A las 11 en punto de la mañana los ciudadanos que se congregaban en la madrileña plaza de Neptuno desafiando la copiosa lluvia eran testigos de la llegada de los dos coches reales: un rolls royce con el pendón carmesí del rey Felipe (48 años) seguido de un vehículo de alta gama con el pendón azul claro, correspondiente a la princesa de Asturias, pues padre e hija no viajan juntos por razones de seguridad.
Pese a lo azaroso de los paraguas y la dificultad que ello conlleva para los saludos a las autoridades allí presentes, los reyes y sus hijas se desenvolvieron con total naturalidad.
Para la ocasión, la reina Letizia (44) prefirió no arriesgar teniendo en cuenta la relevancia del evento y volvió a recurrir a su modisto de cabecera, Felipe Varela (48), luciendo un abrigo-vestido doble crepe en blanco roto bordado a mano con cristales negros y georgette, tal y como han confirmado fuentes cercanas al diseñador a este medio. La reina consorte tampoco arriesgó con los complementos y el peinado y optó por un moño bajo que le otorga la solemnidad que exige el acto castrense.
Por su parte, las infantas Leonor (10) y Sofía (9) lucieron sendos abrigos en color azul y rojo que combinaron con dos paraguas transparentes que manejaron con soltura. El rey Felipe, por su parte, llegó sin paraguas fiel a su condición de militar al que ha sido su tercer desfile como monarca.
Durante todo el desfile, la reina Letizia, que se mantuvo erguida y sin perder la compostura ni un segundo, se mostró de lo más cariñosa con sus hijas. Las caricias, sonrisas y gestos fueron constantes ante unas infantas entusiasmadas al paso del carnero de la Legión, llamado Miura, y de los caballos de la Guardia Real y la Guardia Civil.
Tras el desfile, los reyes se han trasladado hasta el Palacio Real, donde han recibido a las autoridades políticas y culturales de la sociedad en un besamanos al que, como ya viene siendo habitual, no han acudido las infantas.