa, para empezar, que los guionistas de TVE no hicieron del todo sus deberes. Es ir, directísimo, a lo facilón. Al estrepitoso recurso del mediocre. Meter ruido, mucho, mucho ruido, sobre todo el ruido ya existente, para que no se note que rellenas algo que, por su excesiva duración y bostezante idiosincrasia, resulta tan irrellenable como unos Goya. Enésima tontuna peliculera en la madrugá. Tim Robbins, llegados a este punto, empezó a sufrir un parpadeante tic en un ojo. Por fortuna, no hubo necesidad de avisar al Samur.
Fue la ‘Rompida de las Tres Horas y 17 minutos’. El tiempo que duró el despropósito. Tamborileros de Calanda que parecían miembros de un verbenero KKK. Faltó la cabra, lanzada desde lo alto del balcón del ayuntamiento de ‘¡Bienvenido Mister Marshall!’. Y, ya puestos, también faltó el hermano mayor de Paquirrín, banderilleando al toro de la Vega, con 25 niños de San Ildefonso subidos a su chepa. Y se echó en falta a Rita Barberá anunciando el caloret en pleno invierno de sus días de vino y gintónic.
Tres horas y 17 minutos. Ni uno más. Yo sobreviví a la Gala de los Goya. Aunque también es cierto que, en un momento dado, salí a dar un pequeño paseo, cantando bajo la lluvia, por mi barrio. Y tuve tiempo para irme a cenar a un Ginos. Y dediqué algunos minutos a ver crecer a mis ficus. Y me quedé dormido. Y me desperté. E hice zapping una y mil veces. Y hablé por teléfono con un primo de Albacete al que debía una llamada. Nada nuevo. Lo normal en otra gala goyesca tan laaaaaaarga como repleta de altibajos, trufada de lacrimógenos agradecimientos e historias para no dormir. Visto lo visto, y padecido, podemos certificar que la gran familia del cine español se ha llenado de cuñados. Va en sintonía con lo que ocurre en el resto del país. El cuñadismo nos invade. Y abundan los cuñados entre los peliculeros. Cuñados y cuñadas de la farándula peliculera. Despeinadas cuñadas como Victoria Abril, que iba de Bruja Averías.
Sombrereados cuñados tal que Óscar Jaenada. De Capitán Alatriste. Ridículos cuñados en plan Elvira Lindo y Mario ‘Viagras’ Llosa. ¡Cuñaaaaaaaaaaaaos!
“La realidad sin imaginación es la mitad de la realidad”. Lo dijo Buñuel. El culpable de la tamborrá. De haber estado vivito y coleando la noche del sábado, su frasezaca hubiese sido: “Los Goya sin Dani Rovira son la mitad de Goya”. Rovira está bien cuando no se ve obligado a soltar, por exigencias del babosete guion, el enésimo chistecito sin puñetera gracia. Rovira se sale del mapa cuando lanza sus dardos hacia unos Sánchez, Iglesias, Rivera y Garzón. “Sentaos en una mesa, junto a un plasma, y habláis los cinco”. O a Manuela Carmena. O al resto de ‘politiculeros’ que abarrotaban, se nota que andan en busca de pactos, el lugar. Por cierto, solo la magia del cine español (y no las tontunas del tal Jorge Blass) ha logrado que podamos ver a ‘Pablemos’ embutido en un smoking delirante. Dirán ahora algunos que por fin ha ascendido, de camarero a jefe de sala, cómo si lo viera.
“Nos han llegado a decir que incluso los yogures caducados se pueden comer. ¿Qué será lo próximo? ¿Que lo mejor del pan de molde es lo verde?”. Grande Rovira. A ratos. Bastante peor que en 2015. Aunque yo me quedo con el bucle espaciotemporal que se crea cada año cuando Goya Toledo entrega uno de los premios. Goya y Goya. La ‘Regoya’. Y con el estilismo interestelar de Elvira Lindo. Y con Serrat, dándolo todo con su ‘Los fantasmas del Roxy’, y prejubilando por fin a Alex O'Dogherty. Hemos tenido que esperar 30 años para que estos peliculeros acierten con un número musical.
En este caso, mereció la pena. Me quedo también con la imagen de esos Juliette Binoche y Tim Robbins aplaudiendo a Mariano Ozores, flamante Goya de Honor. Eso sí que fue un bucle interestelar. Se emocionaron Juliette y Tim al evocar la filmografía de Ozores, grande de España. Fue el Anticiclón de los Ozores frente a la tamborrada calandesa.
Por fin algo de cordura en una gala en la que todo sonó a prefabricado. Al fin algo de verdad. Por fin un grande. “Hay un ente misterioso y extraño al que debo todo lo que soy –confesó el director de ‘¡Que vienen los socialistas!” y otras 95 películas con su vocecilla aflautada– y todo lo que he conseguido. Por eso este Goya pertenece también al público”. Primera vez que oigo a un miembro de la gran familia de peliculeros, cuñado o yerno, da igual, agradecer un premio al público. Quizá de ahí provenga el éxito de Ozores. Los peliculeros de hoy se han olvidado de que hay alguien al otro lado. Y por eso la gente no va al cine. Bueno, por eso y porque no tiene sentido un país en el que para ir un sábado al cine con toda la familia tienes que pedir un crédito hipotecario, sobre todo si es una peli de la Warner, ya que no quieren, o no saben, o no pueden rebajar su precio. Vendrá luego Resines con su muleta, dando penica y suplicando para que el Gobierno (o Desgobierno) persiga el pirateo. ¡Definamos, por favor, el término pirata!
Daniel Guzmán y su Abuelita Paz. La pomposidad de Vargas Llosa, ‘la’ Preysler y su matrimoniada acompañante. La cara de póquer del ministro Íñigo Méndez de Vigo y su parienta ante los ¡zascas! de Rovira. Fernando Colomo nominado como Mejor Actor Revelación. Javier Bardem, cada día más metido en el papel de un De Niro cañí. León de Aranoa, reconvertido en Jumanji. Una dedicatoria: “Se lo dedico a mis padres, Sixto y Elena. Y a todos los druidas”. Una novia: Inma Cuesta, compuesta y sin Goya (cuya cara de cabreo mal contenida se convirtió en otro ‘hit’ de la noche). Un tuit: “Cada vez que enfocan a Vargas Llosa y a la Preysler, muere un guionista”. Y un “¡buenas noches, titiriteros!”, el de Juan Diego Botto, que lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Y para presentarse al auditorio antes de salir de mutis por el foro. O por el forro. Que para el caso.