El rol de la reina Letizia (44 años) no se ha visto cuestionado sólo en las últimas semanas o desde el 19 de junio de 2014 -cuando se convirtió en reina consorte gracias a la proclamación de Felipe VI (48)-. El debate sobre cuál debe ser su papel se lleva dilucidando exactamente 13 años, los mismos que han pasado de aquel "Déjame terminar" que marcaron a partir de entonces a una periodista reconvertida en princesa.
Ese día, el 6 de noviembre de 2003, la entonces prometida de Felipe VI, visiblemente nerviosa e intercambiando miradas de complicidad con su futuro marido, explicaba a sus compañeros periodistas cómo iba a incorporarse "de forma progresiva voy a integrarme y a dedicarme a esta nueva vida con las responsabilidades y obligaciones que ello conlleva y con el cariño de los...". Fue justo en ese instante cuando el entonces príncipe de Asturias la interrumpía para dejar claro que no le iba a faltar trabajo.
Esos segundos bastaron para convertir a Letizia en objeto de feroces críticas que consideraban que el carácter de la futura reina no era el adecuado para la función que estaba a punto de desempeñar. Sus detractores encontraron en aquel murmurado "déjame terminar" una mina perfecta para colocarla a partir de ese momento en el punto de mira.
Precisamente tras la anécdota pronunció otra de las frases que, en principio, iban a señalar el camino a seguir, al menos durante el tiempo que fue princesa de Asturias. Porque el "ejemplo impagable" de la reina Sofía (78) le ha sido útil a Letizia la primera década de su vida en Zarzuela, pero no después.
"Son dos papeles distintos, el de princesa y el de reina. Para el primero sí recurrió a ese modelo, pero tras esos pasos iniciales dejó claro que ella no quiere ser una copia ni una mujer florero y comenzó a desligarse de ese papel sin protagonismo para reivindicar su personalidad", confirma a EL ESPAÑOL la periodista y escritora Carmen Enríquez, corresponsal de Casa Real durante décadas.
Las decisiones de una reina
Mientras que para unos el espejo en el que aún hoy debe mirarse la reina es el de su suegra, doña Sofía, los más reformistas tienen claro que el siglo XXI exige una modernización no sólo en las instituciones, sino en el papel que cada uno de los agentes representa dentro de ellas. Y es precisamente en este punto donde Letizia viene marcando la diferencia, mucho más acusada esta semana debido a la situación política española.
La foto fija de la toma de posesión de Mariano Rajoy (61) como presidente del Gobierno, la primera que preside Felipe VI como rey, tenía la mañana del lunes una protagonista clara que, curiosamente, no aparecía en la instantánea: la reina Letizia. Ella, por su parte, se encontraba viajando a París, donde pronunciaría a las 19.30 horas de la tarde un discurso en el marco del Congreso Mundial del Cáncer.
Su sonada ausencia en el acto institucional fue una decisión personal de la propia Letizia. No era la primera vez que plantaba a la esfera política española. Ya en 2014, Felipe VI hubo de presidir juras de nuevos ministros en mitad de la legislatura, como la del titular de Justicia, Rafael Catalá (en septiembre de 2014). La reina ya se ausentó en aquel momento y desde entonces ha seguido la misma línea. Este viernes, la política seguida por Letizia se reafirmaba en un nuevo acto de jura de ministros del nuevo Gobierno en el Palacio de la Zarzuela. Sólo que esta vez ella se encontraba en las mismas dependencias, pero en otros actos oficiales. En concreto, recibía a varios trabajadores de un medio de comunicación español y a representantes de la iniciativa infantil Un juguete, una ilusión.
Si bien es cierto que la Constitución Española en su artículo 58 no obliga a las consortes a acudir a este tipo de actos, también lo es que se trataba de una costumbre respetada por su suegra durante el reinado de Juan Carlos I y que dota de carta de normalidad y estabilidad al país.
Precisamente desde Zarzuela atribuyen exclusivamente al jefe del Estado la presencia obligada en estos actos. Se escudan en la libertad de decisión que da la Carta Magna a las consortes. Por su parte, Moncloa, pese a que no les ha pasado desapercibido el evidente gesto, prefiere delegar en la Casa Real la responsabilidad relativa a estas cuestiones.
