Al final la novia no fue Inma Cuesta, ni Paula Ortiz, ni siquiera Juliette Binoche o Penélope Cruz. La verdadera novia de los Goya tiene 25 años, es de Linares y el sábado no se creía que acababa de ganar su segundo premio por delante de actrices a las que admira. “¡Estoy en una nube, no sé ni qué decir!”, decía nerviosa Natalia de Molina con un premio que no soltaba ni un minuto. Daba lo mismo que hace dos años se alzara con su primera estatuilla. Lo que comenzó como un sueño ahora se materializa: es la actriz más joven de la historia en tener dos 'cabezones'.
Para conseguirlo De Molina ha bajado al barro, a la realidad, se ha empapado de ella y ha parido un personaje digno de admirar. Su Rocío, esa madre coraje que lucha para no ser desahuciada en Techo y comida, es uno de los papeles femeninos más potentes del año, y la Academia no lo ha dudado. La joven celebra que este curso haya “papelazos de mujeres que no están en el cliché, complejas y ricas”.
En el escenario, nada más recibir el premio, pidió techo, comida y dignidad para todo el mundo. Así se llama su película, una película pequeñita, “hecha de guerrilla”, como recordaba la actriz que también triunfó en el Festival de Málaga. Para ella el principal premio es dar “visibilidad” a esta película.
A pesar de la crisis es una de las primeras veces que el cine español trata de frente el problema de los desahucios. Para Natalia de Molina esto se debe a que cada vez es más difícil hacer cine. “Cuesta mucho hacer películas, y más como la hemos hecho nosotros, no es lo ideal, pero esta historia había que contarla. Con la que está cayendo la gente se reflejará y el cine español siempre ha sido un cine muy social. Está película trata el tema sin edulcorarlo y sin sensacionalismos, y llega por eso, porque es muy cruda y muy real”, opina la actriz.
Cuesta mucho hacer películas, y más como la hemos hecho nosotros, no es lo ideal, pero esta historia había que contarla
Techo y comida tuvo que servirse de un 'crowdfunding' para salir adelante. Su director, Juan Miguel del Castillo recurrió a las experiencias de la gente de su zona, Jerez de la Frontera, para contar una de tantas historias de “una tierra muy castigada”. “Si hay un terremoto es porque están dando botes de alegría. En esta película hay mucho Jerez detrás. La sienten de allí. Les hacía falta esta alegría, porque es una de las zonas con más paro de España y quería regalarle este momento a ellos”, confesaba Natalia de Molina.
En un registro completamente diferente al de Vivir es fácil con los ojos cerrados, esta actriz de instinto y raza investigó por su cuenta. Acudió a comedores sociales y habló con gente del barrio de La granja, pero no quería que fuera algo estudiado. Para que Rocío cobrara vida tenía que entenderla y sentirla. “Tenía que tirarme a la piscina y no tener miedo, yo pienso demasiado las cosas y esta película no podía ser así. Tenía que dejarme vivir y sentir. Ha tenido mucho de desgarre y de abrirme en canal”, analizaba la actriz que este año también estrenará lo nuevo de Paco León, Kiki, el amor se hace.
Siempre se llevará a Rocío y a Techo y comida en el corazón, no sólo por el Goya, sino por el buen sabor de haber hecho un filme “necesario” en una sociedad “anestesiada” a la que hace falta “sentir y pensar”. Atrás quedan los miedos que sintió cuando leyó el guion e incluso pensó que le quedaba grande. Tenía ganas y pasión, pero también respeto a su primer protagonista.
Un personaje basado en personas reales al que tenía que “entender, pero también transmitirlo”. Rápido tomó una decisión basada en uno de sus principios: “es bonito que te dé miedo a lo que te enfrentas”. Con esa máxima seguro que tenemos Natalia de Molina para rato, y seguro que la Academia volverá a acordarse de su nueva novia.