Pese a la decisión tomada por la royal, el periodista y escritor Fermín Urbiola no cree que su ausencia pueda tener una repercusión negativa a largo plazo. "Estoy seguro de que, como hasta ahora, tanto el rey Felipe como la reina Letizia mantendrán escrupulosamente su neutralidad partidista, más allá incluso de sus obligaciones constitucionales", señala en conversación con este medio.
Ya hace dos años Letizia puso la primera piedra a una norma no escrita que iba a fijar a partir de ese momento: su papel no iba a traducirse en un mero acompañamiento silencioso como hacía la reina Sofía en otros tiempos. La monarquía ha cambiado, y los actos de Letizia dejan claro que ella piensa reivindicar su papel, su voz y su voto en aquellos momentos en los que lo considere necesario.
"Creo que es normal hacer comparaciones en las actividades concretas de Sofía con Letizia, pero a mi parecer nos ofrecen conclusiones erróneas, ya que hay que tener muy presentes las primeras convicciones que nos trasladó Felipe VI nada más ser proclamado rey de España, encarnar 'una monarquía renovada para un tiempo nuevo (...) con un espíritu abierto y renovador'. Y la monarquía la conforma toda la Familia Real, es decir, la reina también", apunta Urbiola en esta dirección.
¿Y qué pasa con el resto de reyes?
Aunque en general el papel del rey en los actos políticos de envergadura es prácticamente institucional, el grado de protagonismo varía según el país europeo del que se trate. Mientras que en Inglaterra el jefe del Ejecutivo necesita la aprobación del monarca para formar nuevo Gobierno, en los Países Bajos el rey se limita a nombrar al primer ministro y al resto de secretarios, de una forma más o menos similar a lo que ocurre en Noruega.
Por su parte, Bélgica permite al jefe del Estado formar a un equipo que ayuden a formar Gobierno, por lo que la capacidad de decisión es mayor que, por ejemplo, en Suecia, donde el monarca ni participa en el proceso de investidura.
Princesa Vs Reina
El cambio de rol más destacado de Letizia se puso de manifiesto en junio de 2014, aunque tras el Caso Nóos y el consiguiente cortafuegos de la Casa supusieron un giro en el comportamiento de los entonces príncipes de Asturias que se desmarcó considerablemente con respecto a los reyes eméritos.
A partir de la proclamación de Felipe VI, su esposa respiró aliviada. Hasta entonces, dejaba entrever su incomodidad ante las voces que le apuntaban cómo comportarse, qué decir o qué vestir. Desde ese momento ella escribía cada coma del guion de su día a día. Para ello no necesita de ayudas de cámara. Pide opiniones pero en última instancia es ella la que decide. Así lo hizo en su segundo acto como reina. Junto a Felipe VI recibió a 350 representantes de organizaciones solidarias, del que formaba parte, por primera vez, el colectivo gay y transexual.
La Letizia reina escribe ella misma sus discursos, intenta programar los actos entre semana para poder reservar un tiempo a su vida familiar, preserva la intimidad de sus hijas cueste lo que cueste (esta misma semana volvía a quedar patente esa protección), se documenta sobre acto o asunto de interés como lo hiciera en su época de periodista, establece los días de 'vacaciones oficiales' frente a los de 'vacaciones privadas' y se ausenta de los eventos que ella considera, como los partidos importantes de fútbol o las juras de ministros.
El perfeccionismo propio de su carácter se manifiesta cuando decide, por ejemplo, mejorar la estructura y organización de Zarzuela o cuando opta por cambiar a los tradicionales cocineros de las cenas de honor por chef de estrellas Michelín.
Si así lo estima cambia el protocolo mediante normas no escritas que le permiten acudir a los actos castrenses sin el negro ni el tradicional tándem de mantilla y peineta. Poco amiga de estos últimos complementos, también se los quitó en la primera visita oficial al Papa que realizó junto a su marido ya como monarcas. Aunque fuera una visita privada, les acompañaba un considerable séquito que otorgaba al viaje carácter oficial.